sábado, 30 de agosto de 2008

CAPÍTULO 2: El regreso a Hogwarts

Al caer la noche, el Expreso de Hogwarts se detuvo en la estación de Hogsmeade, lo que provocó que todos los alumnos se revolucionaran notablemente y empezaran a agolparse en las puertas de los compartimentos, taponando el pasillo central de los vagones, ya que todos querían salir a la vez. Fred, Ytzria, George, Lee y Divinity bajaron sus equipajes al suelo y recogieron sus lechuzas. Yanis estaba ya despierta y se balanceaba juguetonamente dentro de la jaula, hinchándose rencorosamente cada vez que alguien empujaba a su dueña y hacía que la jaula se moviese más de lo debido.

Cuando los cuatro consiguieron bajar del tren, se encaminaron rápidamente al lugar donde los enormes carruajes que les llevarían a Hogwarts a todos menos a los alumnos de primer año, los cuales irían, como era costumbre, en barca, para dar tiempo al resto a llegar y a colocarse en sus respectivos lugares en las mesas. Divi salió corriendo hacia uno de los carros al verlo vacío, metiendo las cosas dentro para, a continuación, acercarse a la parte delantera del carro. Allí, delante de ella, había cuatro enormes caballos con aire de reptil, sin carne alguna y un sedoso pelaje negro que se pegaba firmemente a sus huesos. Su cabeza era muy parecida a la de los dragones y sus ojos eran completamente blancos, sin pupilas, y fijos al frente. De la parte más alta de su lomo, salían dos enormes alas, parecidas a las que poseían los murciélagos, que en ese instante llevaban plegadas a los costados. Ella ya no les tenía ningún miedo, pues llevaba viéndolos desde que entró en Hogwarts. Los thestral, que así se llamaban aquellas extrañas criaturas, solo podían ser vistos por aquellas personas que habían visto de cerca la muerte, y Divinity, por desgracia, la vio al perder a la hermana de su madre.

-¡Di, vamos!- gritó la voz de Lee mientras observaba a la chica acariciar algo que él no llegaba a ver -¡Deja de hacer el tonto y súbete al carruaje antes de que parta!- la muchacha emitió un cansado suspiro, poniendo los ojos en blanco mientras movía negativamente la cabeza.

-No le hagáis caso; como él no puede veros cree que no existís- sonrió de medio lado, acariciando los hocicos de los animales y corrió después hacia el carruaje, donde se montó alegremente, sentándose al lado de Fred, que volvía a tener a Ytzria sentada encima de sus piernas y abrazada, y en frente de Lee, el cual cerró la puerta después de colocar en sus respectivos lugares los baúles. En cuanto sonó el “click” que confirmó que la puerta se había cerrado, el enorme carruaje alzó al vuelo en dirección hacia las enormes verjas de metal, flanqueadas por dos enormes estatuas de dos cerdos alados, que daban paso a los imponentes terrenos de Hogwarts. Divinity observaba todo boquiabierta, con una amplia sonrisa dibujada en sus labios mientras recordaba la de veces que había visto ese mismo paisaje en esos últimos años… Adoraba aquel lugar.

Cuando los alumnos bajaron de los carruajes, se dirigieron directamente al Gran Comedor. Aquella estancia era un espacio cerrado de planta rectangular, alargada, presidido por cuatro enormes mesas que discurrían hacia el fondo de manera vertical y una mesa, situada sobre una plataforma más alta, de manera horizontal con un pequeño atril ante la misma.

Los cinco amigos traspasaron las puertas y, torciendo hacia la izquierda, caminaron hacia la mesa de Gryffindor, que era la que quedaba más lejos de la entrada, donde los tres chicos tomaron asiento tranquilamente mientras Divi sonreía. Ytzria, tras besar la mejilla de su amiga firmemente, se desvió hacia la mesa de Ravenclaw, donde se sentó junto a sus compañeros de equipo de quidditch.

-¡Tíos! Una vez más en este comedor- dijo Lee animadamente mientras se estiraba, alzando los brazos hacia el techo.

