sábado, 1 de noviembre de 2008

CAPÍTULO 10: El baile de navidad

El tiempo pasaba lenta y dolorosamente para Divinity. La pérdida de sus padres había supuesto un mazazo emocional para la muchacha, que apenas salía de su cuarto si no era para las clases o para comer algo, siempre en compañía de sus amigos. Además de eso, el revuelo del Baile de Navidad la ponía de los nervios… Todo el mundo hablaba de sus parejas para el baile, de sus trajes. Fred al final había decidido invitar a Angelina al baile y George había invitado a Ytzria, esperando que su hermano se dejara de tonterías y acabara sacando a la rubia a bailar.

Una mañana de finales de diciembre, poco antes del baile, Divinity recibió en su propia habitación un enorme paquete bien envuelto en papel de regalo color carmín, con flores doradas, y un pergamino enrollado. Lo encontró sobre la cama cuando subió de desayunar, así que, con cuidado, desenrolló el pergamino y lo desplegó. La letra era de su padrino. Suspiró largamente y se dispuso a leer.

Mi querida Divinity:

¿Cómo estás? Espero que mucho mejor que la última vez que nos vimos. Sé que te resultará extraño que te escriba enviándote este gran paquete, pero tu madre quería que lo tuvieras tú. Es el vestido con el que acudió a su primera cita formal cuando tenía a penas 17 años. Seguro que estás preciosa en el baile con él. Disfruta de tu día y sé una princesa de radiante sonrisa. Os iré a buscar el día 26 a última hora de la tarde.

Te quiere tu padrino:

Remus J. Lupin

Divi se mordió ligeramente el labio inferior, con las lágrimas saltadas… Ese traje era de su madre y, al igual que todo lo que había en la casa, ahora le pertenecía a ella. Dejó el pergamino a un lado y quitó el papel de regalo de la caja de cartón. La destapó y, con cuidado, cogió el vestido que yacía en su interior, alzándolo y sacándolo de su confinamiento. Era un precioso vestido largo, de color azul cielo, de verano. Sus tirantes eran finos y su escote de pico, lo que realzaría, evidentemente, los encantos de la muchacha. Una sonrisa se le escapó de los labios al imaginarse a su madre, joven y sonriente, vestida con aquel traje.

Junto con el vestido, venían unos zapatos de verano de color marfil, de tacón, y un tocado para el pelo… Aunque no fuera al baile, había decidido que, al menos, llevaría puedo el traje, ya que estaba segura de que a su madre le habría hecho ilusión verla con él puesto.

Tras dejar el vestido colgado en su armario, con los zapatos y el tocado, mucho más animada que los últimos días, la bruja salió de la habitación, dirigiendo sus pasos hacia la sala Común para salir en busca de sus amigos. Pero antes de poder tocar el pomo de la puerta para salir de allí, una voz se alzó a sus espaldas.

-Vaya, chicos, mirad… Ahí va Prewett- se burló la voz de Malfoy, secundada de las risas de sus dos inseparables gorilas -¿Vas a ir a llorarles a mamá y a papá? ¡Ah no! ¡Si están muertos!- las risas se hicieron más fuertes mientras que la rubia apretaba los puños con tanta fuerza que se le notaban las venas… la rabia empezaba a carcomerla por dentro –Aunque si yo tuviera una hija como tú no habría esperado a que me mataran, me habría…- pero no puedo terminar la frase. Divinity se había precipitado sobre Draco, con los ojos encendidos de rabia, empujándole contra la pared. Malfoy emitió un gritito de lo más cómico, asustado, mientras Divi le agarraba del cuello con la mano izquierda.

-Mira, sucia rata de cloaca- murmuró la rubia, apretando sus dedos en torno al cuello del muchacho, que tanteaba con sus manos en busca de su varita, entre gemidos de terror -, como vuelvas a mentar una sola vez más a mis padres, serán los tuyos los que se avergüencen de tenerte como hijo, porque voy a dejarte tan destrozado y voy a echar tan por tierra tu reputación en todo el Mundo Mágico, que desearás no haber nacido- un nuevo jadeo de miedo brotó de los labios de Malfoy cuando, con la mano derecha, Divinity le agarró la muñeca con la que buscaba la varita, encontrándose sus miradas : la de él suplicante, la de ella matadora -. Y por si acaso se te olvida, te dejaré un buen recordatorio- se separó lo suficiente y, con la misma fuerza que cualquier otro chico, golpeó con violencia el estómago de Draco, que se dobló de dolor, cayendo al suelo.

