sábado, 18 de octubre de 2008

CAPÍTULO 9: Un adiós sin despedida

Una mañana más el sol se coló por la ventana de la habitación de la bruja, dándole de lleno en los ojos, lo que hizo que Divi se moviera, molesta, emitiendo un ligero quejidito de desagrado.

-Joder… ¿Por qué amanece siempre tan temprano?- murmuró para sí misma, restregándose los ojillos con las manos mientras se levantaba. Hacía mucho frío… el invierno ya había llegado y podía verse gracias a la manta de nieve que cubría los terrenos de la escuela.

Una vez se hubo incorporado, paseó la vista por la habitación hasta dar con la caja aún cerrada que su madre le había mandado con el vestido para el esperado baile de Navidad.

-Menuda chorrada- se dijo a sí misma mientras se levantaba, negando con un sutil movimiento de cabeza… Aún no tenía pareja, pero quería tenerla. Esa noche lo había soñado y en sus mejillas apareció enseguida la prueba que la delataba. Lo había visto en sus sueños… aquel cabello negro tan sedoso, su aterciopelada y pálida piel, sus gatunos ojos azules, su musculatura, sus rojos y carnosos labios -¡No seas idiota!- se dijo a sí misma, posando sus manos sobre sus propias mejillas –Deja ya de soñar, Divi, que eso no es lo tuyo- emitió un largo suspiro, quitándose el pijama de invierno, dejándolo tirado sobre la cama, cogiendo después el uniforme y la túnica para ponérsela y bajar a desayunar con el resto de sus compañeros.

No tardó más de 20 minutos en salir de la Sala Común, ya vestida, con el pelo recogido en un sencillo moño mal hecho, con la mochila a la espalda y la varita guardada en la manga de su túnica, como siempre atada al brazo con una correa de cuero. Odiaba detenerse en su Sala Común con todas aquellas serpientes cuchicheando. No comprendía cómo les gustaba tanto trazar planes sucios para quedar siempre por encima… y además estaba él… ese odioso de Nucumna Tonks… Solo pensar en él hacía que los nervios se le crispasen y deseara tenerle cerca para golpearle.

-¡Divinity!- la voz de Lee la sacó de su ensimismamiento… llevaba un día en el que, enseguida, se quedaba cavilando sin razón alguna. Lee estaba esperándola en la puerta de acceso al pasillo de las mazmorras, con las manos tras la nuca y balanceándose de delante hacia atrás.

-Buenos días, Lee- contestó la muchacha, alzando la mano a modo de saludo, deteniéndose delante del chico, que la miró comenzando a hacer pucheros, como siempre que quería algún abrazo por parte de sus amigas -¿Qué te ocurre esta mañana, Lee? ¿Aún estás triste porque Alicia te dijo que no podía ir al baile contigo?- preguntó, acercándose a su amigo y acogiéndole tranquilamente entre sus brazos, como siempre, a lo cual el muchacho respondió pasándole los suyos por la cintura.

-¿Alicia? ¡Qué va! Eso ya es agua pasada, Divi- negó suavemente, ladeando después la cabeza, con la misma carita de pena –¡Esta vez fue Katie! ¿Te lo puedes creer? Me rechazó a mí, ¡al gran Jordan! Me ha roto el corazón- murmuró apoyando la frente en el hombro de la muchacha, emitiendo leves quejiditos.

-Lee ¿No dices siempre que tú tienes amor para todas? Pues no te preocupes, seguro que más de una chica se muere por ir al baile contigo… Solo tienes que esperar a que llegue- sonrió de medio lado la bruja, despeinando las trencitas de su amigo, que asintió con un firme movimiento de cabeza.

-¡Tienes razón! Divi, eres mi ángel de la guarda- asintió, con el ceño ligeramente fruncido, lanzándose luego a besar la mejilla de la bruja antes de separarse de ella. Le guiñó el ojo y salió corriendo hacia el Gran Comedor, seguido de la bruja, que reía por lo bajo.

Una vez dentro del Comedor, pasó de largo de su mesa, dirigiéndose hacia la de Ravenclaw, abrazando entonces, por detrás, a Ytzria, apoyando la barbilla sobre su hombro tras reclinarse hacia delante, entrecerrando los ojillos… Le gustaba abrazarla, la sentía como una hermana menor a la que cuidar y proteger.

