sábado, 9 de agosto de 2008

Navidad

Tenían ya 14 años y las dos amigas estaban creciendo de manera casi vertiginosa. Ytzria se estaba convirtiendo en una verdadera muñeca, con el cabello liso y suelto, alta, de cara fina y piel pálida… Empezaba a ser popular entre los muchachos de su curso y algunos superiores pese a que eso, aún, no parecía importarle o más bien no llegaba a darse cuenta. Divinity, por su parte, no había crecido tanto en altura, pero cada día se parecía más y más a su madre. Pese ser también una muchacha bastante llamativa, no es que destacara precisamente por eso, sino porque empezaba a ser bien resabido el mal genio que la Prewett tenía, y más si tocaban, de algún modo, a su mejor amiga. Se habían vuelto inseparables.

Había llegado una nueva Navidad y Jessica y Albert habían recogido a las dos amigas en la estación de King’s Cross para llevarlas a casa. La pareja esperaba tranquilamente, hablando, a que el tren se asomara por el horizonte. Pese a que ya había anochecido, los focos de luz de la Estación iluminaban a la pareja; Jessica seguía siendo sencillamente un ángel, con el cabello castaño cayendo sobre su espalda, suelto, envuelta en un abrigo color beige. Y a su lado, Albert, con el brazo pasado alrededor de su cintura, más alto que ella, con el cabello rojizo alborotado y los ojos clavados en el horizonte. Una sonrisa brotó de los labios de ambos cuando, a lo lejos, pudieron ver el humo que salía de la locomotora al entrar en la estación. Rápidamente la pareja se acercó hacia borde del andén mientras el Expreso de Hogwarts se detenía por completo.

-¿Dónde estarán? ¿Habrán venido bien?- preguntó Jessica, como siempre, nerviosa. Albert se echó a reír alegremente mientras besaba, con amor, la sien de su esposa.

-Jess, no te preocupes, habrán venido tan bien como siempre- la tranquilizó el hombre, acariciando su cintura mientras miraba a un lado y a otro a ver si veía un par de cabelleras rubias.

-¡Mamá! ¡Papá!- gritó de repente una voz alta, pero encantadora, firme, pero infantil. Enseguida Albert reconoció la voz de su única hija y se giró hacia allí. Divinity acababa de bajar de uno de los vagones, seguida de Ytzria, y agitaba la mano, llamando la atención de sus padres. Ambas, a la espalda, llevaban las mochilas con la ropa para esos días y se las veía realmente radiantes de felicidad: a las dos les gustaba mucho pasar las navidades en aquella acogedora casa.

Albert y Jessica corrieron rápidamente hacia el lugar donde estaban las dos niñas. En cuanto llegaron, Albert cogió en brazos a su hija mientras Jessica abrazaba dulcemente contra sí a la otra niña, besando su cabeza con mimo.

-¡Pero qué bonita estás! Has crecido en estos meses, Ytz- dijo la mujer, con una amable y tranquilizadora sonrisa en los labios mientras les mejillas de la niña se teñían de rojo no solo por el frío, sino por el piropo -. Cada día estás más guapa.

-Gra… gracias, señora Prewett- murmuró, con los ojillos brillantes de ilusión, mientras jess pasaba sus manos maternalmente por las mejillas de la niña, negando delicadamente.

-Ya te he dicho que me llames Jessica o Jess, que sino me haces sentir muy mayor- murmuró la mujer antes de besar la frente de la niña e incorporarse en busca de su hija que, como siempre, se lanzó prácticamente encima de su madre, haciéndola dar un par de pasos hacia atrás -¡Ay Divi! Cada día te pareces más a tu padre en lo bruta, hija- rió la mujer, acariciando los rizos de su pequeña mientras Albert posaba una mano en los cabellos de Ytzria, de manera paternal.

-Jo, mami, es que me alegro de verte- se quejó la bruja, moviendo la cabecita remolona en el pecho de su madre, la cual sonrió aún más ampliamente.

-Yo también te he echado de menos, mi pequeña diablilla… a ti y al angelito de Ytz.

-Menuda pareja, una angelita y una diablilla ¿eh?- rió Albert, haciéndoles una señal a las niñas para que le siguieran, comenzando a andar –Vamos, que mamá os ha hecho una cena más rica- sonrió, pasándole el brazo por la cintura a su mujer mientras Ytzria y Divi, tras mirarse y sonreírse, corrían detrás de ellos.

-¿Qué hiciste mamá?- preguntó curiosa, mordiéndose el labio inferior mientras Jess la miraba, riendo, y le hacía una señal de silencio a su hija.

-Es una sorpresa, cariño… y si lo digo, no lo será- sonrió, soltándose de su marido para abrir el maletero y meter las mochilas de las niñas allí -. Venga, a dentro que tenemos que llegar a casa- Y, tras decir esto, Jess y las niñas se metieron en el coche y se encaminaron hacia la casa donde pasarían las vacaciones de navidad otro año más.

