viernes, 19 de septiembre de 2008

CAPÍTULO 5: De dragones y cánidos

Los días fueron pasando y cuando menos se lo esperaban, había llegado la noche en la que el Cáliz de fuego debía elegir a los tres campeones del Torneo. Divinity ya estaba en la puerta del comedor, con la túnica, como de costumbre, torcida, y la corbata por abrochar. De repente, al alzar la mirada, vio una rubia melena correr hacia el comedor, lo que hizo que se desapoyara de la pared y diera un par de pasos al frente mientras en sus labios se dibujaba una media sonrisa, algo muy común en la muchacha al ver a sus amigos.

-¡Ytzria!- exclamó hacia la figura que corría casi pasando de largo de su amiga, Al oír su nombre, Ytzria se giró hacia la voz que la llamaba con una amplia sonrisa en sus labios. Ytzria había crecido mucho durante sus años en Hogwarts, y ahora era un poco más alta que su amiga y muchísimo más llamativa para los chicos gracias a ese aire angelical que desprendía por doquier. Era una de las mejores jugadoras de Hogwarts de esos momentos y todo aquel que podía tener algún tipo de duda sobre quidditch, acudía a ella y ésta, encantada, se la resolvía.

-¡Buenos días Divi! ¿Todo bien?- preguntó alegremente mientras Divinity se acercaba hasta ella, sonriendo de medio lado, con los violáceos ojillos entrecerrados.

-Si, claro, aunque bueno… He estado castigada con el profesor Snape hasta ahora- Comentó mientras se rascaba la nuca, riendo por lo bajo.

-Solo tú puedes estar tanto tiempo castigada, Divi- rió alegremente Ytzría mientras le pasaba el brazo por los hombros a su amiga –Dime, ¿viste lo que hicieron Fred y George?

-¡No! Pero me lo contaron… ¡Qué lástima no haber visto sus caritas!.- Resopló fastidiada mientras Ytzria comenzaba a relatarte todo lo que había ocurrido con los gemelos, entrando en el Gran comedor, donde todos se veían excitados por la elección de los Tres Campeones del Torneo. Los murmullos eran generales, las chicas hablaban en grupitos reducidos mientras los chicos hacían apuestas sobre aquellos que podrían ser o no elegidos.

Cuando Ytzria terminó de contarle todo, ambas amigas se separaron para sentarse en sus respectivas casas. El Gran Comedor, iluminado por velas, estaba casi abarrotado. Habían quitado del vestí­bulo el cáliz de fuego y lo habían puesto delante de la silla vacía de Dumbledore, sobre la mesa de los profesores y los alumnos de Dumstrang, Beauxbatons y Hogwarts comían tranquilamente, hablando entre ellos. En la mesa de los profesores, además, había varios invitados, entre ellos el señor Barman y el señor Crouch, ambos altos mandos en el Ministerio de magia.

Al finalizar el banquete, los platos de oro volvieron a su original estado inmaculado. Se produjo cierto alboroto en el salón, que se cortó casi instantáneamente cuando Dumbledore se puso en pie. Junto a él, el profesor Karkarov y Madame Maxime parecían tan tensos y expectantes como los demás. Ludo Bagman sonreía y guiñaba el ojo a varios estudiantes. El se­ñor Crouch, en cambio, no parecía nada interesado, sino más bien aburrido.

—Bien, el cáliz está casi preparado para tomar una de­cisión —anunció Dumbledore—. Según me parece, falta tan sólo un minuto. Cuando pronuncie el nombre de un cam­peón, le ruego que venga a esta parte del Gran Comedor, pase por la mesa de los profesores y entre en la sala de al lado —indicó la puerta que había detrás de su mesa—, don­de recibirá las primeras instrucciones.

Sacó la varita y ejecutó con ella un amplio movimiento en el aire. De inmediato se apagaron todas las velas salvo las que estaban dentro de las calabazas con forma de cara, y la estancia quedó casi a oscuras. No había nada en el Gran Comedor que brillara tanto como el cáliz de fuego, y el ful­gor de las chispas y la blancura azulada de las llamas casi hacia daño a los ojos. Todo el mundo miraba, expectante.

De pronto, las llamas del cáliz se volvieron rojas, y em­pezaron a salir chispas. A continuación, brotó en el aire una lengua de fuego y arrojó un trozo carbonizado de pergami­no. La sala entera ahogó un grito.

Dumbledore cogió el trozo de pergamino y lo alejó tanto como le daba el brazo para poder leerlo a la luz de las lla­mas, que habían vuelto a adquirir un color blanco azulado.

—El campeón de Durmstrang —leyó con voz alta y cla­ra— será Viktor Krum.

—¡Era de imaginar! —gritó Ron, al tiempo que una tor­menta de aplausos y vítores inundaba el Gran Comedor. Krum se levantó rápidamente de la mesa de Slytherin y caminó hacia Dumbledore mientras aquel extraño muchacho de ojos tristes miraba hacia su compañero tan tranquilo como de costumbre… No parecía alegrarse ni estar en desacuerdo. Krum se volvió a la derecha, recorrió la mesa de los profesores y desapareció por la puerta hacia la sala contigua.