Alrededor de los dos se había formado un grupo de Slytherin, que miraban en silencio y acobardados la escena. Divi se giró, con los ojos entrecerrados y llenos de odio, mirando a todos y a cada uno de los allí presentes.

-¿Alguien más quiere acabar como Malfoy o peor?- todos dieron un paso hacia atrás, y la rubia se abrió paso entre ellos, sin decir más: aquella mirada de odio que les echó había servido de más aviso que cualquier palabra. Después de aquella demostración de que, pese a estar rota por el dolor, seguía siendo la misma muchacha fuerte de siempre, sus compañeros volvieron a hacerle el vacío en el que ella se encontraba tan a gusto.

La noche del Baile no tardó en llegar y todo eran nervios. Fred y George ya esperaban en lo bajo de las escaleras, vestidos con sendas túnicas de gala negras, con su camisa y su pajarita. Fred llevaba el pelo bien peinado, con la raya hacia un ladito, mientras que George se lo había echado todo hacia atrás. Estaban los dos radiantes, muchísimo más guapos que nunca.

-Tío, estoy nervioso ¿eh?- susurró Fred, emitiendo un largo suspiro, echando hacia atrás la cabeza.

-¿Por qué? ¿Por Angelina? Ni que nunca hubieras hablado con ella- dijo su gemelo, mirando de reojo a Fred, que se contuvo para no darle una colleja, como siempre.

-No, bruto ¡Por Ytzria! Espero que esto funcione, porque sino no tengo ni idea de qué haré para que se fije en mi- murmuró, colando un dedo por el cuello de la camisa para holgárselo mientras George abría la boca para decir algo. Pero en ese momento, Angelina bajó las escaleras con un sencillo traje color verde botella, sonriendo a los gemelos.

-¡Vaya Angelina! Estás muy rara sin la túnica de quidditch ¿eh?- se burló George, riendo, mientras la muchacha enarcaba ambas cejas, mirándole de reojo.

-Perdona, pero a mí todo lo que me ponga me sienta bien- alargó la mano, la cual Fred cogió al acto, ayudándola a bajar las últimas escaleras.

-Estas muy… guapa- sonrió con carilla de circunstancia mientras Angelina le regalaba una amplia sonrisa, fingiéndose vergonzosa. Pero pronto los ojos de Fred se posaron en otra figura que resplandecía más que cualquier joya aquella noche: Ytzria. Llevaba un precioso vestido rojo pasión, de satén, con el escote de palabra de honor. Su cabello iba suelto, recogido con una pequeña diadema de flores, regalo de Jessica, quien fue para ella como una segunda madre, que mantenía sus cabellos enganchados, despejando su preciosa cara, ahora maquillada con tonos muy naturales, rosados, y con un brillo en los labios que a Fred se le antojó demasiado provocativo como para pasarle desapercibido -. Por las barbas de Merlín…- murmuró Fred, anonadado, mientras su hermano se adelantaba, con una sonrisa, a tenderle la mano a su acompañante.

-Pensaba que los ángeles tenían alas, pero al verte, me acabo de dar cuenta de que en Hogwarts hay uno desde hace cinco años- dijo George, mirando hacia su amiga. Las mejillas de Ytzria pronto se tiñeron de rojo, a juego con su traje, mientras alargaba la mano para tomar la del pelirrojo.

-Mu… muchas gracias, George- murmuró, a penas con un hilo de voz, mirando al gemelo y luego a Fred, sonriente -. Vosotros estáis muy elegantes también.

-Bueno ¿Entramos?- se apresuró a preguntar Angelina, agarrándose al brazo de su acompañante, casi de manera posesiva. Sin poder más que asentir, los gemelos se adentraron en la fiesta con sus dos acompañantes. El comedor estaba realmente precioso, con decoraciones de hielo y cristal. Los alumnos ya hablaban entre ellos, sentados en las mesas y a la espera de que los cuatro campeones hicieran su aparición estelar para comenzar la fiesta. Los gemelos Weasley acompañaron a sus dos acompañantes hacia la mesa donde debían tomar asiento. Con cuidado, George se adelantó para retirarle la silla a Ytzria, la cual tomó asiento con cuidado de no arrugarse su precioso vestido.

