sábado, 19 de junio de 2010

Gomen ó.ò

Antes de nada quería pedir perdón porque dejé esto un poco bastante abandonado, pero ya se sabe, este año he estado un poco hasta arriba de todo >.<

A ver si este verano soy capaz de sacar tiempo y continuar esto pese a seguir con el proyecto de "El mundo de Emuy" que seguramente alguno ya conocerá =P

¡¡Un besito!!

domingo, 16 de noviembre de 2008

CAPÍTULO 12: La lechuza

A pesar de que los días iban pasando, en la mente de la bruja solo había un pensamiento “La carta”. Aquellas letras de su madre se habían clavado en lo más hondo de su cabeza, atormentándola en cada momento de silencio, en cada instante de soledad.

-Señorita Prewett- la voz de la profesora McGonagall la devolvió una vez más a tierra, a su clase de Transformaciones. Sabía que no podía andar distraída, que los TIMO estaban a unos pocos meses de distancia y que debía pasarlos si quería ser… -. Quiero verla en mi despacho después de clase.

-Sí, profesora McGonagall- asintió, emitiendo un cansado suspiro. Ya Snape le había impuesto un castigo la semana anterior por estar despistada. Y ahora seguro que McGonagall le ponía otro “Bravo, Divi” se dijo para sí misma, emitiendo un largo suspiro “Seguro que así mamá se sentiría muy orgullosa de ti”.

-¿Estás bien, Divi?- preguntó en un susurro Ytzria, cogiendo la mano de su amiga con cuidado. La notaba muco más callada de lo que era normal en ella, y no podía evitar preocuparse. Además se había prometido que ella misma cuidaría de su amiga ahora que la necesitaba.

-Sí, Ytz, no te preocupes- contestó la Black, apretando cálidamente la mano de su compañera -. Solo estaba un poco despistada.

La clase pasó mucho más rápida de lo que pensaba. Todos los alumnos, incluida Ytzria, recogieron sus cosas, dispuestos a ir a los invernaderos para dar una constructiva clase de herbología. Divinity, sin embargo, se echó la mochila al hombro y esperó a que saliera la profesora McGonagall para salir ella detrás.

Los pasillos de la escuela estaban plagados de vida, mucho más animado de lo que era normal gracias a la asistencia de los alumnos de Beauxbatons y Dumstrang. La piedra aún conservaba el frío del exterior y sin embargo, la sensación térmica no era tan dura como en los jardines, donde la nieve aún cubría los vastos terrenos de la escuela. La luz del sol, que se colaba por entre las nubes, dibujaba formas y colores en el suelo gracias a las cristaleras de los pasillos, todas ellas tan animadas y vivas como las fotos.

-Pase, señorita Prewett- dijo la profesora mientras se deshacía de su gorro, dejándolo colgado en un sencillo perchero de madera de ébano colocado a un lado de la puerta de su despacho. Era la primera vez que Divinity entraba allí. Al ser de Slytherin, le correspondían las charlas y las regañinas con su Jefe de casa, el profesor Snape.

-Gracias- pasó al interior, con tranquilidad, paseando la mirada a su alrededor. El despacho era bastante más espacioso que el de Snape y la sensación de agobio era casi inexistente. Las paredes estaban todas llenas de estanterías con diversos libros, tanto ediciones actuales como algunas ya tan antiguas que posiblemente ni ella habría comprado. En el centro una mesa, perfectamente ordenada, con una montaña de pergaminos a un lado, un tintero con su pluma y unos cuantos porta-fotos.

La muchacha tomó asiento frente a la subdirectora cuando ésta lo hizo en su silla. Se recolocó las lentes ligeramente con uno de sus dedos y, para sorpresa de la muchacha, su rostro estaba tan relajado que hasta podría decir que leía la lástima y la compasión en su mirada.

-¿Qué ocurre, Prewett?- preguntó, cruzando las manos sobre la mesa mientras sus castaños ojos buscaban los claros de la muchacha, como si en ellos pudiera encontrar mejor la respuesta que en las propias palabras de su alumna –Desde que regresó de sus vacaciones de Navidad está mucho más ausente en mis clases.

-Lo siento, profesora McGonagall- murmuró la muchacha, inclinando la cabeza avergonzada, sin alzar la mirada de sus zapatos -. Le prometo que la próxima vez…

-No, Prewett- sonrió la mujer ligeramente, alargando la mano para tomar de la barbilla a la chiquilla y levantarle la cabeza, buscando el contacto visual -. Esto no es una regañina, al contrario- los ojos de ambas de encontraron enseguida y, sin saber por qué, Divi se sintió mucho más tranquila. En realidad siempre había envidiado a sus primos por tenerla a ella de Jefa de casa y tutora… Snape nunca le había inspirado confianza, ni siquiera sentía afecto por él, más bien rechazo -. Verá, señorita Prewett, comprendo perfectamente su situación y sé que no es un buen momento para usted- con cuidado, Minerva se levantó de su asiento, alisándose con sus manos su larga túnica color esmeralda mientras caminaba hacia una de las estanterías, cogiendo de ella una pequeña carpeta.

-No, la verdad es que no es un buen momento- afirmó la muchacha, volviendo a mirar hacia la mesa –Pero llorar no va a solucionar nada ¿Verdad?

-Llorar desahoga, no lo olvide. Si nos guardamos todo para dentro, acabará afectando a nuestra salud- nuevamente tomó asiento en su silla, depositando la carpeta sobre la mesa y abriéndola con cuidado -. Sé que esta no es la manera de proceder de la escuela, pero he decidido yo misma ser la encargada de guiarla en su futuro académico- Divinity alzó la mirada de golpe, sorprendida, mirando hacia la profesora… ¿Iban a cambiarla de casa? No era posible… -Como sabrá, éste año debe pasar los TIMO y dependiendo de lo que quiera hacer en un futuro deberá aprobar unas asignaturas determinadas ¿Verdad?

-Sí…- suspiró la muchacha. Había sido un pensamiento demasiado bonito para ser verdad ¿Cómo iban a cambiarla de casa por algo así?

-Bien, pues desde ahora y hasta la realización de los TIMO yo seré la encargada de guiarla en todo lo que necesite- sonrió amablemente, cogiendo la pluma con su mano derecha y mojando la punta en el interior del tintero, dejando caer las gotitas sobrantes antes de comenzar a escribir en un pergamino en blanco -¿Ha pensado ya qué es lo que le gustaría hacer en un futuro?

-Pues…- lo había decidido hacía tanto tiempo que ni se acordaba. Charlie le había contagiado aquel amor hacia las criaturas mágicas y siempre se había visto cuidando de ellas, viajando por el mundo para conocerlas a todas. Sin embargo… -Creo que todo lo que ha ocurrido me ha hecho cambiar de opinión respecto a mi futuro, profesora.

-¿A qué se refiere con eso?- preguntó tranquilamente, alzando la cabeza para observar a su alumna a través de las gafitas que permanecían colocadas sobre su nariz.

-Quería dedicarme al Cuidado de Criaturas Mágicas… Trabajar con ellas o incluso dar clase como el profesor Hagrid- afirmó mirándose las manos, las cuales enredaba nerviosamente sobre sus piernas –Sin embargo ahora lo veo como un sueño infantil, como uno de esos deseos que tienen los niños pequeños. Este año me he dado cuenta de que la vida es más cruel de lo que podía imaginar y que, si no hago las cosas por mí misma, nadie las hará por mi- alzó la mirada, encontrándose nuevamente con la de la profesora, que asintió a sus palabras, en silencio, dejándola terminar. Quizá fuera esa la manera que tenía de desahogarse -. Profesora, me gustaría encaminar mi carrera a luchar contra las Artes Oscuras.

-Quiere ser auror ¿verdad?- preguntó, dibujándose en sus labios una tranquila sonrisa de comprensión. Divinity asintió firmemente, sin cambiar su expresión… Estaba decidida –La semana que viene le traeré unos folletos informativos acerca de la carrera que desea emprender una vez acabe Hogwarts. Espero que sepa que ser auror requiere no solo fuerza mágica, sino que se necesita tener siempre alerta los cinco sentidos, tener reflejos, ser rápida,…

-Lo sé, profesora- contestó, sonriendo ligeramente de medio lado -. Daré lo mejor de mí misma… Entrenaré mi cuerpo y mi mente para ello cuanto sea necesario. Pero quiero ser auror.

-¿Me permite la osadía de preguntarle por qué, señorita Prewett?- preguntó McGonagall, reclinándose ligeramente hacia delante para mirarla con curiosidad.

-Porque no quiero que otros pasen por lo que yo estoy pasando- contestó, agachando nuevamente la mirada, casi azorada -. Y porque no quiero dejarles como herencia a mis hijos un mundo lleno de guerras- aquello arrancó una pequeña risa de boca de la profesora McGonagall, que alargó la mano para coger una de las de la bruja.

-¿Tan joven y pensando en hijos, señorita?