-Buenos días- susurró Ytzria al sentir a su amiga abrazarse a ella, echando hacia atrás la cabeza. Divi sonrió de medio lado, besando después sonoramente la mejilla de su amiga, estrechándola entre sus finos brazos.

-Buenos días ¿Dormiste bien esta mañana?- preguntó la bruja, a lo que su amiga asintió, firmemente, llevándose a los labios un vaso de jugo de calabaza. Todas las mañanas, la que llegara después, iba a saludar a la que ya se encontraba en el comedor, como una tradición.

-¿Qué toca a primera hora?- preguntó, inocente, la muchacha, a lo que Divi contestó arrugando la naricilla ligeramente.

-Creo que transformaciones con McGonagall, así que no empezamos muy mal la mañana, ¿verdad?- sonrió de medio lado, soltando a la rubia y estirándose largamente –Voy a desayunar con las serpientes, nos vemos en clase.

Enseguida llegó la hora de clase y todos se habían sentado en sus respectivos pupitres. La profesora McGonagall, como cada día, traspasó la puerta, cerrándola tras de sí, y caminando en dirección a la mesa del profesor, que se alzaba delante de los pupitres de los alumnos de quinto. Divinity e Ytzria sacaron los pergaminos, el libro, la varita y la pluma con el tintero, dejándolo todo sobre la mesa mientras Minerva se giraba hacia ellos.

-Señores, hoy vamos a practicar un encantamiento un poco más complicado que el pasado día- comenzó a explicar la profesora, poniendo los pasos y la forma de mover la varita en la pizarra. Todo el mundo copiaba, rápidamente, en los pergaminos, cuando llamaron a la puerta del aula. Todos se giraron hacia allí mientras McGonagall caminaba hacia la puerta, abriéndola en cuanto llegó. Allí, de pie, se encontraba el profesor Snape, con las manos metidas en las mangas de su larga túnica negra, y con el grasiento cabello cubriendo parcialmente su rostro.

-¿Qué habrá pasado?- preguntó Divi a su amiga, la cual, simplemente, se encogió de hombros, mirando la escena tan curiosa como el resto de sus compañeros. Todos parecieron contener el aliento cuando Minerva, tras llevarse la mano al pecho, se giró hacia la clase, directamente hacia el ala derecha de la misma.

-Señorita Prewett, por favor- Divinity se levantó, más que extrañada… ¿Ahora qué demonios había hecho? Para una vez que llevaba más de un mes sin meterse en problemas, Snape reclamaba su presencia. Tragó saliva sonoramente y caminó hacia allí, con la mirada baja.

-Acompáñeme, Prewett, tengo que hablar muy seriamente con usted- dijo Snape, girándose y comenzando a caminar hacia las escaleras para bajar a las mazmorras, a su despacho. Divinity se limitó a asentir, escuchando cómo la puerta del aula se cerraba tras de si, dejándola a solas con el profesor, atravesando los largos pasillos de la escuela.

La caminata se le hizo horriblemente eterna. El sonido de sus propios zapatos chocar contra el suelo era el único sonido que podía escucharse en el largo pasillo de las mazmorras. La fría piedra parecía quitarle todo el aire que allí podía respirarse y las armaduras parecían a punto de lanzarse sobre su cuello. No sabía si era por la poca luz invernal que entraba a través de las ventanas o por el miedo a la repentina llamada de Snape, pero aquel lugar le parecía muchísimo más aterrador que de costumbre.

El profesor Snape se detuvo delante de la puerta de su despacho, abriéndola con un sutil movimiento de su mano, sin tener siquiera que pronunciar la contraseña de acceso. La piedra se abrió con un desagradable chirriar que hizo que la bruja cerrara los ojos, temblequeando ligeramente, pasando, a continuación, detrás de la espigada figura del profesor.