Un par de días más tarde ya era 24 y la casa estaba decorada para ese día. Albert, que había salido aquella tarde pronto del trabajo, se entretuvo con las niñas en poner el árbol de navidad y los adornos de la casa mientras Jessica terminaba las compras navideñas de última hora. Aquella casa era pura felicidad en aquellos momentos: los juegos de las niñas con Albert, los mimos y las caricias maternales de Jessica, los villancicos que sonaban por la radio,… Eran como una familia.

Cerca de la hora de la cena, Divinity, que había aprendido más de la cuenta de manos de sus primos, le había propuesto a Ytzria ir a buscar los regalos. Pese a la oposición al principio de la chiquilla, acabó accediendo ante la insistencia de su amiga.

-Venga- dijo Divi, haciéndole una señal a Ytz tras ver que sus padres estaban abajo, ocupados en preparar la cena de Navidad -, no hay que hacer ruido o nos descubrirán, y papá es capaz de dejarnos sin turrón- murmuró, corriendo hacia la habitación de sus padres antes incluso de que la pobre Ytzria consiguiera negarse una vez más -. Tú vigilas que no vengan ¿eh?

-Pe… pero Divi- murmuró, quejosa, pero tarde, pues Divinity ya estaba con la mitad del cuerpo metido debajo de la enorme cama de matrimonio de sus padres -Al final nos pillarán- murmuró Ytzria, moviendo las piernecillas de manera nerviosa, mirando a uno y otro lado del pasillo -y nos quedaremos sin regalos y… y…

-¡¡Niñas!!- gritó de repente Jessica, desde abajo -¡¿Por qué no me ayudáis a poner la mesa mientras termino el cordero?!- aquella llamada sobresaltó a la bruja que, al levantarse, o al menos intentarlo, se golpeó con la cama en la cabeza, lo que provocó que volviera a caer al suelo.

-¡Au! ¿Quién me mandaría meter la cabeza aquí debajo?- murmuró, refunfuñando, mientras se llevaba una de las manos al lugar donde se dio el golpe y, con la otra, se ayudaba a arrastrarse fuera de aquel lugar para levantarse. Pero, pese a que Divi no le dio mucha importancia, Ytzria se asusto tanto ante el golpe, que comenzó a gritar, alertando así a Albert, que se levantó del sofá donde leía El Profeta como un resorte.

-¡¡Ay!! ¡¡Ay!! ¡¡Ayuda!!- gritaba una y otra vez Ytzria mientras Divinity le hacía señales para que dejara de gritar, intentando hacerla ver que tan solo había sido un golpe, pero Albert entró en la habitación antes incluso de que pudiera decir nada.

-¿Estás bien niñas? ¿Os ha pasado algo?- preguntó, respirando agitado, pasando la mirada de una a la otra. Ytzria hipó ligeramente, mirando a Divi y luego a Albert mientras se ponía completamente roja, como un tomate, como siempre que se disponía a mentir.

-Te… te juro que nosotras no intentábamos hacer nada malo- se disculpó, casi trabándose con su propia lengua –Es que Di estaba buscando un… un… ¡un caramelo verde!

-Estabais buscando los regalos ¿A que si?- preguntó, mirando hacia Ytzria, que se frotaba los ojillos casi al borde del llanto.

-¡¡Ay!! Que no, papá, mira, yo te cuento- se adelantó Divi, carraspeando ligeramente -. Resulta que Fred…

-Vamos, Divi, no me vengas con la historia de que Fred o George os ha dado un caramelo encantado porque no cuela… Son demasiados años lidiando contigo y con esos dos trastos- dijo Albert, cruzándose de brazos, mirando severamente a su hija, que hinchó los mofletes.

-¡Jo! Te las sabes todas, Al- murmuró, de mal humor.

-No me llames Al, que no me gusta, Divi- le replicó el hombre, justo en el momento en el que entró Jessica, que corrió a abrazar contra su pecho a la pobre Ytzria, mirando hacia su marido y su hija.

-¿Ya estáis de nuevo vosotros dos peleando?- suspiró, besando la cabecita de la niña –No llores, Ytz, cariño, que ya pasó.

-Tu hija estaba buscando los regalos- dijo Al, señalando a la niña, mientras Divi señalaba a su padre, con el ceño graciosamente fruncido.

-Y él deja muy poco a la imaginación juvenil de una pobre muchacha y…

-Ya vale los dos- cortó Jessica, soltando con cuidado a Ytzria, que continuaba sollozando -. Divi, no vas a encontrar los regalos, ya lo sabes, y Al, no es para ponerse así… Son niñas, es normal que hagan trastadas de este tipo ¿entendido?

-¡Yo no quería buscar los regalos!- exclamó Ytzria finalmente, rompiendo a llorar mientras corría a agarrarse de Albert, mirándole con sus ojillos grises aguados -. Y Divi tampoco… fue… fue George, que la picó con que él ya sabía los regalos.

-¿Y les hacéis caso a esos dos trastos? Deberíais conocerles, chicas, que lo hacen por molestaros- dijo Al, acariciándole la cabeza de manera paternal a Ytzria, sonriendo de medio lado -. Así estáis, que no hacéis más que travesuras.