-Sí, esta ya es nuestra segunda casa… ¡Y pensar que ya estamos en sexto! Quién lo diría- rió animadamente Fred mientras Divinity miraba hacia el techo con una melancólica sonrisa en sus labios. Pese a estar el Gran Comedor cubierto por una gran cúpula de piedra, ésta estaba encantada para que pudiera reflejarse el cielo de fuera, por lo que, aquella noche, se veía nublado y tormentoso, y hasta se podía oí la lluvia caer sobre el techo del edificio.

-Bueno chicos, me voy a mi mesa antes de que McGonagall entre con los de primero- sonrió alegremente a los tres, les besó en las mejillas y salió corriendo, tornando su expresión alegre a una mucho más fría, hacia la mesa de Slytherin. Una vez allí, tomó asiento en una esquina, cerca de la mesa de los profesores y se cruzó de piernas mientras miraba hacia allí. Cuando vio a Hagrid traspasar las puertas del comedor hacia la mesa de los profesores, le dedicó una amplia sonrisa como saludo en el mismo instante en el que sus miradas se cruzaron. Desde que el año anterior, Remus Lupin, su padrino, había sido profesor en Hogwarts, Divi se había abierto un poco más a las conversaciones con alguno de los profesores.

Pero todo pensamiento se desvaneció de su mente cuando las puertas se abrieron una vez más, dando paso a la imponente y delgada figura de la profesora McGonagall, que caminaba dignamente, con un ajado sombrero en una mano y un pergamino en la otra, encaminándose directamente hacia un lateral del atril, donde un pequeño taburete aparecía completamente vacío.

Una vez se situó Minerva al lado, dejó aquel ajado sombrero sobre el taburete. De repente, el pequeño roto que tenía sobre el ala, se abrió como una enorme boca mientras las arrugas parecían formar el fruncido ceño de un rostro. Todo el Comedor se quedó en silencio mientras una voz, proveniente del interior del sombrero, se alzaba, cantando una canción.

Había entonces cuatro magos de fama

de los que la memoria los nombres guarda:

El valeroso Gryffindor venía del páramo;

el bello Ravenclaw, de la cañada;

del ancho valle procedía Hufflepuff el suave,

y el astuto Slytherin, de los pantanos.

Compartían un deseo, una esperanza, un sueño:

idearon de común acuerdo un atrevido plan

para educar jóvenes brujos.

Así nació Hogwarts, este colegio.

Luego, cada uno de aquellos fundadores

fundó una casa diferente

para los diferentes caracteres

de su alumnado.

Para Gryffindor

el valor era lo mejor;

para Ravenclaw,

la inteligencia.

Para Hufflepuff el mayor mérito de todos

era romperse los codos.

El ambicioso Slytherin

ambicionaba alumnos ambiciosos.

Estando aún con vida

se repartieron a cuantos venían,

pero ¿cómo seguir escogiendo

cuando estuvieran muertos y en el hoyo?

Fue Gryffindor el que halló el modo:

me levantó de su cabeza,

y los cuatro en mí metieron algo de su sesera

para que pudiera elegiros a la primera.

Ahora ponme sobre las orejas.

No me equivoco nunca:

echaré un vistazo a tu mente

¡y te diré de qué casa eres!

Todo el comedor rompió en un sonoro aplauso mientras que McGonagall desenrollaba un largo pergamino y comenzaba a llamar uno por uno a los alumnos nuevos de ese año. A medida que lo hacía, el alumno requerido se sentaba en el taburete, la subdirectora le colocaba el sombrero sobre la cabeza y éste determinaba según sus habilidades en qué cada debería estar. Divi recordaba ese día… recordaba cómo sus padres estaban seguros de que entraría en Gryffindor o en Ravenclaw porque ellos habían estado allí… pero contra todo pronóstico, Divinity fue asignada a Slytherin, el sombrero simplemente le dijo “Sí ya he visto mentes cómo la tuya. No tengo duda sobre ti, estarás bien en… ¡Slytherin!” La rubia se había quedado de piedra en ese momento… Slytherin, la casa de las serpientes, aquella de donde habían salido la mayoría de los mortífagos más renombrados. Ella, que jamás se le había pasado por la cabeza hacer ninguna atrocidad,… Pero de repente le había llegado algo a la mente “Hablas con las serpientes, quizá sea por eso”, pero desde ese día, jamás volvió a pensar por qué había entrado en Slytherin; aquella razón la había convencido al completo.