-Siéntese- ordenó escueta y firmemente el profesor, lo que hizo que la muchacha caminara rápidamente hacia una silla que permanecía ligeramente apartada de la mesa de su despacho, tomando asiento allí. Colocó las manos sobre sus piernas, enredando los dedos nerviosamente mirando al frente, intentando aparentar tranquilidad pese a tener más miedo que Potter delante del Colacuerno. Severus se recreó en su paseo, rodeando la mesa con paso tranquilo hasta colocarse delante de su silla, tomando asiento, posando las manos, cruzadas, sobre la madera del mueble.

-Usted dirá, profesor- murmuró la muchacha una vez el hombre tomó asiento, manteniéndole la mirada a través de la cortina de cabello que la cubría parcialmente. El profesor Snape se reclinó ligeramente hacia delante, tomándose su tiempo para hablar, analizando cada movimiento, cada mirada de la bruja.

-Hemos recibido hace unos minutos una carta del Ministerio de Magia donde se certifica la defunción de sus padres, señorita Prewett. Su padrino viene de camino para recogerla- al principio aquello le pareció una broma de muy mal gusto… ¿Cómo iban sus padres a estar muertos? Pero enseguida cayó en la cuenta… Snape nunca bromea… y jamás bromearía con un tema como aquel. Sintió como comenzaba a marearse, cómo sus brazos temblaban cada vez más, cómo su respiración y el latir de su corazón se aceleraban hasta casi ahogarla. Y pronto, sus ojos estallaron en lágrimas, arrebatándoles de golpe toda la vivacidad de la que parecían sentirse orgullosos.

Los dos estaban en silencio… Snape mirándola, sin moverse, y Divinity completamente parada, con la mirada perdida. Se levantó de golpe, sin decir nada, y se giró comenzando a correr a través del largo pasillo de las mazmorras en busca de alguien… le daba igual quien fuera… que fueran Fred y George, Ytzria, Marcus… pero les necesitaba más que nunca. Se había quedado sola… sus padres ya no la verían crecer, no volverían a abrazarla.

Salió hasta los jardines, donde Fred y George permanecían sentados en un banco, hablando de sus cosas, como siempre, entre risas. Divinity corrió hacia ellos en cuanto les vio, agarrándose el pecho con una de sus manos mientras las lágrimas nublaban completamente su visión. Les veía borrosos, a lo lejos… Los gemelos, en cuanto la vieron, se levantaron más que extrañados, caminando hacia la muchacha, que se lanzó directamente sobre los brazos de George, llorando amargamente. Los gemelos se miraron, el uno al otro, sin comprender nada de lo que había sucedido.

-Divi… Divi ¿Estás bien?- preguntó Fred, posando una de sus manos sobre los cabellos de la muchacha mientras su hermano le acariciaba la espalda. Pero la chica no dejaba de llorar… a penas salían palabras de entre sus labios, mezcladas con las lágrimas y los jadeos de dolor que salían desde lo más hondo de su garganta.

-Muertos…- consiguió decir, apretándose más contra George, amenazando con caer al suelo, pues las piernas le temblaban terriblemente. Le dolía el alma, le dolía el corazón… Una y otra vez, en su mente, se repetían las palabras de Snape.

-¿Muertos? ¿Quiénes, cariño?- preguntó George tras unos instantes de silencio en los que los hermanos se habían mirado a los ojos, hablando, como siempre, con la mirada. Había pasado algo gordo, algo muy grave para que alguien como ella estuviera en ese estado.

-Están muertos… están muertos…- no paraba de repetir la muchacha, hasta que sus piernas no soportaron más su peso, obligándola a caer de rodillas con George, al cual no era capaz de soltar. En ese momento profirió un grito que intentó ahogar en el pecho del pelirrojo… Un grito llamando a su madre… Un alarido que brotó desde el interior de su alma, empujado por el dolor hasta sus labios. Ahora Fred y George lo comprendían y se miraron de nuevo. Fred se agachó detrás de su prima, rodeándola también con los brazos, quedando los tres completamente abrazados. De los ojos de los gemelos comenzaron a brotar las lágrimas, no se lo creían.