-Gracias- susurró, aún con las mejillas encendidas por la vergüenza. Fred realizó el mismo movimiento que su gemelo, pero no podía evitar mirar a Ytzria. Estaba preciosa, radiante, y eso no pasaba desapercibido para Fred. Comenzaba a arrepentirse de verdad por no haberla invitado a ella. Si lo hubiera hecho, quizá esa noche podría confesarle todo lo que su corazón guardaba.

Enseguida la música comenzó a sonar y todos los alumnos se levantaron de sus mesas para recibir con aplausos a los cuatro campeones y sus parejas. Los chicos iban muy elegantes, todos con sus túnicas de gala, y las chicas irradiaban una belleza que no pasaba desapercibida. Incluso Hermione no parecía ella y eso parecía haber fastidiado bastante a Ron, que permanecía rojo de envidia al verla aparecer con Krum. Fred y George se miraron tras observar a su hermano menor, luchando por no romper en sendas carcajadas.

Los cuatro campeones y sus parejas tomaron posiciones en la pista de baile y, en cuanto la banda comenzó a tocar la canción de apertura, comenzaron a bailar bajo la atenta mirada de los alumnos de las tres escuelas. Ytzria juntó las manos sobre su pecho, con la mirada brillante, ilusionada. Ese tipo de eventos siempre conseguían emocionarla hasta el punto de sus que ojillos grises, brillantes, se empaparan al borde del llanto.

-Qué bonito- murmuró la rubia, agarrándose al brazo de George, con cuidado, el cual alargó la mano para acariciar su mejilla, con delicadeza.

-Venga, Ytz, no llores, que este es un día feliz- le dijo el muchacho, amablemente, mientras acariciaba la sonrosada mejilla de la rubia. Poco a poco las parejas comenzaron a inundar la pista de baile tras hacerlo el director Dumbledore y la subdirectora McGonagall. George tomó con delicadeza la mano de la muchacha y la hizo girar hasta hacerla quedar frente a él, mirándola con una encantadora sonrisa en los labios -¿Me concede este baile, señorita McLouis?

-Con mucho gusto, señor Weasley- contestó la rubia, con una amplia sonrisa en los labios, adornada por el encantador rubor de sus pálidas mejillas. El pelirrojo tiró de su acompañante hasta el centro de la pista donde, tras tomarla de una mano y colocar la otra en su cintura, comenzó a bailar al ritmo de la música que sonaba. Los dos estaban radiantes. La sonrisa de Ytzria podría iluminar la soledad más profunda, y la mirada de George, dulce, encantadora, apaciguar el dolor más insoportable. Los dos amigos se tenían el uno al otro en ese momento y sabían que aquella noche sería especial. Aún así, les faltaba alguien importante, alguien que no estaba allí.

Aunque a penas era un murmullo, el viento llevaba la música hasta lo alto de la Torre de la Lechucería, donde una figura escrutaba la noche desde la oscuridad, con tan solo el tenue brillo de su varita iluminando un trozo de pergamino bastante arrugado.

-¿Me gustaría que vinieras al baile conmigo?- susurró la voz, muy suavemente, en un tono entre amargo y burlesco –No podrías ser más rastrero ¿verdad, Tonks?- la luz de la varita se apagó y, al instante, trozos de pergamino se unieron a la nieve para caer al suelo. El silencio se adueñó por un instante de la zona, como si el ambiente y las estrellas se tensaran al ver caer tristemente aquellos pedacitos de pergamino desde tan alta altura –No vuelvas a tomarme por idiota- murmuró de nuevo, intentando romper aquella atmósfera tan silenciosa.

Nuevas notas resonaron en el ambiente, nuevos ritmos que despertaron en la figura viejos recuerdos. Era una melodía dulce, lenta… No poseía muchos altibajos, lo que la dotaba de una armonía tranquilizadora. Tan tranquilizadora como el abrazo de una madre. Se giró y se introdujo en el interior de la lechucería, perdiéndose allí en dirección a las escaleras de descenso.