-Bueno es que…- su sonrojo se hizo más que notable en sus mejillas, que se calentaron de sobremanera –Mi madre siempre decía que, ante todo, debía pensar en lo que quería dejar en el futuro, que hiciera lo posible por cambiar aquello que no me gusta para que mis hijos no tengan que sufrir lo que yo sufro. Creo que ahora la comprendo mejor que nunca y por ello me gustaría hacer realidad sus deseos.

No tardó mucho en llegar el final del mes de Enero y el comienzo de Febrero. Todo Hogwarts se había enterado de la procedencia de la bruja y los Slytherin, con tal de intentar molestarla, ya no utilizaban su apellido al llamarla, sino que la llamaban “Black” o incluso “La bastarda” con tal de reírse de ella.

Pero Divinity no tenía tiempo para sus niñerías… Dedicaba su tiempo a intentar estudiar para los TIMO e incluso se había comenzado a interesar por las pociones, algo que había hecho que la bruja pasara algo más de tiempo, de vez en cuando, encerrada con marcus en el aula de pociones o incluso por los terrenos en busca de algunas plantas.

Sin embargo todos llevaban mucho tiempo esperando un día en concreto: el cumpleaños de Ytzria. Iba a ser su décimo sexto cumpleaños y, aunque les tocaba celebrarlo dentro de la escuela, los tres amigos ya tenían su regalo preparado. Y no solo eso, sino que con la ayuda del ingenio de los gemelos y su buena relación con los elfos domésticos de las cocinas, le tenían preparado un pequeño banquete de cumpleaños.

-¿Pero dónde me llevas?- preguntó Ytzria, hinchando graciosamente los mofletillos mientras mantenía los brazos colocados hacia delante para no chocarse con nada. George le había tapado los ojos y no se fiaba mucho de él.

-Ya te lo dije, es una sorpresa- contestó nuevamente el pelirrojo, entre risas, agarrando a su amiga por los hombros y empujándola ligeramente para que continuara andando. Ytzria se mantenía en tensión mientras caminaban, con las manos tanteando el aire, como si pudiera encontrar delante suya algo con lo que toparse.

De repente, sus manos agarraron algo… El tacto era suave como de lycra… continuó rozando, como reconociendo aquello… Eran formas curvadas, sutiles. Ladeó ligeramente la cabeza y frunció ligeramente el ceño.

-No es por quitarte la diversión, pero Ytzria, este tipo de relaciones no son de mi gusto- Enseguida los gemelos y Divinity se echaron a reír a carcajadas mientras Ytzria se llevaba las manos al pañuelo para quitárselo. Allí delante estaba su amiga, con los brazos en jarras, vestida con unos vaqueros anchos y, tal y como su tacto le había dicho, una camiseta de lycra de color negro.

-¡Lo siento! ¡Lo siento!- se disculpó una y otra vez, con los ojitos cerrados y completamente roja por la vergüenza.

-Vamos, no ha sido nada- la tranquilizó su amiga, posando ambas manos sobre sus hombros, con ternura -. Creo que George te dirigió directamente a mí precisamente para ponerte en un aprieto.

-Quería ver su cara, lo siento- rió el pelirrojo mientras Fred se acercaba a su hermano, dándole una buena colleja.

-¿No sabes que eso no se le hace a una dama?- replicó mientras George se llevaba la mano a la nuca, hinchando los mofletes como un crío chico. El tono en el que Fred había regañado a su hermano, hizo que las dos amigas se echaran a reír, quitándole peso al asunto para que Ytzria no se sintiera tan cohibida.

Cuando Ytz se quiso dar cuenta, estaban en una de las aulas abandonadas de la escuela, la cual habían adornado con guirnaldas de papel y un cartelito luminoso donde se podía leer “Feliz cumpleaños”. En tres mesas juntas, habían colocado pastelillos y jarras de jugo de calabaza que los elfos habían preparado para ellos, hasta con una pequeña tartita de chocolate y nata con sus correspondientes 16 velitas. Y en una mesita aparte, unos cuantos regalos, todos envueltos con papeles brillantes y grandes lazadas. Pero de entre ellos había uno que destacaba, el más grande, del cual provenían incluso algunos soniditos extraños.

-Venga, ábrelos- la instó su amiga, empujándola un poquito con las manos hacia la mesa de los regalos -. Hay un regalo de cada uno.

-Y uno de nuestra madre- dijeron los gemelos a la vez, pasándose los brazos por sobre los hombros y adoptando una postura chulesca y despreocupada.

-Mu… muchas gracias- murmuró Ytzria, casi al borde del llanto. Ese tipo de acciones siempre habían hecho que se emocionara ¡Se habían acordado de su cumpleaños!

-Sabes que no hay que darlas, princesa- dijo Fred, guiñándole el ojo -. Venga, abre el mío primero.

-¡Y una leche! El primero que va a abrir será el mío- se quejó George, mirando de reojo a su hermano, el cuál se soltó de él, girándose para mirarle.

-¿Por qué el tuyo? ¡El mío es mejor!- se quejó ahora Fred. Los dos hermanos habían comenzando una tonta discusión, dándose empujoncitos el uno al otro, frunciendo sus ceños de manera cómica. Divi, como ya les conocía, aprovechó para coger su regalo y tendérselo con una sonrisa.

-Deja que se arreglen ellos, abre mi regalo- sonrió. Ytzria, que estaba preocupada por la pelea de sus dos amigos, se giró al oír a su amiga, sonriendo ampliamente y con las manos alargadas hacia ella. Cogió el paquete, envuelto con papel de regalo de un fuerte color fucsia, con un bonito lazo rosa. Con cuidado de no romper el papel, comenzó a abrirlo, lentamente.

-¡Eso no es justo!- exclamaron los dos hermanos al ver que Divi se les había adelantado, colocando los brazos en jarras y reclinándose hacia ella ligeramente.

-Se siente, chicos, no haberos puesto a pelear- rió, mirando hacia su amiga que, del interior del paquete, sacó un libro bastante antiguo , forrado en piel, pero con las páginas de pergamino aún en perfecto estado. En letras bordadas de color esmeralda podía leerse en la portada “El gran diccionario de plantas mágicas y sus aplicaciones”. Ytzria lo miró embobada, con los ojos abiertos como platos -. Era de mi padre. Sé que siempre que venías a casa te gustaba ojearlo con él, así que he pensado que sería un buen regalo- sonrió, señalando hacia el libro -.Dentro hay otra cosita- Ytzria se apresuró a abrir el libro sacando del interior, más sorprendida aún, una pequeña pulsera de oro, finita, con un montón de pequeñas snitch colgando.

-Es… es… ¡Me encanta!- corrió a abrazarse a su amiga, conteniendo las lágrimas que, como siempre, amenazaban con salir. Divi la acogió con cuidado entre sus brazos, acariciando su espalda con toda su mano.

-Ya, ya, no llores Ytz- intentó calmarla, besando su mejilla con cariño -. Yo con que aceptes el regalo y te sientas feliz, me doy por satisfecha.

El siguiente en abrir fue el de George, quien le había regalado un conjunto de gorro, bufanda y guantes de lana para el invierno. Siempre que Ytzria salía a la calle, se quejaba de que había mucho frío y siempre se ponía un conjunto parecido. El pelirrojo había pensado que le gustaría cambiar de vez en cuando, no llevar el mismo, y al parecer a Ytzria le agradó la idea, pues se lanzó de igual modo sobre George.

Molly, como casi siempre, le había regalado una prenda hecha a mano. Esta vez le había hecho un bonito chaleco de lana, de color blanco roto, con su inicial bordada en lana de un clarito color miel, al igual que los bordes, rematados del mismo color.

Y por fin llegó el momento de abrir el de Fred. El paquete no había dejado de emitir extraños sonidos. Incluso Ytz habría jurado que hasta se había movido en un par de ocasiones. Con el mismo cuidado de siempre, alargó las manos hacia el paquete y lo fue abriendo. Poco a poco comenzó a aparecer una jaula de metal, tan vieja como todas las que había en “El Emporio de la Lechuza”. No podía creérselo. Allí dentro revoloteaba un pichoncito de lechuza parda, tan pequeña como una snitch y con las plumitas completamente erizadas.

-¡Una lechuza!- exclamó Ytz, corriendo a abrir la jaula para poder cogerla.

-¡Ten cuidado! Es un poco travieso y se escapa. Verás como…- pero no le dio tiempo a continuar. Para su sorpresa, el pichón se había dejado coger sin problemas con la rubia, que se lo acercaba hacia ella, acariciándole las plumas con un dedito.

-¡Pero qué bonito es!- lo abrazó con cuidado, cabeceando mimosa mientras el pichoncito picoteaba con cuidado su mejilla, como si quisiera darle besos.

-¡Ostras! Si al final será manso y todo- Fred alargó un dedo para acariciar la cabeza de la lechuza, pero para su sorpresa ésta respondió picándole en el dedo -¡Será..!