-¡Albert!- exclamó Jessica, cruzándose de brazos.

-¡Pero si es verdad! Pronto nos llegará una carta diciendo que las niñas han vuelto de color rosa las escobas de los Slytherin.

-¡Eso no! Pero ponerles chiches en las camas cuando…- enarcó ambas cejas, mirando hacia su padre, que estaba apunto de replicarle, pero la rubia reaccionó a tiempo -¡Insensible! Mira mamá, Al hizo llorar a Ytzria- le señaló, con carilla de circunstancia, mirando hacia su madre, que se mordía los labios para no echarse a reír.

-Venga, ya vale- dijo Jessica, posando la mano sobre la cabeza de su hija, con cuidado -. Dejemos esta tontería y bajemos a cenar, que mirad qué hora es y la mesa está sin poner. Además, no es un día para llorar, es un día para estar alegre y abrir muchos regalos. A ver, Al y Divi, vosotros ir bajando a poner la mesa mientras hablo un momentito con Ytzria ¿vale?

-Está bien- dijo Al, soltando a Ytzria con cuidado y caminando hacia su hija, pasándole el brazo por los hombros -. Venga, que hay una mesa que poner ¿eh?- Divi asintió suavemente, dándole un pellizquito a su padre y saliendo rápidamente hacia las escaleras, entre risas -¡Ey! ¡No te escaquees!- exclamó, corriendo detrás de ella.

Jessica negó suavemente y se acuclilló delante de la rubia, acariciando sus mejillas de manera maternal, mordiéndose el labio inferior. Sabía que aquella niña era igual de delicada que una flor y que necesitaba cuidados más especiales y atentos que su hija.

-Es que yo no quería... buscar... los regalos...- sollozó la pequeña, sorbiendo el agüilla que le salía de la naricilla -que eso es malo... prefiero la sorpresa... de hecho no me ha dicho nada aún porque no... quiero que me lo diga...

-Y haces muy bien tesoro- murmuró la mujer, dedicándole las mismas suaves caricias en las mejillas, retirándole las lágrimas con los dedos -. Yo soy como tú ¿sabes? Prefiero las sorpresas porque si los regalos no son sorpresa ¿Qué hay de magia en la Navidad? Has hecho muy bien, además, los tengo guardados en un lugar muy, muy secreto- se reclinó hacia la niña, besando su frente muy suavemente. Ytzria aprovechó para abrazarse a ella, hundiendo la cabeza en su pecho, buscando el latir de su corazón.

-Tampoco me lo digas porque conociendo a Divi seguro que me lo sonsaca- murmuró quejosamente.

-Tranquila, será un lugar secreto, secreto... tan secreto que a veces hasta a mi se me olvida dónde está- contestó la mujer, incorporándose con ella y caminando, las dos, hacia las escaleras.

Aquellas navidades fueron magníficas para los cuatro. Siempre habían sido como una familia cuando se reunían, y aquella ocasión no iba a ser menos. Ytzria les regaló, a cada uno, algo comprado por ella misma. Aunque se confundió al dar los paquetes, como siempre, luego acabaron en las manos que debían: a Albert le había comprado una pipa de madera, con un precioso dragón tallado; a Jessica una preciosa figura de un ángel y a su querida amiga, a Divinity, unos guantes de boxeo acolchados para, según la rubia, que su amiga no se hiciera daño al pegar a los malos. Se sentía feliz en aquella familia, y ellos la mimaban como si fuera hija suya.

El detalle de aquello fueron los regalos de aquel año por parte de Jessica y de Albert. Aparte de una preciosa Saeta de fuego, regalo de ambos, Jessica le dejó en herencia, como si de su propia hija se tratara, una preciosa diadema de plata, para alguna ocasión especial. Las tiras de plata estaban trenzadas unas con otras y, en los cruces, nacían pequeñas florecillas blancas… Era sencilla, pero tenía algo de especial, algo que ni siquiera la propia Jessica era capaz de descifrar. Además de eso, Albert le regaló una esclava de plata, con su nombre grabado y su fecha de nacimiento, con los escudos, a los lados del nombre, de la familia de Jessica y de la suya propia… Una esclava igual que la que, en su día, regalaran a Divi al entrar en Hogwarts la primera vez. Era puro simbolismo, como si, con ello, quisieran hacerle saber de manera más formal que, para ellos dos, era una hija más.

Y así, los cuatro juntos, pasaron una hermosa navidad en familia… Pero, aunque ellos no se dieran cuenta aún, algo se movía ahí fuera… ¿Quién sabe qué les deparará el futuro?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Uooooo, por fin me puse al día con todo! Me han encantado las charlas en el tren de camino a Hogwarts y la de Charlie (qué mono ^^). Aunque, de todo lo que has publicado, esta entrada y la visita de Jessica a Lupin, han sido lo que más me ha gustado hasta ahora.

Y, por lo que conozco de esta historia, ¡aún falta mucho por llegar! Esperaré impaciente para leerlo.

Salu2! ^^