El resonar de unos tacones descendiendo por las frías escaleras de piedra, hizo que Marcus alzara la mirada del libro de herbología que leía tranquilamente en la biblioteca. Ya que todo el mundo estaba en el baile y tenían permiso para estar fuera de las Sala Comunes, el muchacho había decidido aprovechar para estudiar. Sin embargo, la curiosidad le pudo. Cerró el libro, dejándolo en su sitio, y salió al encuentro de aquellos pasos que empezaban a perderse en los pisos inferiores.

Descendió sin prisas, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón de su uniforme. Se detuvo en el último tramo para mirar hacia la puerta del comedor, donde una muchacha miraba, desde el marco de la misma y casi a escondidas, el baile que estaba teniendo lugar. Vestía un precioso traje de gala azul oscuro, abierto por la espalda hasta la cintura. Llevaba el rubio cabello recogido en un moño no muy bien hecho, con varios rizos saliendo de él y cayendo por su espalda y los laterales de su rostro. Se decidió y terminó de descender las escaleras, acercándose hacia aquella chiquilla.

-Ytzria está preciosa… Y hace tan buena pareja con George…- murmuró Divinity, allí detenida, al lado de la puerta. Pese a no tener intenciones de bajar, se había puesto el traje de su madre. De repente sintió cómo alguien carraspeaba a su espalda y se tensó, pensando rápidamente una excusa para el profesor que fuera. Pero cuando iba a abrir la boca, vio a Marcus, allí parado, observándola con aquellos eléctricos ojos azules -. ¿No… No has ido al baile?- preguntó tras unos instantes, sin poder apartar la mirada de aquellos profundos y tristes ojos.

-Bueno, es que no tenía pareja y…- se detuvo, observándola ahora de frente. Si ya de espaldas le pareció que el vestido la hacía parecer más femenina, la parte delantera le despejó cualquier duda que pudiera quedarle. El escote, de pico, dejaba ver y marcaba a la perfección sus desarrolladas curvas femeninas; y el peinado enmarcaba su rostro que, aunque completamente desmaquillado, parecía mucho más hermoso que cualquier otro día, menos frío.

-Bueno, ya somos dos- murmuró Divinity, también observando a su acompañante. Él ni siquiera se había vestido para el baile, lo que aún le atajo más. Llevaba la camisa ya un poco arrugada por el paso del día y un par de mechones de su negro cabello caían lacios por delante de su rostro.

-¿Tú quieres entrar?- murmuró el moreno tragando saliva mientras miraba a los ojos de su acompañante, que se entornaron a la par que sonreía. Divinity simplemente negó… prefería mil veces la soledad del pasillo a su lado. Marcus le tendió la mano, tomando la de la rubia para tirar de ella hacia su cuerpo. La mano que permanecía dentro del bolsillo del pantalón salió al momento para rodear la cintura de su acompañante.

-Gracias- murmuró Divinity, posando la mano libre sobre el hombro del muchacho. Enseguida los dos comenzaron a moverse al son de la música, con las miradas fijas en el otro. La muchacha no podía creerlo. Marcus había despertado en ella un interés muy fuerte desde la primera vez que se cruzaran, y ese interés se había transformado en una irresistible atracción. Y ahora, sin haberlo siquiera planeado, estaba bailando entre sus brazos, alejándose de todo el dolor, de todo los problemas, para estar solamente con él.

-Lo siento pero no voy vestido como un príncipe, sino como un mendigo- le susurró dedicándole una media sonrisa tan encantadora que podría haber derretido a cualquier chiquilla -. Y como tal tendremos la suerte de tener la música para nosotros solos, lejos del resto del mundo.

-No a todas nos gustan la compañía de un príncipe y las grandes muchedumbres- le susurró, girando sobre sí misma cuando Marcus la guió a ello, riendo suavemente antes de volver a agarrarse a su cuerpo, volviendo a aquel mareante y delicioso contacto visual.

-Y a veces los mendigos podemos llegar a bailar con las princesas- murmuró suavemente, abrazándola un poco más contra su cuerpo.

-Más de una lo daría todo por estar ahora mismo en mi lugar, créeme- rió suavemente.