-¡Le llamaré Panchito!- exclamó la muchacha, entre risas, alzando con cuidado a la lechuza, que ululó alegremente, tan bajito que a penas pudieron escucharle. Le dejó sobre la mesa y corrió a abrazar a Fred, hundiendo la cabeza en su pecho, aspirando su aroma. Si no estuviera con Angelina… -Muchas gracias, Fred. Me ha encantado.

-No hay de qué, princesa. Sabe que por ti…- pero nuevamente no pudo terminar. La lechuza se había lanzado a picotearle para que soltara a su dueña. Le tiraba del pelo maliciosamente y le picaba la cabeza, lo que hizo que Fred tuviera que soltar a su amiga -¡Eh! ¡Lechuzo, paraaa!- La escena era de lo más cómica. Fred intentaba zafarse del pichón, que se había cebado con su pelo y su cabeza, correteando de un lado para otro mientras Divi y George reían sin parar, ambos sentados sobre una mesa.

-¡Le gusta Fred también!- exclamó Ytzria, sonriendo y dando pequeñas palmitas. Era la primera vez en casi tres meses que los amigos reían nuevamente juntos; la primera vez que aquella pena que invadía los corazones de las dos amigas había desaparecido por unos instantes. Y tanto para Fred como para George aquello era mucho más importante que los estudios y que el futuro. Los dos estaban de acuerdo en que siempre harían lo posible por ver sus sonrisas y escuchar sus risas una vez más.

Desde ese día, el grupo creció nuevamente. Ahora se había unido a él un nuevo miembro. Quizá Panchito no era precisamente un amigo, sin embargo Ytzria no lo dejaba solo y se lo llevaba a todas partes para tormento, evidentemente, del pobre Fred. Al parecer, se había ganado un plumífero enemigo que le daría más de un dolor de cabeza.

lunes, 10 de noviembre de 2008

CAPÍTULO 11: La verdad al descubierto

El baño de los prefectos permanecía en silencio. La piscina estaba ya completamente llena, por lo que los grifos permanecían cerrados, sin derramar ni una sola gota más. La luz del medio día se filtraba a través de las cristaleras de la estancia, creando formas y colores sobre el suelo y sobre las cristalinas aguas, que se movían, ligeramente, cuando los dos cuerpos que permanecían en el interior se movían.

La primera en salir fue Divinity, entre risas. El agua perlaba su pálida piel, resbalando por ésta, colándose hasta por los lugares más impúdicos que cualquiera pudiera imaginar. Llevaba un bikini negro, la parte de abajo como un culotte y la parte de arriba cubriendo perfectamente sus voluminosos senos. Se había recogido el cabello en un moño alto para evitar que le molestara mientras nadaba, lo que dejaba su cuello y su espalda completamente al descubierto. Se estiró felinamente, de espaldas a la piscina, de la cual ya salía la otra persona.

Haciendo acopio de sus fuerzas, Marcus posó las manos sobre la orilla y se impulsó, saliendo del agua, tensándose sus músculos de forma que aún se notaban más. Las gotas recorrían cada centímetro de su anatomía, acariciando aquel cuerpo que suponía el pecado para cualquier mujer que lo mirara. Tenía un torso musculado, sin ser exagerado, una piel suave y tersa, que junto con su porte varonil le hacían el muchacho perfecto. Tan solo un bañador negro cubría parte de sus muslos y su zona más pecaminosa. Se echó el azabache cabello empapado hacia atrás antes de acercarse a su acompañante. La observó unos instantes, recorriendo con la mirada sus curvas. Se acercó más aún, estrechando la distancia que separaba ambos cuerpos hasta hacerla nula. Posó las manos sobre los hombros de la rubia, sin a penas rozar su piel, deslizándolas por ella.

-Ah… Marcus…- murmuró la rubia a la par que exhalaba un suspiro de placer. Su piel había comenzado a erizarse a medida que las manos del muchacho se deslizaban por sus brazos. Echó hacia atrás la cabeza, ligeramente, cosa que Marcus aprovechó sin dudarlo un segundo Se reclinó hacia ella y comenzó a besar su cuello de manera sensual, sorbiendo su piel hasta casi el límite del dolor mientras sus dedos ahora se habían posado sobre su estómago. Los suspiros de la bruja se estaban haciendo más y más constantes, su respiración se aceleraba, al igual que el fuerte bombeo de su corazón. Las manos de Marcus ascendieron por su estomago mientras se pegaba más a ella, haciéndola partícipe del avanzado estado de excitación en el que se encontraba su cuerpo. Divinity se tensó en ese instante, gimiendo, mientras sentía como las manos de Marcus aferraban casi posesivamente sus pechos, atrayéndola más hacia él.

-Divi…. Divi…- susurraba una y otra vez… sentía cómo su cuerpo se agitaba cada vez más violentamente. Pero había algo raro ahí, algo tremendamente extraño. La voz de Marcus se iba haciendo más fina, se iba pareciendo a la de…

Abrió los ojos de golpe, sobresaltada, sin saber muy bien dónde se encontraba. Miró su derecha y allí, vestida con un pijamita de lo más sencillo, de color azul celeste, y abrazada a la almohada, estaba Ytzria. A penas estaba amaneciendo, pero la poca luz que entraba por la ventana dejaba ver que estaba pálida y al borde del llanto. Todo lo contrario que su amiga, que tenía las mejillas completamente ardiendo.

-¿Y… Ytzria?- murmuró, aún sin saber muy bien dónde estaba ni qué estaba pasando.

-Estabas haciendo ruidos muy raros- murmuró la muchacha, quejosa, mientras miraba a Divinity, que aún estaba un poco descolocada.

-¿Ruidos muy raros?- preguntó, sentándose sobre la cama. Sí, ya empezaba a situarse. El día después de Navidad, Remus había ido a buscar a su ahijada para llevársela a casa y que no se sintiera tan sola después de lo ocurrido. Sin embargo, Remus tuvo que llevarse a Ytzria también con él ya que, desde primero, las dos formaban una inseparable pareja. Y allí estaban, en una habitación con dos camas, en casa del lupino.

-Sí, sí- asintió muy segura, mirando a Divi con sus grises ojillos bien abiertos -. Balbuceabas un nombre y hacías ruidos como éstos- comenzó a gemir bajito, sin dejar de mirar a Divinity que, muerta de la vergüenza, se tumbó sobre la cama, tapándose con las mantas… ¡Había gemido en sueños!

-Es… es que estaba soñando que me ahogaban- murmuró. Fue la primera excusa tonta que se le ocurrió, pero al menos esperaba que eso bastara para saciar la curiosidad de su amiga ¿Cómo iba a decirle que estaba teniendo un sueño erótico con un chico al que acababa de conocer ese año?

-¡Divinity! ¡Ytzria!- la voz de Lupin cortó aquella tensa situación, evitando que Ytzria pudiera preguntar nada más -¡El desayuno está listo!- Con oír aquellas palabras, los estómagos de ambas muchachas rugieron molestos, hambrientos, lo que hizo que las dos rubias de echaran a reír alegremente mientras se incorporaban.

La mesa estaba puesta para los tres. Como cada mañana desde que estuvieran allí, Remus había preparado el desayuno, calentando un poco de leche y café, haciendo unas tostadas y sacando un bote de cerámica con galletas que les llevaba Molly cada dos días. El fuego de la cocina había hecho que ésta entrara en calor, evitando que el gélido ambiente de fuera enfriara el interior.

-Buenos días Remus- dijo Divi, tomando asiento en una de las sillas, alargando ambas manos hacia la jarra de leche caliente para echarse un poco.

-Buenos días profesor- murmuró Ytzria, con las mejillas ligeramente sonrosadas. Sentía devoción por Lupin desde que le conociera el año anterior como profesor; había sido el único en dedicar algo de su tiempo en volver a explicarle, cuantas veces necesitara, las lecciones impartidas en clase.

-Buenos días Di, Ytz- sonrió el hombre, tomando asiento entre ambas muchachas -. Ya te he dicho que ya no soy tu profesor, así que, por favor, llámame Remus- una tranquilizadora sonrisa se dibujó en los labios del lupino. Le gustaba tener a las muchachas en casa, aunque sabía que, cuando llegara el verano, no podría hacerse cargo de ellas -. Venga, desayunad que hay que regresar a Hogwarts.

-Las vacaciones siempre se hacen cortas- refunfuñó Divi mientras se metía una de las galletas en la boca, con cara de fastidio.

-A mi me gusta estar en Hogwarts- confesó la otra muchacha, con una inocente y soñadora sonrisa, con los grises ojillos entrecerrados en una infantil mueca -. Además, así podemos estar más tiempo con Fred, George y Lee ¿no?

-¡Ostras! ¡Pues se me ocurrió una buena broma para los de mi casa!- exclamó de repente Divi, dando una palmadita, lo que provocó que su padrino la mirara severamente.

-¿Qué te dije el año pasado acerca de las bromas?- preguntó, dando un sorbo a su café, dejando que el calor de éste templara su garganta.