-No llores Divi… No llores- Repetía Fred una y otra vez, que parecía el más calmado de todos los allí presentes. Pero sus palabras caían en saco roto, pues los gemidos de Divinity no cesaban, y George lloraba mientras intentaba consolar fallidamente a la rubia. De repente Fred sintió como otros brazos le rodeaban desde detrás y alguien apretándose contra él… reconocía el olor –Ytzria…- susurró, sintiendo como la cabeza que permanecía posada en su espalda se movía de manera afirmativa. Estaban los cuatro abrazados, compartiendo aquel peso, aquel dolor. La vida de uno de ellos había cambiado radicalmente y de una manera realmente cruel.

Así permanecieron un buen rato, llorando en medio de la nieve sin separarse, hasta que la profesora McGonagall llegó seguida de Molly Weasley y de Lupin. La señora Weasley lloraba sin parar… había perdido a su hermano menor, al único que le quedaba, y de la misma manera que había perdido a los demás hermanos que había tenido. Pero ahora tenía que ser fuerte. Su sobrina había quedado huérfana y debía darle, al menos de momento, el amor maternal que le faltaría.

-Divinity…- murmuró la señora Weasley cuando se hubo acercado al grupo. Los cuatro muchachos se separaron, dejando libre a la rubia, que se incorporó, temblorosa, caminando hacia su tía. La mujer abrió los brazos, con cuidado, hacia la chica, que enseguida se acurrucó entre los rechonchos brazos de Molly.

-Tía Molly…- murmuró, emitiendo un leve quejido de dolor. Los brazos de la mujer le daban una tranquilidad inimaginable, un calor maternal que agradecía en el alma. Se apretó contra ella, hundiendo la cabeza en su hombro mientras volvía a llorar, amargamente. Molly también sollozaba, en silencio, susurrándole palabras de ánimo a la muchacha.

Poco a poco Divi pareció calmarse hasta el punto de que, por el cansancio y los esfuerzos del llanto, se quedó medio dormida allí, entre los brazos de Molly. Estaba tan a gusto con ella, se sentía tan protegida entre sus brazos… Pero pronto pasó a los brazos de Lupin, que la recogió, con las pocas fuerzas que tenía, entre sus brazos. Fred, Ytzria y George le miraron, en silencio, los tres aún abrazados.

-No os preocupéis… La llevaré a mi casa para que descanse; estará bien cuidada- dijo, tranquilamente, mirando a los tres muchachos, con una media sonrisa, triste, en sus labios -. Nos veremos mañana en el entierro.

Y el día amaneció nevando. A esas alturas del mes de diciembre, todo el Valle de Godric y los alrededores estaban siempre adornados con una profusa capa de nieve que brillaba en cuanto el sol despuntaba por el horizonte.

Y en las puertas de Hogwarts, Fred, George e Ytzria ya esperaban a Charlie, que había quedado en ir a buscarles con el coche de su padre y llevarles hasta el cementerio. Los tres estaban vestidos con túnicas negras, con el abrigo de invierno por encima, e incluso así, los tres tiritaban de frío. Fred, tan atento con ella como siempre, se acercó hacia Ytzria al verla, rodeándola con sus brazos para intentar darle un poco más de calor.

-Pobre Divi- murmuró Ytzria, acurrucándose entre los brazos del gemelo, que besó dulcemente su cabeza -, perder a los padres es muy doloroso…

-Y mamá también tiene que estar pasándolo fatal- añadió Fred mientras George se limitaba a mirar hacia las verjas, con los ojos entrecerrados -. El tío Al era el último hermano que le quedaba con vida.

-No lo entiendo…- susurró por fin George, emitiendo un largo y cansado suspiro -¿Por qué ellos? ¡Eran muy buena gente!- Fred iba a decir algo, pero George le señaló con el dedo, negando –No, no me digas que a la gente buena siempre les pasan cosas malas porque sigue pareciéndome injusto- En ese momento, el coche de los Weasley se detuvo delante de la verja y ésta se abrió. Los tres salieron, tranquilamente, hacia el automóvil, donde se metieron.

-Buenos días, chicos. Lamento la tardanza, pero tuve que llevar primero a mamá, a papá, a Ron y a Ginny- se disculpó Charlie mientras los Gemelos e Ytzria se metían en el coche. Charlie Weasley, en cuanto se había enterado de la muerte de sus tíos, había regresado a casa para estar con su madre.