-Pero éste mendigo ya eligió a su princesa- aquella frase provocó que las mejillas de la muchacha se tiñeran de rojo. Con cuidado se acercó más hacia el muchacho, rodeando su cuello con ambos brazos mientras él posaba las manos sobre su espalda desnuda. Pese a que la música había cesado, la pareja no había dejado de bailar, metidos en su mundo, en su particular burbuja. Nada existía para ellos salvo la compañía del otro.

Tras una canción más, se detuvieron, separándose lo justo para mirarse, dedicándose sendas sonrisas, la de Marcus, como siempre, muy comedida, la de la rubia, radiante y feliz.

-Luego podemos ir a las cocinas a comer algo- dijo de repente la muchacha, acariciando tímidamente el final del cabello de su acompañante, el cual asintió con un suave movimiento de cabeza.

-Seguro que nos lo acabamos pasando mejor que ellos- contestó Marcus, volviendo a moverse con ella cuando la música comenzó de nuevo, atrayéndola contra su cuerpo, reduciendo así todo el espacio que había entre ambos.

-Seguro que ahí dentro a penas se puede hablar. Y a mi, desde luego, me encanta conversar contigo- le confesó Divinity, posando la cabeza sobre el pecho del muchacho, escuchando el tranquilizador latido de su corazón mientras éste, con cuidado, la iba guiando hacia un pasillo lateral, desde donde se escuchaba la música, pero donde nadie podría interrumpir su noche.

-En eso estamos de acuerdo- dijo el muchacho, apretando a la bruja un poquito más contra su cuerpo -. Si algo echare de menos al irme será conversar contigo; incluso más que la biblioteca que ya es decir- aquellas palabras arrancaron una tímida sonrisa de los labios de la muchacha, encendiendo también sus mejillas, mientras hundía la cabeza en el pecho de Marcus.

La música continuaba dentro del Comedor. Muchas parejas ya habían salido de allí en busca de algo de intimidad, quedando el interior bastante despejado. Tan solo alumnos de cursos inferiores y algunas parejas de amigos continuaban la velada junto con los profesores. Entre ellos se encontraban los gemelos, Ytzria y Angelina. Fred y George estaban contando varias de sus travesuras a las chicas, tan alegres y dicharacheros como siempre. Ytzria no podía parar de reír, hasta se le saltaban las lágrimas, mientras que Angelina resoplaba tremendamente aburrida.

-¿De… de verdad hicisteis eso?- preguntó Ytzria entre risas, con las manos sobre el estómago, que ya le dolía de tanto reír.

-¡Claro!- afirmó George, dándole palmaditas en la espalda a su hermano –Nos dio la idea mi madre.

-Pero… ¡Arrancar un retrete!- se echó nuevamente a reír, quitándose las lagrimillas con los dedos. La risa de Ytzria era igual de delicada que el sonido de una campanita. A Fred le encantaba oírla reír… incluso en el momento más triste, el recuerdo de su risa le hacía sonreír.

-¡Ey! Lo hicimos por una buena causa- afirmó Fred –Harry estaba en la enfermería y quisimos hacerle llegar nuestras fuerzas- rió el pelirrojo, levantándose y caminando hacia Ytzria -. Pero dejando todo eso de lado ¿Me permite este baile, señorita McLouis?- le tendió la mano, cortésmente, tras realizar una reverencia. Ytzria no pudo negarse ante tal ofrecimiento. Sus mejillas se sonrosaron ligeramente y alargó la mano para tomar la del Weasley, incorporándose.

-Será todo un placer- murmuró la rubia, levantándose de su asiento. La pareja caminó hacia el centro de la pista bajo la inquisitiva y rabiosa mirada de Angelina, a quien no le había sentado muy bien que su pareja sacara a bailar a otra. Con cuidado y con una habilidad pasmosa, Fred hizo girar a Ytzria sobre sí misma antes de abrazarla contra él, rodeando su cintura con su brazo. En cuanto la música comenzó de nuevo a sonar, los pies del pelirrojo comenzaron a moverse, guiando a su acompañante en un lento baile. Por fin la tenía entre sus brazos, por fin estaba bailando con la persona a la que realmente quería. En ese momento se sintió un cobarde, se sintió tan pequeño como un gatito entre un montón de leones ¿Por qué era capaz de pedirles citas a las demás chicas y no de confesarle a ella todo lo que sentía?