-Que no las hiciera porque luego me castigan- recitó la muchacha, poniendo los ojos en blanco. ¡Con lo divertidas que le parecían! Además, mientras se mantenía ocupada pensando en bromas, la reciente muerte de sus padres le parecía más y más lejana.

Cuando acabaron de desayunar, Ytzria fue corriendo a revisar que tenía todo metido dentro de su baúl. Divinity iba a seguirla cuando Remus la tomó con cuidado del brazo, pidiéndole por favor que le acompañara al salón e invitándola, con un sutil gesto, a tomar asiento en el sofá.

-Verás, Divi- comenzó, hablando con la misma tranquilidad y ternura que siempre le caracterizaba. Su voz, para la rubia, era el mejor bálsamo cuando estaba herida en lo más profundo de su ser -. El año pasado, tu madre y yo tuvimos una conversación que ahora mismo no viene al caso- el hombre se acercó hacia una pequeña mesilla al lado del sofá, donde reposaba una sencilla lamparita de mesa, algo sucia por el polvo acumulado allí. Abrió el cajón y sacó, de su interior, un cuaderno de tapa gruesa, forrado de piel, con las iniciales J.B. cosidas con hilo de oro.

-¿Qué es eso, Remus?- preguntó curiosamente, sin darle tiempo a su padrino de terminar de explicarle. El hombre sonrió de medio lado ante la pregunta, y alzó un poco la mano, pidiendo tiempo para poder explicarle.

-Como decía- continuó -, tu madre y yo tuvimos una conversación en Hogsmeade el año pasado. Me pidió que si le pasaba algo antes de tu mayoría de edad te diera esto- acarició con la mano el lomo del cuaderno, lentamente, quedándose encerrado en sus pensamientos durante unos largos instantes -. Jamás pensé que tendría que dártelo, la verdad- Divinity no comprendía muy bien de qué iba aquello ¿Por qué querría su madre que le diera un libro?

-Remus… No entiendo nada- dijo, sin rodeos, rascándose ligeramente la nuca, algo perpleja. Remus se sentó a su lado y, con cuidado, posó el libro sobre las piernas de su ahijada, dedicándole, nuevamente, una sonrisa tranquila. Cada poro de su piel rezumaba paz, tranquilidad, y hacía que cualquiera llegase a sentirse cómodo en su presencia. Ese era el mayor don de su padrino.

-Este libro era el diario de tu madre, Divinity- dijo, tras tomarse unos instantes antes de contestar. La violácea mirada de la muchacha se iluminó de repente, bajando la mirada hacia aquel tesoro, hacia aquella reliquia -. Siempre has tenido muchas preguntas a las que no se le dieron respuesta, muchas dudas que nadie ha sabido disipar- continuó, acariciando las manos de su ahijada ahora. Divi alzó la mirada hacia él, parpadeando, casi al borde del llanto. Desde hacía tiempo había encerrado la pena por la muerte de sus padres en lo más profundo de su ser pero, en ese instante, las lágrimas volvían a amenazar con salir.

-¿Y… y esto… me ayudará a entender…?- preguntó titubeante, cortándosele hasta la voz. Remus asintió con suavidad, tomando entre las propias las manos de la rubia, apretándolas con ternura.

-Ahí dentro, Divi, tienes todas las respuestas- murmuró, acariciando con sus pulgares las partes de piel que podía, sosteniendo la mirada de la niña, intentando infundarle un calor casi paternal -. Sé que al principio te costará asumir todo lo que ahí dentro te explica tu madre, pero confío en que algún día llegues a comprenderlo y a aceptarlo todo.

-“Quizá algún día llegues a comprenderlo y a aceptarlo todo”- se repitió a sí misma un poco después, ya a solas en la habitación, sentada sobre su cama. La ilusión inicial de poder leer todos los recuerdos de su madre, se había mezclado con un sentimiento de pánico, de terror hacia la verdad. Esas palabras de Remus la habían turbado demasiado. Sí ahí estaba toda la verdad… ¿Significaba que, hasta entonces, había estado viviendo una mentira?

-Diviiiii- canturreó desde la puerta Ytzria, sacándola de sus ensoñaciones -. Venga, coge las cosas que dice tu padrino que nos tenemos que ir ya- la chiquilla sonreía tan inocente como siempre, con los ojillos ligeramente entrecerrados y los labios curvados en una sonrisa. Llevaba un abriguito de invierno largo, con los bordes forrados en pelito blanco y un sombrero a juego.

-Sí, perdona, me quedé atontada de repente- se disculpó Divi, sonriendo, mientras se levantaba para recoger su bolsa, que aún estaba abierta en el suelo. Metió el diario, la cerró y la cogió del asa para salir junto con su amiga de la habitación.

-Estás como ausente- murmuró Ytz, mirando hacia su amiga mientras bajaba, de espaldas, las escaleras -¿Te encuentras bien?

-Sí, sí, no es nada- mintió la rubia, arrugando la varicilla -. Solo me había quedado pensativa un rato. Es raro, pero a veces lo hago- rió por lo bajo. Siempre había sido la fuerte de las dos, la que no dudaba, la que era capaz de coger la vida y ponérsela por montera ¿Cómo iba a dejar que Ytzria la viera derrumbarse una vez más? No, ella no era de las que se rendía fácilmente.

El viaje se les hizo relativamente corto. A media tarde ya estaban traspasando las puertas del castillo donde Fred y George las esperaban con sendas sonrisas. Al parecer George se había dedicado en su ausencia a hacer unas cuantas bromas con lee mientras que Fred afirmaba haber sido “arrastrado en todo momento a hacer cosas que no eran precisamente de su agrado”.

-Te dije que debiste haber invitado a Ytzria- le susurró Divinity cuando vio que George ya estaba molestando y haciendo cosquillas a Ytzria, que se retorcía alegremente.

-¿Vas a estar recordándomelo toda la vida o qué?- murmuró malhumorado, o más bien tristón. Sabía que debía haber hecho caso a su prima y no haber hecho tal locura. Ahora, por culpa de eso, estaba embarcado en una especie de relación que no era precisamente de su agrado.

-¿Por qué no la dejas? No es la primera vez que lo haces- se encogió de hombros, sentándose en uno de los escalones mientras se quitaba el abrigo, abrazándolo contra ella con cuidado -. No puedes estar mal a gusto con alguien que no te deja ni ir a mear solo ¿No?

-No es tan sencillo, enana- dijo Fred, sentándose al lado de su prima. No era muy común ver a ninguno de los dos gemelos abatidos, sin embargo Fred lo estaba -. Angelina tiene demasiado genio y encima está en nuestro equipo de quidditch. Ya Oliver nos dijo que esperaba que la relación no afectara en nada al equipo- suspiró largamente, echando hacia atrás la cabeza -. Sin embargo se pasa todos los entrenamientos detrás de mí.

-Pero éste año no hay quidditch- dijo, sin comprender, mirando hacia su primo. En verdad lo agradecía. El quidditch no era un deporte que, precisamente, le agradara.

-Pero estas Navidades, como no teníamos nada mejor que hacer, a Oliver se le ocurrió pedir permiso para entrenar ¿Te imaginas lo que haría Angelina si la dejo?

-Eres un cobardita y un calzonazos- le dijo directamente, sin rodeos. No le gustaba andarse por las ramas -. Te estás dejando llevar por ella ¿Qué será lo próximo? ¿Qué te pida que le limpies las bragas? ¿Qué te haga ponerte a cuatro patitas y ladrar como un perro?- negó suavemente, dándole un par de palmaditas en la cabeza, casi burlona –Créeme Fred, si sigues así acabarás siendo su mascota. Y no creo que sea eso lo que quieres ¿Verdad?- el pelirrojo se limitó a suspirar y a asentir, sin decir nada más. Alzó un poco la mirada, hacia donde su hermano e Ytzria estaban hablando con George, quien la mantenía agarrada por la cintura.

-Mi hermano siempre ha conseguido estar más cerca de ella que yo- murmuró, suspirando largamente -. Yo si no es con bromas o porque quiera defenderla, no soy capaz de entablar conversación con ella.

-Pues inténtalo- le dijo la rubia, mirándole -. El día dos del mes que viene es su cumpleaños. Aprovecha para saber de ella: lo que más lo gusta, lo que no, lo que podría querer o necesitar,…- sonrió de medio lado, tomando la m ano del gemelo entre las propias, con suavidad –Habla con ella conócela plenamente y deja que ella te conozca también a ti. Y después hazle un regalo que sepas que pueda hacerle mucha ilusión.

-Gracias, prima- dijo el pelirrojo, abrazándola cuidadosamente contra él -. No sé que haría sin ti ¿eh? Eres un ángel.

-Te equivocas, el ángel es ella. Yo soy una pequeña serpiente perdida- susurró, besando su mejilla de manera apretada, entre risas. Y en verdad así se sentía en esos momentos, como una serpiente encerrada en un terrario pensando que es su desierto natal, viviendo en un lugar y una vida que no le corresponde por naturaleza.