-Tengo sólo dos palabras que deciros- la voz de Dumbledore alzándose por encima de las voces de los revolucionados alumnos, la hizo volver en sí y mirar hacia él, que se alzaba sonriente sobre su atril, mirando a todos los alumnos -¡A comer!- las mesas se llenaron al instante de suculenta comida ante los atónitos ojos de los pequeños alumnos de primero. Divinity sonrió ampliamente y, sin mirar siquiera a su alrededor, se echó en el plato un poco de puré de verduras y un trozo de carne y comenzó a comer mientras su mente volaba, como siempre, a otros lugares ocultos en lo más hondo de su alma. A su alrededor todo eran risas y cotilleos, las muchachas de su mismo curso, cuchicheaban por lo bajo mientras miraban hacia el lugar donde Nucumna Tonks, el chico más guapo y popular de todo Slytherin, alardeaba de sus constantes ligoteos con sus amigos. La rubia y él jamás se habían llevado bien y, siempre que cruzaban alguna palabra, acababan enzarzados en una pelea verbal intentando quedar por encima del otro. Pero como era de esperar, todos estaban con Tonks y Divinity normalmente tenía que luchar por sí sola.

Cuando incluso los postres hubieron desaparecido de las mesas, todos los alumnos se voltearon hacia la mesa de los profesores en el mismo instante en el que el director, Albus Dumbledore, un hombre más bien alto, de cabello largo y plateado, de profundos ojos azules y gesto infantil. Con paso digno se colocó delante de su atril y abrió los brazos, como esperando abrazar de una vez a todos los allí convocados.

—¡Bien! —dijo Dumbledore, sonriéndoles a todos—. Ahora que todos estamos bien comidos, debo una vez más rogar vuestra atención mientras os comunico algunas noticias:

»El señor Filch, el conserje, me ha pedido que os comunique que la lista de objetos prohibidos en el castillo se ha visto incrementada este año con la inclusión de los yoyós gritadores, los discos voladores con colmillos y los bumeranes-porrazo. La lista completa comprende ya cuatrocientos treinta y siete artículos, según creo, y puede consultarse en la conserjería del señor Filch.

>>Como cada año, quiero recordaros que el bosque que está dentro de los terrenos del castillo es una zona prohibida a los estudiantes. Otro tanto ocurre con el pueblo de Hogsmeade para todos los alumnos de primero y de segundo.

»Es también mi doloroso deber informaros de que la Copa de quidditch no se celebrará este curso- la noticia hizo que todos los alumnos se revolucionaran notablemente, lanzando gritos de disgusto y disconformidad ante la nueva norma de la escuela, pero Dumbledore, por su parte, continuó hablando mientras Divi miraba a Fred y George, los cuales se miraban incrédulos -. Esto se debe a un acontecimiento que dará comienzo en octubre y continuará a lo largo de todo el curso, acaparando una gran parte del tiempo y la energía de los profesores... pero estoy seguro de que lo disfrutaréis enormemente. Tengo el gran placer de anunciar que este año en Hogwarts...

En ese mismo instante, a la vez que un trueno interrumpía las palabras de Dumbledore, las puertas del Gran Comedor se abrieron de par en par dando paso a un hombre que caminaba apoyándose en su bastón, cubierto por una larga capa de viaje. Cuando se quitó la capucha, dejó a la vista una larga melena entre cana y negra, con el rostro surcado de cicatrices y con los dos ojos completamente diferentes: uno era negro y pequeño, brillante como una piedra preciosa, y el otro era grande y redondo, de color azul eléctrico, que se movía a placer, sin parpadear, girando y moviéndose de un lado para otro.

Aquel hombre caminó pesadamente hasta la mesa de los profesores y le tendió la mano a Dumbledore, que se la estrechó amigablemente para, a continuación, indicarle que se sentara a la mesa con todos ellos, cosa que el hombre hizo de buen grado mientras el director volvía a mirar a sus alumnos sin borrar esa amplia sonrisa que siempre les dedicaba.