-Ytzria- susurró finalmente, apretándola un poquito más contra él. Hundió la cabeza en su cabello, aspirando su delicado aroma, dulce, embriagador -, siento haber sido un cobarde. ¿Sabes? Debí pedirte a ti que vinieras conmigo al baile en vez de a Angelina- Ytzria sintió como sus mejillas ardían de nuevo, pero no solo eso, sino que se sentía ligeramente apenada. Se separó un poquito, lo justo como para alzar las manos y posarlas sobre las mejillas de Fred. Miró sus ojos, acariciando sus pómulos con los pulgares mientras tanto, con los ojillos tan brillantes que casi parecía que iba a echarse a llorar allí mismo.

-Yo… yo… yo te regalaré una piel de oso para que no seas cobarde ¿vale?- murmuró la muchacha, mirando a los ojos de su acompañante, el cual, tras asimilar sus palabras, comenzó a reír por lo bajo, asintiendo suavemente.

-Está bien- contestó, sin dejar de bailar, acariciando la espalda de Ytzria con sus dedos, suavemente, pero siempre manteniendo el respeto por la muchacha pues, con ella, siempre fue un caballero -. La próxima vez te prometo que no seré tan cobarde y ye invitaré al baile para que seas mi pareja- susurró, acercándose para depositar un delicado y suave beso en su frente justo en el mismo instante en el que la música cesaba, quedándose los dos allí quietos, abrazados. Nada existía en esos momentos para ninguno de los dos, solamente ellos.

-Cualquiera que nos vea pensaría lo que no es- dijo la muchacha, entre risas, mientras Marcus la posaba en el suelo. Habían decidido hacer un paro e ir a beber algo a las cocinas, donde los Elfos les atendieron sin problemas. Y Divinity, para no caerse, se había dejado los zapatos de tacón tras una estatua por lo que el joven, muy caballeroso, la había llevado y de ida y de vuelta entre sus brazos.

-Que piensen lo que quieran; no me importan lo mas mínimo- dijo el muchacho, sin soltar a su acompañante que, aún estando en el suelo, se mantenía abrazada a su cuello -. Además, no tengo imagen alguna que sostener- murmuró, encogiéndose de hombros -simplemente para ellos no existo.

-Pues ellos se lo pierden- murmuró Divinity, pasando sus manos de su nuca hacia sus mejillas, con cuidado.

-Seguro que tu imagen si que se va a los suelos- dijo el muchacho, acercándose un paso más a la rubia, estrechando el espacio que había entre sus cuerpos.

-A estas alturas lo que esas víboras piensen de mi me da igual- dijo, encogiéndose ligeramente de hombros, ladeando la cabeza hacia un lado mientras le dedicaba una sincera sonrisa, más radiante que ninguna otras- Además, ¿Y lo bien que me lo paso en tu compañía?- el muchacho rió suavemente, alzando una de las manos para retirarle del rostro un mechón de cabello tan lentamente que a ambos se les hizo eterno.

-La verdad es que contigo se me pasa el tiempo muy rápido- murmuró, dedicándole ahora él una sonrisa tan encantadora que la rubia sintió como su corazón se disparaba, latiendo más rápido que nunca -. Dicen que cuando uno lo pasa bien el tiempo vuela ¿no?

-Sí, y es una verdadera pena- murmuró Divinity, dando un paso hacia él, de modo que sus cuerpos entraron en contacto. Se sentía mareada entre sus brazos, como si fuera a desmayarse por la rapidez con la que su corazón latía -. A veces desearía que el tiempo se detuviera. Ojala esta noche fuera eterna.

-Quizá no pueda ser eterna- la mano del muchacho se deslizó por la mejilla de la bruja, sintiendo el calor que se agolpaba en la misma -, pero podemos hacer que sea inolvidable.

-Para mí ya lo está siendo- sus brazos rodearon muy lentamente el cuello del mago, alzándose sobre las puntitas de sus pies. Le sentía tan cerca que casi podía notar sus alientos entrelazándose, tentándose el uno al otro por fundirse en uno solo -. Cada momento a tu lado lo es- confesó en un susurro, sonrosándose más sus mejillas, brillando sus violáceos ojos de manera casi febril debido al cúmulo de sentimientos y sensaciones que en ese instante estaban apareciendo en su interior.