Regresó a su habitación tras la cena. Había estado retrasando aquel momento todo cuanto pudo, pero en su interior sabía que tarde o temprano llegaría aquel momento. Se quitó la ropa y se puso el pijama para estar más cómoda. Con cuidado se sentó en la cama, cubriéndose con las mantas, y sacó la carta del interior del diario. El pergamino ni siquiera estaba sellado, simplemente doblado cuidadosamente, sujeto al diario con un lazo de color marfil. Tomó aire y lo desdobló casi con miedo. La letra era sin suda la de su madre, legible, alargada y redondeada, tan hermosa como lo fuera ella en vida. Los violáceos ojillos de la rubia se posaron en el comienzo de la carta para comenzar a leer aquello que daría respuesta, de una vez por todas, a las preguntas de su alma.

Mi querido tesoro:

Si estás leyendo esto es que, por desgracia, la vida me ha arrancado de tu lado antes de verte cumplir tu mayoría de edad. Ante todo, mi vida, no llores por mí… Aunque tú no lo veas, aunque no lo sientas, siempre permaneceré a tu lado, en tu corazón, vigilando cada momento de tu vida, riendo y llorando contigo. Cuando naciste, mamá te hizo una promesa, que siempre estaría a tu lado, y no te quepa duda de que, de un modo u otro, siempre lo estaré.

Te conozco, mi bebé, y sé que no aceptarás esto de la manera que yo quisiera, y que no tendrás unos brazos cercanos sobre los que llorar mientras lees estas líneas porque lo harás en soledad. Pero ante todo quiero que sepas que me encantaría habértelo podido contar cara a cara, explicarte todo de manera que pudieras comprender lo que ahora voy a decirte. Por eso ésta carta va con el diario, porque en él guardo los secretos de mi corazón, que ahora se abrirán a ti para que éste cambio, para que ésta nueva verdad te sea más comprensible.

¿Cómo comenzar algo tan difícil? Supongo que, a estas alturas, ya habrás experimentado lo que es que te guste un chico… Estás en la edad. No, no frunzas el ceño, Divi, aunque no te des cuenta, él ya existe para ti.

Cuando yo tenía tu edad, también había un él, y existía para mí con tanta fuerza que hasta me era doloroso. No puedes hacerte una idea de lo guapo que era… Esos ojos azules y profundos, llenos de vida, ese cabello negro y enmarañado, esa expresión de picardía,… Me gustaba, le quería, pero me daba tanta vergüenza hablarle que no era capaz de acercarme a él. No, no estoy siendo cursi, cariño. Por favor, continúa leyendo.

Le quería, pero para él creía no existir. Siempre estaba rodeado de chicas o haciendo bromas con sus amigos. Y yo… yo solo le observaba de lejos junto con Karen. Cuando leas el diario ya sabrás quién era, no te preocupes por ella ahora, por favor. ¿Sabes? Así conocí a tu padrino. Remus me descubrió una tarde de invierno observándole jugar con sus amigos y, desde ese momento, no había día en el que no habláramos al menos diez minutos. Le conté lo que sentía, o más bien se dio cuenta él solo, y provocó que, un día, yo apareciera en su vida. Jamás me sentí tan feliz como en el instante en el que su sonrisa, aquella que me había cautivado, iba dirigida a mí y no a una de sus conquistas. Desde ese momento supe que le querría hasta el fin de mis días. Y así ha sido.

Sirius… No sé exactamente cuándo ni cómo, pero nuestra amistad se fue convirtiendo en algo más… Mi admiración se convirtió en un amor más puro de lo que ya era, y su curiosidad y sus juegos, hicieron que yo fuera más que “la amiga de Remus”. Nos enamoramos. Fueron los meses más maravillosos de mi vida pero, como ya sabrás, la vida no es un camino de rosas.

Quien-tú-sabes se alzó con más fuerza que nunca y amenazaba con destruir todo aquello que conocíamos y amábamos. Sirius lo sabía y quiso luchar. Y yo, que no deseaba cortar las alas de su libertad, simplemente le dejé marchar, con la esperanza de esperarle con una bonita sorpresa entre mis brazos: Tú, mi vida. Siempre me has preguntado acerca de tu don para comprender a las serpientes, de tu conexión con Slytherin, y yo jamás te di la respuesta. Ésta es la verdad, mi vida…Albert no es tu padre biológico. Lo sabía, claro que lo sabía… Cuando nos casamos tú ya tenías casi dos años y te quería como si fueras sangre de su propia sangre… En cierto modo, Al es tu padre y tú eres su hija aunque tus genes así no lo digan.

Sé que ahora te costará entenderlo, y sé que pensarás que quizá me casé por despecho o por darte un padre, pero con el tiempo comprenderás que se puede amar a varias personas de distintos modos y no por eso ser menos importantes en tu vida. Yo he amado a Sirius durante todos estos años porque fue el amor de mi vida, la persona a la que le entregué todo desde el primer beso. Pero también he amado a Albert porque ha sido la persona que siempre ha estado a nuestro lado, aquella a la que le he dado mi felicidad, con la que he compartido la alegría de crear una familia y criar un tesoro, nuestro tesoro… Tú.

Perdóname por no habértelo contado antes… pensaba hacerlo cuando cumplieras la mayoría, pero, al parecer, Merlín no lo ha querido. Como ya te dije, todo está escrito aquí… Todo lo que mi corazón sentía, mis pensamientos. También en casa, en el sótano, hay un pensadero y un montón de recuerdos en el armario. Sí, aquel que siempre ha permanecido cerrado. Ahora estará abierto para ti, tesoro. Mi vida está repartida entre ellos y este diario.

Solo una última cosa, cariño. Vive feliz. No malgastes tu vida llorándonos, porque tus lágrimas no van a hacer que volvamos. No te niegues tus sentimientos por muy difíciles que puedan parecer o por lo que la gente pueda decir. El amor solo hace daño cuando es egoísta. Vive el día a día, disfruta de tu juventud y lucha por tus sueños hasta que los consigas, porque solo en tu mano está el destino.

Te quiero mi amor, te quiero como a nada en éste mundo porque tú has sido ese rayo de sol que me hizo seguir adelante. Busca el tuyo y agárrate a él.

Un beso desde el cielo:

Mamá

Pronto la tinta se emborronó, dejando pequeñas manchas y pequeños surcos. Estaba llorando. Maldecía por lo bajo su suerte, sin embargo, aunque en ese momento no se diera cuenta, aquellas letras le habrían quitado un terrible peso de encima. Conocía su existencia, el por qué de sus desgracias… Sabía su relación con las serpientes, el por qué de su cabello, de su carácter, todo… Ahora sabía que su apellido no era Prewett, sino Black. Divinity Black.

sábado, 1 de noviembre de 2008

CAPÍTULO 10: El baile de navidad

El tiempo pasaba lenta y dolorosamente para Divinity. La pérdida de sus padres había supuesto un mazazo emocional para la muchacha, que apenas salía de su cuarto si no era para las clases o para comer algo, siempre en compañía de sus amigos. Además de eso, el revuelo del Baile de Navidad la ponía de los nervios… Todo el mundo hablaba de sus parejas para el baile, de sus trajes. Fred al final había decidido invitar a Angelina al baile y George había invitado a Ytzria, esperando que su hermano se dejara de tonterías y acabara sacando a la rubia a bailar.

Una mañana de finales de diciembre, poco antes del baile, Divinity recibió en su propia habitación un enorme paquete bien envuelto en papel de regalo color carmín, con flores doradas, y un pergamino enrollado. Lo encontró sobre la cama cuando subió de desayunar, así que, con cuidado, desenrolló el pergamino y lo desplegó. La letra era de su padrino. Suspiró largamente y se dispuso a leer.

Mi querida Divinity:

¿Cómo estás? Espero que mucho mejor que la última vez que nos vimos. Sé que te resultará extraño que te escriba enviándote este gran paquete, pero tu madre quería que lo tuvieras tú. Es el vestido con el que acudió a su primera cita formal cuando tenía a penas 17 años. Seguro que estás preciosa en el baile con él. Disfruta de tu día y sé una princesa de radiante sonrisa. Os iré a buscar el día 26 a última hora de la tarde.

Te quiere tu padrino:

Remus J. Lupin

Divi se mordió ligeramente el labio inferior, con las lágrimas saltadas… Ese traje era de su madre y, al igual que todo lo que había en la casa, ahora le pertenecía a ella. Dejó el pergamino a un lado y quitó el papel de regalo de la caja de cartón. La destapó y, con cuidado, cogió el vestido que yacía en su interior, alzándolo y sacándolo de su confinamiento. Era un precioso vestido largo, de color azul cielo, de verano. Sus tirantes eran finos y su escote de pico, lo que realzaría, evidentemente, los encantos de la muchacha. Una sonrisa se le escapó de los labios al imaginarse a su madre, joven y sonriente, vestida con aquel traje.