—Os presento a nuestro nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras: el profesor Moody- pese a que siempre que había un profesor nuevo los alumnos siempre aplaudían, esta vez el comedor se quedó en silencio. Divi ladeó la cabeza analizando a aquel extraño hombre, observándole como una niña curiosa lo haría con cualquier animalillo. Sabía quién era, su padre le había hablado de él y de la valentía que siempre había demostrado: era Alastor Moddy, el auror más temido del Ministerio. Pero pronto la voz de Dumbledore hizo que volviera a prestar atención - Como iba diciendo- continuó amablemente -, tenemos el honor de ser la sede de un emocionante evento que tendrá lugar durante los próximos meses, un evento que no se celebraba desde hacía más de un siglo. Es un gran placer para mí informaros de que este curso tendrá lugar en Hogwarts el Torneo de los tres magos- el comedor prorrumpió nuevamente en exclamaciones de incredulidad y excitación, pero una voz sonó por encima de todas ellas.

-¡Se está quedando con nosotros!- exclamó Fred, lo que provocó en Dumbledore una amplia sonrisa de comprensión. Divinity, por su parte, enarcó ambas cejas “¿El Torneo de los Tres Magos? Jamás había oído hablar de él” pensó para sí misma.

—No me estoy quedando con nadie, señor Weasley —repuso—, aunque, hablando de quedarse con la gente, este verano me han contado un chiste buenísimo sobre un trol, una bruja y un leprechaun que entran en un bar...- pero en ese momento, el carraspeo nervioso de la profesora McGonagall hizo que Dumbledore sonriera de medio lado - Eh... bueno, quizá no sea éste el momento más apropiado... No, es verdad- los alumnos rieron por lo bajo ante la espontaneidad del director. Pese a tener ya demasiados años (algunos llegaron a decir que entre los 150), solía ser tan espontáneo y alegre como cualquiera de los alumnos y eso siempre les había encantado a todos —. ¿Dónde estaba? ¡Ah, sí, el Torneo de los tres magos! Bien, algunos de vosotros seguramente no sabéis qué es el Torneo de los tres magos, así que espero que los que lo saben me perdonen por dar una breve explicación mientras piensan en otra cosa.

»EI Torneo de los tres magos tuvo su origen hace unos setecientos años, y fue creado como una competición amistosa entre las tres escuelas de magia más importantes de Europa: Hogwarts, Beauxbatons y Durmstrang. Para representar a cada una de estas escuelas se elegía un campeón, y los tres campeones participaban en tres pruebas mágicas. Las escuelas se turnaban para ser la sede del Torneo, que tenía lugar cada cinco años, y se consideraba un medio excelente de establecer lazos entre jóvenes magos y brujas de diferentes nacionalidades... hasta que el número de muertes creció tanto que decidieron interrumpir la celebración del Torneo.

>> En todo este tiempo ha habido varios intentos de volver a celebrar el Torneo —prosiguió Dumbledore—, ninguno de los cuales tuvo mucho éxito. Sin embargo, nuestros departamentos de Cooperación Mágica Internacional y de Deportes y Juegos Mágicos han decidido que éste es un buen momento para volver a intentarlo. Hemos trabajado a fondo este verano para asegurarnos de que esta vez ningún campeón se encuentre en peligro mortal.

»En octubre llegarán los directores de Beauxbatons y de Durmstrang con su lista de candidatos, y la selección de los tres campeones tendrá lugar en Halloween. Un juez imparcial decidirá qué estudiantes reúnen más méritos para competir por la Copa de los tres magos, la gloria de su colegio y el premio en metálico de mil galeones.