-Pero podría serlo aún más- susurró Marcus sobre sus labios justo antes de terminar de reclinarse hacia delante y besar a su compañera. Una corriente de placer recorrió el cuerpo de la bruja, que se tensó, temblorosa, pegando más su cuerpo al del mago. Sintió sobre su propio cuerpo, por encima de la ropa, el musculado torso del joven mientras éste le soltaba el cabello para enredar en él sus manos, deleitándose con su tacto y con su suave aroma a frambuesa. Los labios del mago atraparon traviesamente los de la bruja con suavidad antes de, con una calma que enervaría a cualquiera, introducir su lengua en la cueva de sus labios, conformando una pista donde sus lenguas danzarían creando un precioso recuerdo. Aquellos labios, rosados y carnosos, acababan de arrebatarle a la bruja su primer beso, un primer beso que le sería inolvidable. Un beso que quedaría eternamente grabado a fuego en su memoria.

La noche pasó rápida para todos y el sol comenzó a aparecer por el horizonte. Pocos vieron allí a la pareja, pero uno de ellos fue Tonks quien, además de ser rechazado por la bruja, ahora se sentía ultrajado ¿Por qué tenía que estar bailando y besuqueándose con ese búlgaro?

Sin embargo, nada le importaba a Divinity en ese momento. En cuanto los jóvenes se dieron cuenta de que estaba amaneciendo, Marcus realizó una sutil reverencia y la acompañó a través de las mazmorras hasta la puerta de su sala común, caminando con las manos en los bolsillos mientras ella las mantenía cruzadas a la espalda.

-Bueno… aquí acaba nuestra noche- murmuró la muchacha, girándose hacia él ya delante de la puerta de su Sala común. En verdad se sentía muy triste… Toda aquella noche había sido para ella como esos cuentos de hadas que su madre le contaba de niña; se había sentido tan especial como las princesas. Pero al contrario que en los cuentos, su noche sí acababa.

-Algún día, si la suerte nos es favorable, estoy seguro de que volveremos a encontrarnos. Y no se porque pero me da aquí- dijo, señalándose la sien a la par que le dedicaba una media sonrisa -que mas de un dolor de cabeza me producirás- Divi asintió con una sonrisa y ésta vez se acercó ella hasta Marcus. Posó la mano sobre su mejilla y se alzó sobre las puntas de sus pies para robarle un ultimo beso, delicado, dulce como la miel.

-Buenas noches- murmuró, con las mejillas ligeramente encendidas, antes de abrir la puerta y pasar al interior de la Sala Común. Hasta que ésta no se cerró, marcus no se giró para marcharse a descansar. Ahora tenía que dormir si quería dedicar la tarde nuevamente al estudio.

Al girarse, Divinity vio allí a Tonos, de pie, aun con la túnica de gala puesta y con el ceño ligeramente fruncido. No entendía como alguien, y menos ella, había rechazado su amable petición para ir al baile. Se acercó hacia la bruja, con paso firme y los puños tensos.

-Eh, Black- dijo, secamente. Pero a Divinity ni siquiera le importó. También se acercó hacia él y se detuvo en frente. Antes de que pudiera abrir de nuevo la boca, la bruja alzó la mano, posándola sobre su mejilla y susurró.

-Esta noche no, Tonks. No pienso permitir que me destroces este recuerdo- murmuró, mucho más suave de lo que era habitual en ella, diciéndolo casi como si fuera una súplica. Aquella noche había sido para ella un soplo de esperanza y un rayo de luz en aquella oscuridad. Quitó la mano de allí y pasó por su lado hacia las escaleras que daban a los cuartos de las chicas, dejándole allí, quieto, y bastante desconcertado.

Una vez llegó a la habitación, se quitó el vestido, colgándolo con cuidado de no arrugarlo, y se puso su camisón. Abrió las ropas de cama y se metió dentro, abrazándose a su almohada mientras en sus labios se dibujaba una sonrisa tontorrona. Sí, con aquel beso lo había comprobado… le quería. Se abrazó aún más fuerte a la almohada, susurrando un suave “Marcus” junto con un suspiro, antes de caer dormida.

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