Junto con el vestido, venían unos zapatos de verano de color marfil, de tacón, y un tocado para el pelo… Aunque no fuera al baile, había decidido que, al menos, llevaría puedo el traje, ya que estaba segura de que a su madre le habría hecho ilusión verla con él puesto.

Tras dejar el vestido colgado en su armario, con los zapatos y el tocado, mucho más animada que los últimos días, la bruja salió de la habitación, dirigiendo sus pasos hacia la sala Común para salir en busca de sus amigos. Pero antes de poder tocar el pomo de la puerta para salir de allí, una voz se alzó a sus espaldas.

-Vaya, chicos, mirad… Ahí va Prewett- se burló la voz de Malfoy, secundada de las risas de sus dos inseparables gorilas -¿Vas a ir a llorarles a mamá y a papá? ¡Ah no! ¡Si están muertos!- las risas se hicieron más fuertes mientras que la rubia apretaba los puños con tanta fuerza que se le notaban las venas… la rabia empezaba a carcomerla por dentro –Aunque si yo tuviera una hija como tú no habría esperado a que me mataran, me habría…- pero no puedo terminar la frase. Divinity se había precipitado sobre Draco, con los ojos encendidos de rabia, empujándole contra la pared. Malfoy emitió un gritito de lo más cómico, asustado, mientras Divi le agarraba del cuello con la mano izquierda.

-Mira, sucia rata de cloaca- murmuró la rubia, apretando sus dedos en torno al cuello del muchacho, que tanteaba con sus manos en busca de su varita, entre gemidos de terror -, como vuelvas a mentar una sola vez más a mis padres, serán los tuyos los que se avergüencen de tenerte como hijo, porque voy a dejarte tan destrozado y voy a echar tan por tierra tu reputación en todo el Mundo Mágico, que desearás no haber nacido- un nuevo jadeo de miedo brotó de los labios de Malfoy cuando, con la mano derecha, Divinity le agarró la muñeca con la que buscaba la varita, encontrándose sus miradas : la de él suplicante, la de ella matadora -. Y por si acaso se te olvida, te dejaré un buen recordatorio- se separó lo suficiente y, con la misma fuerza que cualquier otro chico, golpeó con violencia el estómago de Draco, que se dobló de dolor, cayendo al suelo.

Alrededor de los dos se había formado un grupo de Slytherin, que miraban en silencio y acobardados la escena. Divi se giró, con los ojos entrecerrados y llenos de odio, mirando a todos y a cada uno de los allí presentes.

-¿Alguien más quiere acabar como Malfoy o peor?- todos dieron un paso hacia atrás, y la rubia se abrió paso entre ellos, sin decir más: aquella mirada de odio que les echó había servido de más aviso que cualquier palabra. Después de aquella demostración de que, pese a estar rota por el dolor, seguía siendo la misma muchacha fuerte de siempre, sus compañeros volvieron a hacerle el vacío en el que ella se encontraba tan a gusto.

La noche del Baile no tardó en llegar y todo eran nervios. Fred y George ya esperaban en lo bajo de las escaleras, vestidos con sendas túnicas de gala negras, con su camisa y su pajarita. Fred llevaba el pelo bien peinado, con la raya hacia un ladito, mientras que George se lo había echado todo hacia atrás. Estaban los dos radiantes, muchísimo más guapos que nunca.

-Tío, estoy nervioso ¿eh?- susurró Fred, emitiendo un largo suspiro, echando hacia atrás la cabeza.

-¿Por qué? ¿Por Angelina? Ni que nunca hubieras hablado con ella- dijo su gemelo, mirando de reojo a Fred, que se contuvo para no darle una colleja, como siempre.

-No, bruto ¡Por Ytzria! Espero que esto funcione, porque sino no tengo ni idea de qué haré para que se fije en mi- murmuró, colando un dedo por el cuello de la camisa para holgárselo mientras George abría la boca para decir algo. Pero en ese momento, Angelina bajó las escaleras con un sencillo traje color verde botella, sonriendo a los gemelos.

-¡Vaya Angelina! Estás muy rara sin la túnica de quidditch ¿eh?- se burló George, riendo, mientras la muchacha enarcaba ambas cejas, mirándole de reojo.

-Perdona, pero a mí todo lo que me ponga me sienta bien- alargó la mano, la cual Fred cogió al acto, ayudándola a bajar las últimas escaleras.

-Estas muy… guapa- sonrió con carilla de circunstancia mientras Angelina le regalaba una amplia sonrisa, fingiéndose vergonzosa. Pero pronto los ojos de Fred se posaron en otra figura que resplandecía más que cualquier joya aquella noche: Ytzria. Llevaba un precioso vestido rojo pasión, de satén, con el escote de palabra de honor. Su cabello iba suelto, recogido con una pequeña diadema de flores, regalo de Jessica, quien fue para ella como una segunda madre, que mantenía sus cabellos enganchados, despejando su preciosa cara, ahora maquillada con tonos muy naturales, rosados, y con un brillo en los labios que a Fred se le antojó demasiado provocativo como para pasarle desapercibido -. Por las barbas de Merlín…- murmuró Fred, anonadado, mientras su hermano se adelantaba, con una sonrisa, a tenderle la mano a su acompañante.

-Pensaba que los ángeles tenían alas, pero al verte, me acabo de dar cuenta de que en Hogwarts hay uno desde hace cinco años- dijo George, mirando hacia su amiga. Las mejillas de Ytzria pronto se tiñeron de rojo, a juego con su traje, mientras alargaba la mano para tomar la del pelirrojo.

-Mu… muchas gracias, George- murmuró, a penas con un hilo de voz, mirando al gemelo y luego a Fred, sonriente -. Vosotros estáis muy elegantes también.

-Bueno ¿Entramos?- se apresuró a preguntar Angelina, agarrándose al brazo de su acompañante, casi de manera posesiva. Sin poder más que asentir, los gemelos se adentraron en la fiesta con sus dos acompañantes. El comedor estaba realmente precioso, con decoraciones de hielo y cristal. Los alumnos ya hablaban entre ellos, sentados en las mesas y a la espera de que los cuatro campeones hicieran su aparición estelar para comenzar la fiesta. Los gemelos Weasley acompañaron a sus dos acompañantes hacia la mesa donde debían tomar asiento. Con cuidado, George se adelantó para retirarle la silla a Ytzria, la cual tomó asiento con cuidado de no arrugarse su precioso vestido.

-Gracias- susurró, aún con las mejillas encendidas por la vergüenza. Fred realizó el mismo movimiento que su gemelo, pero no podía evitar mirar a Ytzria. Estaba preciosa, radiante, y eso no pasaba desapercibido para Fred. Comenzaba a arrepentirse de verdad por no haberla invitado a ella. Si lo hubiera hecho, quizá esa noche podría confesarle todo lo que su corazón guardaba.

Enseguida la música comenzó a sonar y todos los alumnos se levantaron de sus mesas para recibir con aplausos a los cuatro campeones y sus parejas. Los chicos iban muy elegantes, todos con sus túnicas de gala, y las chicas irradiaban una belleza que no pasaba desapercibida. Incluso Hermione no parecía ella y eso parecía haber fastidiado bastante a Ron, que permanecía rojo de envidia al verla aparecer con Krum. Fred y George se miraron tras observar a su hermano menor, luchando por no romper en sendas carcajadas.

Los cuatro campeones y sus parejas tomaron posiciones en la pista de baile y, en cuanto la banda comenzó a tocar la canción de apertura, comenzaron a bailar bajo la atenta mirada de los alumnos de las tres escuelas. Ytzria juntó las manos sobre su pecho, con la mirada brillante, ilusionada. Ese tipo de eventos siempre conseguían emocionarla hasta el punto de sus que ojillos grises, brillantes, se empaparan al borde del llanto.

-Qué bonito- murmuró la rubia, agarrándose al brazo de George, con cuidado, el cual alargó la mano para acariciar su mejilla, con delicadeza.

-Venga, Ytz, no llores, que este es un día feliz- le dijo el muchacho, amablemente, mientras acariciaba la sonrosada mejilla de la rubia. Poco a poco las parejas comenzaron a inundar la pista de baile tras hacerlo el director Dumbledore y la subdirectora McGonagall. George tomó con delicadeza la mano de la muchacha y la hizo girar hasta hacerla quedar frente a él, mirándola con una encantadora sonrisa en los labios -¿Me concede este baile, señorita McLouis?

-Con mucho gusto, señor Weasley- contestó la rubia, con una amplia sonrisa en los labios, adornada por el encantador rubor de sus pálidas mejillas. El pelirrojo tiró de su acompañante hasta el centro de la pista donde, tras tomarla de una mano y colocar la otra en su cintura, comenzó a bailar al ritmo de la música que sonaba. Los dos estaban radiantes. La sonrisa de Ytzria podría iluminar la soledad más profunda, y la mirada de George, dulce, encantadora, apaciguar el dolor más insoportable. Los dos amigos se tenían el uno al otro en ese momento y sabían que aquella noche sería especial. Aún así, les faltaba alguien importante, alguien que no estaba allí.