>>Aunque me imagino que todos estaréis deseando llevaros la Copa del Torneo de los tres magos, los directores de los tres colegios participantes, de común acuerdo con el Ministerio de Magia, hemos decidido establecer una restricción de edad para los contendientes de este año. Sólo los estudiantes que tengan la edad requerida (es decir, diecisiete años o más) podrán proponerse a consideración. Ésta —Dumbledore tuvo que levantar la voz debido a que algunos alumnos protestaban enérgicamente en respuesta a sus últimas palabras, especialmente Fred y George, que parecían de repente furiosos— es una medida que estimamos necesaria dado que las tareas del Torneo serán difíciles y peligrosas, por muchas precauciones que tomemos, y resulta muy improbable que los alumnos de cursos inferiores a sexto y séptimo sean capaces de enfrentarse a ellas. Me aseguraré personalmente de que ningún estudiante menor de esa edad engañe a nuestro juez imparcial para convertirse en campeón de Hogwarts. Así pues, os ruego que no perdáis el tiempo presentándoos si no habéis cumplido los diecisiete años.

»Las delegaciones de Beauxbatons y Durmstrang llegarán en octubre y permanecerán con nosotros la mayor parte del curso. Sé que todos trataréis a nuestros huéspedes extranjeros con extremada cortesía mientras están con nosotros, y que daréis vuestro apoyo al campeón de Hogwarts cuando sea elegido o elegida. Y ya se va haciendo tarde y sé lo importante que es para todos vosotros estar despiertos y descansados para empezar las clases mañana por la mañana. ¡Hora de dormir! ¡Andando!

Cuando Dumbledore se hubo sentado, todo el comedor continuaba murmurando por lo bajo, la mayoría indignados por las restricciones del Ministerio respecto a la edad de los participantes. Divinity giró el rostro hacia la mesa de Gryffindor un instante, donde Fred y George hablaban (o más bien casi gritaban) gesticulando pomposamente sobre su opinión acerca de aquella regla del Torneo. Pero en ese momento, una voz casi chillona y realmente molesta, hizo que la muchacha girara el rostro hacia su mesa.

-¿Mil galeones? Eso no es nada, mi padre tiene mucho más que eso… Y no me hace falta participar en un estúpido torneo para ser popular y reconocido. Mi familia es una de las familias más honorables del mundo mágico- Draco Malfoy, como era su costumbre, alardeaba de sus raíces mágicas ya que él pertenecía a lo que los magos llamaban “sangre limpia”. Divi rió suavemente, negando mientras agachaba la cabeza… siempre le había parecido un cobarde y un fanfarrón. Le gustaría decirle un par de cosas, pero estaba demasiado cansada y además no quería meterse en líos, y mucho menos el primer día allí. Así que se levantó y, con las manos a la espalda, se encaminó hacia la mesa de Gryffindor, no sin antes dedicarle una amplia sonrisa a Hagrid, con quien se llevaba especialmente bien debido a su pasión por los animales mágicos.

-¡No me parece justo! ¡Eso limita los candidatos a los alumnos de séptimo!- se quejó George nada más llegar Divinity con Ytzria, a la cual había recogido por el camino. Lee, al verla, le pasó el brazo por los hombros y suspiró largamente mientras Fred y George continuaban quejándose en voz alta, probablemente, para que Dumbledore les oyera,

-Me parece que no les ha sentado muy bien que no puedan participar ¿eh?- susurró Divi a Lee mientras caminaban hacia la salida del comedor.

-Piénsalo, muñeca, no sólo es por el hecho de participar o no, sino porque si ganaran, podrían llevarse 1000 galeones para abrir su tienda. Es cuestión de negocios, ya sabes- explicó Lee tranquilamente. Entonces Divinity cayó en la cuenta y asintió. Claro, Sortilegios Weasley. Les hacía falta el dinero para poder comprar los artículos necesarios para hacer sus productos y abrir la tienda, por eso se habían enfadado tanto.

Tras despedirse los cinco amigos, Divinity bajó las escaleras hacia las mazmorras, entrando tras decir la contraseña a su Sala Común y dirigiéndose hacia su habitación sin mirar a ningún lado. Estaba cansada y lo que necesitaba era echarse a dormir un rato, por lo que abrió el baúl (que, como siempre, los elfos ya habían llevado a su habitación), cogió su camisón y, en cuanto se hubo cambiado, se tumbó en la cama hasta que Morfeo acudió a ella llevándola de la mano por el camino de los sueños.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yz x Fred FAN!!

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