-No pasa nada tío… venga, vamos- murmuró Fred, cerrando bien la puerta del coche. Una vez asegurado, Charlie arrancó, dirigiéndose hacia el cementerio del valle de Godric, donde sería enterrada la pareja.

Cuando llegaron, los cuatro se bajaron del coche tras aparcar y traspasaron las verjas del cementerio. Al fondo se veía un grupo de personas frente a dos féretros completamente cerrados. La multitud de cabellos pelirrojos delataba que eran los Weasley, así que los cuatro se dirigieron hacia allí: Charlie en cabeza, Fred e Ytzria después y, por último, George.

En el grupo, Divinity estaba abrazada a su padrino, quiera, entre leves sollozos, mientras Molly lloraba amargamente abrazada a su marido, limpiándose las numerosas lágrimas que brotaban de sus ojos con el pañuelo.

George, en cuanto llegó, alargó una de sus manos, posándola suavemente sobre el hombro de su prima, apretándolo con mucho cuidado. La rubia, en cuanto lo notó, se soltó de su padrino para girarse y mirar a quien la llamaba.

-Hola Divi… ¿Cómo estás?- preguntó George, sonriendo amargamente.

-Hola cariño- saludó Ytz. En cuanto la vio, Divi se soltó del todo de su padrino y corrió a abrazarse a su amiga, temblando ligeramente como un cachorrito asustado mientras ésta la acogía gustosa entre sus brazos. Con suavidad, acarició sus cabellos mientras les hacía una señal a los chicos para que se unieran al abrazo -. Ya, no llores… estamos aquí contigo los tres…- susurró. George se acercó por detrás a la bruja y la abrazó, besando su cabeza, mientras Fred hizo lo propio con Ytz, quedando los cuatro nuevamente abrazados. Divi asintió suavemente, llorando entre gemidos, nuevamente,… Sentía el corazón más oprimido que nunca y de su garganta a penas podía salir un sonido de lo dañada que la tenía de tanto llorar.

Mientras tanto, el sacerdote se había acercado hacia el lugar donde se reunían todos, observando al grupo en absoluto silencio: los cuatro amigos abrazados, Molly llorando, destrozada, siendo agarrada por su marido y su hijo Charlie, Remus un poco más apartado, de pie, con un cánido negro sentado a su lado, con la cabeza gacha, y Ron y Ginny al lado de sus padres, en silencio.

-Queridos hermanos- comenzó el sacerdote tras carraspear ligeramente, lo que hizo que todos giraran el rostro hacia él, menos el cánido que, una vez más, permanecía quieto, sumiéndose en el dolor de la pérdida de la única persona que le daba la esperanza en Azkaban -. Estamos hoy aquí reunidos para despedir a dos grandes personas: a Albert y Jessica Prewett. El señor los ha llamado temprano a su seno, donde vivirán eternamente, dejando aquí familiares y amigos. Pero no deben llorar por ellos, pues la muerte no es el final del camino, sino el principio de la vida eterna- todos permanecían en silencio. Tan solo algunos sollozos ahogados de Molly rompían la atmósfera que se había creado en aquel lugar -. Y ahora, antes de pasar a la despedida, si alguien quiere decir unas palabras, está en su pleno derecho- nadie se movió de aquel grupo… es como si ya nada les quedara por decir.

Sin embargo se oyeron pasos sobre la nieve que provenían del final, de más atrás de donde Remus y Sirius se encontraban. Poco a poco, fue adelantándose Marcus, vestido con el uniforme de Dumstrang, hasta colocarse frente al sacerdote, haciendo una leve reverencia ante él.

-Me gustaría decir unas palabras, si no le importa- murmuró al sacerdote, el cual asintió con un leve movimiento de cabeza mientras los Weasley se miraban entre sí, extrañados. A Divi se le escapó sin querer un leve gemido de dolor y sorpresa al verle, mientras que Remus esbozó una triste sonrisa. Con tranquilidad, Marcus se giró hacia los que allí se encontraban. En especial hacia Divinity, a la que miró a los ojos todo el rato mientras hablaba calmadamente -. Una gran pérdida, sin duda. Una hija que pierde a sus padres; una hermana que pierde a un hermano; una familia que pierde a dos de sus miembros más queridos a manos de quienes no debían morir. No dejaron que el tiempo emblanqueciera sus cabellos, ni que pudieran ver crecer a su pequeña divinidad, pero seguro que esto no ha acabado… Seguro que ahora caminan en pos de nuestro señor, en un lugar donde no hay dolor, donde no hay miedo, donde todas las penas y sufrimientos son eliminados y los pecados expiados...