Aunque a penas era un murmullo, el viento llevaba la música hasta lo alto de la Torre de la Lechucería, donde una figura escrutaba la noche desde la oscuridad, con tan solo el tenue brillo de su varita iluminando un trozo de pergamino bastante arrugado.

-¿Me gustaría que vinieras al baile conmigo?- susurró la voz, muy suavemente, en un tono entre amargo y burlesco –No podrías ser más rastrero ¿verdad, Tonks?- la luz de la varita se apagó y, al instante, trozos de pergamino se unieron a la nieve para caer al suelo. El silencio se adueñó por un instante de la zona, como si el ambiente y las estrellas se tensaran al ver caer tristemente aquellos pedacitos de pergamino desde tan alta altura –No vuelvas a tomarme por idiota- murmuró de nuevo, intentando romper aquella atmósfera tan silenciosa.

Nuevas notas resonaron en el ambiente, nuevos ritmos que despertaron en la figura viejos recuerdos. Era una melodía dulce, lenta… No poseía muchos altibajos, lo que la dotaba de una armonía tranquilizadora. Tan tranquilizadora como el abrazo de una madre. Se giró y se introdujo en el interior de la lechucería, perdiéndose allí en dirección a las escaleras de descenso.

El resonar de unos tacones descendiendo por las frías escaleras de piedra, hizo que Marcus alzara la mirada del libro de herbología que leía tranquilamente en la biblioteca. Ya que todo el mundo estaba en el baile y tenían permiso para estar fuera de las Sala Comunes, el muchacho había decidido aprovechar para estudiar. Sin embargo, la curiosidad le pudo. Cerró el libro, dejándolo en su sitio, y salió al encuentro de aquellos pasos que empezaban a perderse en los pisos inferiores.

Descendió sin prisas, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón de su uniforme. Se detuvo en el último tramo para mirar hacia la puerta del comedor, donde una muchacha miraba, desde el marco de la misma y casi a escondidas, el baile que estaba teniendo lugar. Vestía un precioso traje de gala azul oscuro, abierto por la espalda hasta la cintura. Llevaba el rubio cabello recogido en un moño no muy bien hecho, con varios rizos saliendo de él y cayendo por su espalda y los laterales de su rostro. Se decidió y terminó de descender las escaleras, acercándose hacia aquella chiquilla.

-Ytzria está preciosa… Y hace tan buena pareja con George…- murmuró Divinity, allí detenida, al lado de la puerta. Pese a no tener intenciones de bajar, se había puesto el traje de su madre. De repente sintió cómo alguien carraspeaba a su espalda y se tensó, pensando rápidamente una excusa para el profesor que fuera. Pero cuando iba a abrir la boca, vio a Marcus, allí parado, observándola con aquellos eléctricos ojos azules -. ¿No… No has ido al baile?- preguntó tras unos instantes, sin poder apartar la mirada de aquellos profundos y tristes ojos.

-Bueno, es que no tenía pareja y…- se detuvo, observándola ahora de frente. Si ya de espaldas le pareció que el vestido la hacía parecer más femenina, la parte delantera le despejó cualquier duda que pudiera quedarle. El escote, de pico, dejaba ver y marcaba a la perfección sus desarrolladas curvas femeninas; y el peinado enmarcaba su rostro que, aunque completamente desmaquillado, parecía mucho más hermoso que cualquier otro día, menos frío.

-Bueno, ya somos dos- murmuró Divinity, también observando a su acompañante. Él ni siquiera se había vestido para el baile, lo que aún le atajo más. Llevaba la camisa ya un poco arrugada por el paso del día y un par de mechones de su negro cabello caían lacios por delante de su rostro.

-¿Tú quieres entrar?- murmuró el moreno tragando saliva mientras miraba a los ojos de su acompañante, que se entornaron a la par que sonreía. Divinity simplemente negó… prefería mil veces la soledad del pasillo a su lado. Marcus le tendió la mano, tomando la de la rubia para tirar de ella hacia su cuerpo. La mano que permanecía dentro del bolsillo del pantalón salió al momento para rodear la cintura de su acompañante.

-Gracias- murmuró Divinity, posando la mano libre sobre el hombro del muchacho. Enseguida los dos comenzaron a moverse al son de la música, con las miradas fijas en el otro. La muchacha no podía creerlo. Marcus había despertado en ella un interés muy fuerte desde la primera vez que se cruzaran, y ese interés se había transformado en una irresistible atracción. Y ahora, sin haberlo siquiera planeado, estaba bailando entre sus brazos, alejándose de todo el dolor, de todo los problemas, para estar solamente con él.

-Lo siento pero no voy vestido como un príncipe, sino como un mendigo- le susurró dedicándole una media sonrisa tan encantadora que podría haber derretido a cualquier chiquilla -. Y como tal tendremos la suerte de tener la música para nosotros solos, lejos del resto del mundo.

-No a todas nos gustan la compañía de un príncipe y las grandes muchedumbres- le susurró, girando sobre sí misma cuando Marcus la guió a ello, riendo suavemente antes de volver a agarrarse a su cuerpo, volviendo a aquel mareante y delicioso contacto visual.

-Y a veces los mendigos podemos llegar a bailar con las princesas- murmuró suavemente, abrazándola un poco más contra su cuerpo.

-Más de una lo daría todo por estar ahora mismo en mi lugar, créeme- rió suavemente.

-Pero éste mendigo ya eligió a su princesa- aquella frase provocó que las mejillas de la muchacha se tiñeran de rojo. Con cuidado se acercó más hacia el muchacho, rodeando su cuello con ambos brazos mientras él posaba las manos sobre su espalda desnuda. Pese a que la música había cesado, la pareja no había dejado de bailar, metidos en su mundo, en su particular burbuja. Nada existía para ellos salvo la compañía del otro.

Tras una canción más, se detuvieron, separándose lo justo para mirarse, dedicándose sendas sonrisas, la de Marcus, como siempre, muy comedida, la de la rubia, radiante y feliz.

-Luego podemos ir a las cocinas a comer algo- dijo de repente la muchacha, acariciando tímidamente el final del cabello de su acompañante, el cual asintió con un suave movimiento de cabeza.

-Seguro que nos lo acabamos pasando mejor que ellos- contestó Marcus, volviendo a moverse con ella cuando la música comenzó de nuevo, atrayéndola contra su cuerpo, reduciendo así todo el espacio que había entre ambos.

-Seguro que ahí dentro a penas se puede hablar. Y a mi, desde luego, me encanta conversar contigo- le confesó Divinity, posando la cabeza sobre el pecho del muchacho, escuchando el tranquilizador latido de su corazón mientras éste, con cuidado, la iba guiando hacia un pasillo lateral, desde donde se escuchaba la música, pero donde nadie podría interrumpir su noche.

-En eso estamos de acuerdo- dijo el muchacho, apretando a la bruja un poquito más contra su cuerpo -. Si algo echare de menos al irme será conversar contigo; incluso más que la biblioteca que ya es decir- aquellas palabras arrancaron una tímida sonrisa de los labios de la muchacha, encendiendo también sus mejillas, mientras hundía la cabeza en el pecho de Marcus.

La música continuaba dentro del Comedor. Muchas parejas ya habían salido de allí en busca de algo de intimidad, quedando el interior bastante despejado. Tan solo alumnos de cursos inferiores y algunas parejas de amigos continuaban la velada junto con los profesores. Entre ellos se encontraban los gemelos, Ytzria y Angelina. Fred y George estaban contando varias de sus travesuras a las chicas, tan alegres y dicharacheros como siempre. Ytzria no podía parar de reír, hasta se le saltaban las lágrimas, mientras que Angelina resoplaba tremendamente aburrida.

-¿De… de verdad hicisteis eso?- preguntó Ytzria entre risas, con las manos sobre el estómago, que ya le dolía de tanto reír.

-¡Claro!- afirmó George, dándole palmaditas en la espalda a su hermano –Nos dio la idea mi madre.

-Pero… ¡Arrancar un retrete!- se echó nuevamente a reír, quitándose las lagrimillas con los dedos. La risa de Ytzria era igual de delicada que el sonido de una campanita. A Fred le encantaba oírla reír… incluso en el momento más triste, el recuerdo de su risa le hacía sonreír.

-¡Ey! Lo hicimos por una buena causa- afirmó Fred –Harry estaba en la enfermería y quisimos hacerle llegar nuestras fuerzas- rió el pelirrojo, levantándose y caminando hacia Ytzria -. Pero dejando todo eso de lado ¿Me permite este baile, señorita McLouis?- le tendió la mano, cortésmente, tras realizar una reverencia. Ytzria no pudo negarse ante tal ofrecimiento. Sus mejillas se sonrosaron ligeramente y alargó la mano para tomar la del Weasley, incorporándose.

-Será todo un placer- murmuró la rubia, levantándose de su asiento. La pareja caminó hacia el centro de la pista bajo la inquisitiva y rabiosa mirada de Angelina, a quien no le había sentado muy bien que su pareja sacara a bailar a otra. Con cuidado y con una habilidad pasmosa, Fred hizo girar a Ytzria sobre sí misma antes de abrazarla contra él, rodeando su cintura con su brazo. En cuanto la música comenzó de nuevo a sonar, los pies del pelirrojo comenzaron a moverse, guiando a su acompañante en un lento baile. Por fin la tenía entre sus brazos, por fin estaba bailando con la persona a la que realmente quería. En ese momento se sintió un cobarde, se sintió tan pequeño como un gatito entre un montón de leones ¿Por qué era capaz de pedirles citas a las demás chicas y no de confesarle a ella todo lo que sentía?

-Ytzria- susurró finalmente, apretándola un poquito más contra él. Hundió la cabeza en su cabello, aspirando su delicado aroma, dulce, embriagador -, siento haber sido un cobarde. ¿Sabes? Debí pedirte a ti que vinieras conmigo al baile en vez de a Angelina- Ytzria sintió como sus mejillas ardían de nuevo, pero no solo eso, sino que se sentía ligeramente apenada. Se separó un poquito, lo justo como para alzar las manos y posarlas sobre las mejillas de Fred. Miró sus ojos, acariciando sus pómulos con los pulgares mientras tanto, con los ojillos tan brillantes que casi parecía que iba a echarse a llorar allí mismo.

-Yo… yo… yo te regalaré una piel de oso para que no seas cobarde ¿vale?- murmuró la muchacha, mirando a los ojos de su acompañante, el cual, tras asimilar sus palabras, comenzó a reír por lo bajo, asintiendo suavemente.

-Está bien- contestó, sin dejar de bailar, acariciando la espalda de Ytzria con sus dedos, suavemente, pero siempre manteniendo el respeto por la muchacha pues, con ella, siempre fue un caballero -. La próxima vez te prometo que no seré tan cobarde y ye invitaré al baile para que seas mi pareja- susurró, acercándose para depositar un delicado y suave beso en su frente justo en el mismo instante en el que la música cesaba, quedándose los dos allí quietos, abrazados. Nada existía en esos momentos para ninguno de los dos, solamente ellos.

-Cualquiera que nos vea pensaría lo que no es- dijo la muchacha, entre risas, mientras Marcus la posaba en el suelo. Habían decidido hacer un paro e ir a beber algo a las cocinas, donde los Elfos les atendieron sin problemas. Y Divinity, para no caerse, se había dejado los zapatos de tacón tras una estatua por lo que el joven, muy caballeroso, la había llevado y de ida y de vuelta entre sus brazos.

-Que piensen lo que quieran; no me importan lo mas mínimo- dijo el muchacho, sin soltar a su acompañante que, aún estando en el suelo, se mantenía abrazada a su cuello -. Además, no tengo imagen alguna que sostener- murmuró, encogiéndose de hombros -simplemente para ellos no existo.

-Pues ellos se lo pierden- murmuró Divinity, pasando sus manos de su nuca hacia sus mejillas, con cuidado.

-Seguro que tu imagen si que se va a los suelos- dijo el muchacho, acercándose un paso más a la rubia, estrechando el espacio que había entre sus cuerpos.

-A estas alturas lo que esas víboras piensen de mi me da igual- dijo, encogiéndose ligeramente de hombros, ladeando la cabeza hacia un lado mientras le dedicaba una sincera sonrisa, más radiante que ninguna otras- Además, ¿Y lo bien que me lo paso en tu compañía?- el muchacho rió suavemente, alzando una de las manos para retirarle del rostro un mechón de cabello tan lentamente que a ambos se les hizo eterno.

-La verdad es que contigo se me pasa el tiempo muy rápido- murmuró, dedicándole ahora él una sonrisa tan encantadora que la rubia sintió como su corazón se disparaba, latiendo más rápido que nunca -. Dicen que cuando uno lo pasa bien el tiempo vuela ¿no?

-Sí, y es una verdadera pena- murmuró Divinity, dando un paso hacia él, de modo que sus cuerpos entraron en contacto. Se sentía mareada entre sus brazos, como si fuera a desmayarse por la rapidez con la que su corazón latía -. A veces desearía que el tiempo se detuviera. Ojala esta noche fuera eterna.

-Quizá no pueda ser eterna- la mano del muchacho se deslizó por la mejilla de la bruja, sintiendo el calor que se agolpaba en la misma -, pero podemos hacer que sea inolvidable.

-Para mí ya lo está siendo- sus brazos rodearon muy lentamente el cuello del mago, alzándose sobre las puntitas de sus pies. Le sentía tan cerca que casi podía notar sus alientos entrelazándose, tentándose el uno al otro por fundirse en uno solo -. Cada momento a tu lado lo es- confesó en un susurro, sonrosándose más sus mejillas, brillando sus violáceos ojos de manera casi febril debido al cúmulo de sentimientos y sensaciones que en ese instante estaban apareciendo en su interior.

-Pero podría serlo aún más- susurró Marcus sobre sus labios justo antes de terminar de reclinarse hacia delante y besar a su compañera. Una corriente de placer recorrió el cuerpo de la bruja, que se tensó, temblorosa, pegando más su cuerpo al del mago. Sintió sobre su propio cuerpo, por encima de la ropa, el musculado torso del joven mientras éste le soltaba el cabello para enredar en él sus manos, deleitándose con su tacto y con su suave aroma a frambuesa. Los labios del mago atraparon traviesamente los de la bruja con suavidad antes de, con una calma que enervaría a cualquiera, introducir su lengua en la cueva de sus labios, conformando una pista donde sus lenguas danzarían creando un precioso recuerdo. Aquellos labios, rosados y carnosos, acababan de arrebatarle a la bruja su primer beso, un primer beso que le sería inolvidable. Un beso que quedaría eternamente grabado a fuego en su memoria.

La noche pasó rápida para todos y el sol comenzó a aparecer por el horizonte. Pocos vieron allí a la pareja, pero uno de ellos fue Tonks quien, además de ser rechazado por la bruja, ahora se sentía ultrajado ¿Por qué tenía que estar bailando y besuqueándose con ese búlgaro?

Sin embargo, nada le importaba a Divinity en ese momento. En cuanto los jóvenes se dieron cuenta de que estaba amaneciendo, Marcus realizó una sutil reverencia y la acompañó a través de las mazmorras hasta la puerta de su sala común, caminando con las manos en los bolsillos mientras ella las mantenía cruzadas a la espalda.

-Bueno… aquí acaba nuestra noche- murmuró la muchacha, girándose hacia él ya delante de la puerta de su Sala común. En verdad se sentía muy triste… Toda aquella noche había sido para ella como esos cuentos de hadas que su madre le contaba de niña; se había sentido tan especial como las princesas. Pero al contrario que en los cuentos, su noche sí acababa.

-Algún día, si la suerte nos es favorable, estoy seguro de que volveremos a encontrarnos. Y no se porque pero me da aquí- dijo, señalándose la sien a la par que le dedicaba una media sonrisa -que mas de un dolor de cabeza me producirás- Divi asintió con una sonrisa y ésta vez se acercó ella hasta Marcus. Posó la mano sobre su mejilla y se alzó sobre las puntas de sus pies para robarle un ultimo beso, delicado, dulce como la miel.

-Buenas noches- murmuró, con las mejillas ligeramente encendidas, antes de abrir la puerta y pasar al interior de la Sala Común. Hasta que ésta no se cerró, marcus no se giró para marcharse a descansar. Ahora tenía que dormir si quería dedicar la tarde nuevamente al estudio.

Al girarse, Divinity vio allí a Tonos, de pie, aun con la túnica de gala puesta y con el ceño ligeramente fruncido. No entendía como alguien, y menos ella, había rechazado su amable petición para ir al baile. Se acercó hacia la bruja, con paso firme y los puños tensos.

-Eh, Black- dijo, secamente. Pero a Divinity ni siquiera le importó. También se acercó hacia él y se detuvo en frente. Antes de que pudiera abrir de nuevo la boca, la bruja alzó la mano, posándola sobre su mejilla y susurró.

-Esta noche no, Tonks. No pienso permitir que me destroces este recuerdo- murmuró, mucho más suave de lo que era habitual en ella, diciéndolo casi como si fuera una súplica. Aquella noche había sido para ella un soplo de esperanza y un rayo de luz en aquella oscuridad. Quitó la mano de allí y pasó por su lado hacia las escaleras que daban a los cuartos de las chicas, dejándole allí, quieto, y bastante desconcertado.

Una vez llegó a la habitación, se quitó el vestido, colgándolo con cuidado de no arrugarlo, y se puso su camisón. Abrió las ropas de cama y se metió dentro, abrazándose a su almohada mientras en sus labios se dibujaba una sonrisa tontorrona. Sí, con aquel beso lo había comprobado… le quería. Se abrazó aún más fuerte a la almohada, susurrando un suave “Marcus” junto con un suspiro, antes de caer dormida.