>>Allá arriba- continuó Marcus tras una breve pausa, alzando ligeramente la mano hacia el cielo - nada les importunara... nada les volverá a hacer daños y permanecerán juntos por toda la eternidad porque eran buenas personas... La vida es corta pero ellos la disfrutaron... tuvieron una vida tranquila... una vida llena de amor y apoyo mutuo... Ahora es el momento de dejar sus almas ir mientras las despedís con la mejor de las sonrisas porque donde van si bien nadie les puede seguir siempre les queda la puerta abierta para miraros...- con tan solo mover las manos, dos palomas blancas hicieron su aparición tras él y alzaron el vuelo hacia el firmamento en simulación del ascenso de las almas.

Mientras todos le miraban, aplaudiendo por sus sentidas palabras, Marcus se alejó nuevamente a un discreto segundo plano mientras el sacerdote volvía a tomar su posición. Los sollozos de Molly se oían por encima de todos los demás mientras que Divi continuaba quieta, agarrada a su amiga, con las mejillas casi tan rojas como los ojos por el esfuerzo de llorar.

-Bien, señores, ahora, antes de acabar, pueden acercarse a depositar las flores sobre los ataúdes- dijo el sacerdote. Molly y Arthur fueron los primeros en acercarse a la pequeña mesita para coger dos rosas blancas. Dejaron una sobre el ataúd de Jessica, de madera blanca con rebordes dorados, elegido por el mismo Remus, antes de acercarse al de su hermano, de madera de fresno, brillante, con los rebordes en plata. No lo soportó y, tras dejar la rosa encima, rompió nuevamente a llorar, con amargura, abrazándose al ataúd de su hermano menor, llamándole entre frases ininteligibles por los continuos sollozos mientras que Arthur, quitándose las lágrimas con un pañuelo, acariciaba su espalda, amorosamente.

Tras ir desfilando todos a dejar sus flores y despedirse, se acercaron Divinity, Ytzria y los gemelos, cada uno con sus dos rosas, dejándolas en los ataúdes. La joven bruja se soltó con cuidado de sus amigos, dejando ella la última las rosas sobre la madera, besando las tapas una y otra vez, entre sollozos, mientras les hablaba.

-Adiós mamá… adiós papá… Os… os juro que… que haré que estéis orgullosos de mí- murmuró, entre lágrimas, hipando del disgusto, mordiéndose el labio inferior hasta casi abrirse una herida en el mismo -. Siempre, siempre lucharé y seguiré adelante… os lo juro- y en cuanto hubo dicho la última palabra, sintió unos brazos rodearla por detrás y tirar con cuidado de ella para dejar que los ataúdes, lentamente, descendieran hacia sus nichos. Ytzria apretó un poquito más contra sí a su amiga mientras los gemelos acariciaban los brazos de las dos, silenciosos, manteniendo ellos la compostura que las chicas no eran capaces de conservar.

Y así, volviendo a la tierra, Jessica y Albert le dieron su último adiós a sus seres queridos, dejando la vida de su niña en manos del destino y de sus propias habilidades.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

En resumen-----> T_T

Anónimo dijo...

T_T

No queda otra.

Acabas el capítulo llorando. Lo mejor ha sido la entrada en escena de Marcus.

Del otro capítulo, que pensaba que había comentado, lo resumo en esto:

"Perdona a mi hermano, tío… Está con la regla y le afecta"

XD

Como siempre, genial. ¡Estoy a la espera de la siguiente entrega!

Narukasu dijo...

Viva Dumbeldore... digo Marcus XDDDD Muy sentido el cap aunque me lo sabia ya antes que nadie porque los tengo en primicia... como algunos capitulos en canal satelite digital... pague mi abono
XDDDD

Sigue publicndoooo... BYEBYEEEE