—¡Bravo, Viktor! —bramó Karkarov, tan fuerte que todo el mundo lo oyó incluso por encima de los aplausos—. ¡Sabía que serías tú!

Se apagaron los aplausos y los comentarios. La aten­ción de todo el mundo volvía a recaer sobre el cáliz, cuyo fue­go tardó unos pocos segundos en volverse nuevamente rojo. Las llamas arrojaron un segundo trozo de pergamino.

—La campeona de Beauxbatons —dijo Dumbledore—es ¡Fleur Delacour!- una chica tan hermosa que pa­recía una veela, se puso en pie elegantemente, sacudió la ca­beza para retirarse hacia atrás la amplia cortina de pelo plateado, y caminó por entre las mesas de Hufflepuff y Ra­venclaw hacia la misma puerta por la que Krum había desaparecido, bajo la atenta mirada de la mayoría de los muchachos de Hogwarts, que la miraban embelesados.

Cuando Fleur Delacour hubo desaparecido también por la puerta, volvió a hacerse el silencio, pero esta vez era un silencio tan tenso y lleno de emoción, que casi se palpaba. El siguiente sería el campeón de Hogwarts...

Y el cáliz de fuego volvió a tornarse rojo; saltaron chis­pas, la lengua de fuego se alzó, y de su punta Dumbledore retiró un nuevo pedazo de pergamino.

—El campeón de Hogwarts —anunció— es ¡Cedric Dig­gory!- Todos y cada uno de los alumnos de Hufflepuff se pusieron de repente de pie, gritando y pataleando, mientras Cedric se abría camino entre ellos, con una amplia sonrisa, y marchaba hacia la sala que había tras la mesa de los profesores. Naturalmente, los aplausos dedicados a Ce­dric se prolongaron tanto que Dumbledore tuvo que esperar un buen rato para poder volver a dirigirse a la concurrencia.

—¡Estupendo! — dijo Dumbledore en voz alta y muy con­tento cuando se apagaron los últimos aplausos—. Bueno, ya tenemos a nuestros tres campeones. Estoy seguro de que puedo confiar en que todos vosotros, incluyendo a los alum­nos de Durmstrang y Beauxbatons, daréis a vuestros respec­tivos campeones todo el apoyo que podáis. Al animarlos, todos vosotros contribuiréis de forma muy significativa a...

Pero Dumbledore se calló de repente, y fue evidente para todo el mundo por qué se había interrumpido.

El fuego del cáliz había vuelto a ponerse de color rojo. Otra vez lanzaba chispas. Una larga lengua de fuego se ele­vó de repente en el aire y arrojó otro trozo de pergamino.

Dumbledore alargó la mano y lo cogió. Lo extendió y miró el nombre que había escrito en él. Hubo una larga pau­sa, durante la cual Dumbledore contempló el trozo de per­gamino que tenía en las manos, mientras el resto de la sala lo observaba. Finalmente, Dumbledore se aclaró la gargan­ta y leyó en voz alta:

—Harry Potter.

Había llegado por fin el fin de semana anterior a la primera prueba y Divinity se encontraba en el Gran Comedor esa mañana jugando con Lee al ajedrez mágico mientras Fred y George seguían en su mundo, con sus planes para la nueva tienda de bromas que querían abrir en el centro del Callejón Diagón. En aquellos días, Ron estaba enfadado con Harry después de lo ocurrido durante la ceremonia de selección de los Tres Campeones (en este caso cuatro), por lo que no era raro verle acompañado de su hermana Ginny o de otros compañeros de su misma casa.

Lee estaba echado hacia atrás en el asiento, con una orgullosa sonrisa en sus labios mientras Divinity observaba el tablero de juego con una ceja enarcada, lo que le daba un aire bastante gracioso, y más teniendo en cuenta que el ceño fruncido era su mayor especialidad.

-¿Qué te pasa muñeca? ¿te he acorralado?- preguntó Lee entre traviesas risas, mirando hacia la bruja, que seguía concentrada –Admítelo, ¡Jamás me vencerás! ¡Soy el gran Lee Jordan!

-¿Eso piensas?- preguntó la bruja, alzando la mirada hacia el muchacho, dibujándose en su rostro una traviesa sonrisa mientras cogía con su mano la reina negra, moviéndola en línea recta hasta colocarla delante del rey blanco, acorralándole –Jaque mate- sentenció. Fred y George, que habían estado atentos a la conversación, estallaron en sendas carcajadas, mirando a la pareja de amigos.

-Eso te pasa por presumir, tío- dijo Fred entre risas mientras el rey blanco dejaba caer su espada al tablero.

-¿¡Pero cómo lo has hecho!?- preguntó Lee sorprendido, mirando a la bruja.

-Sencillo, tu siguiente movimiento era comer mi reina, lo sé porque el caballo está en la posición idónea para ello… Además tienes a mi torre y a mi otro caballo acorralados, sin embargo, no te percataste de la posición de tu rey con respecto a mis fichas, y además lo tenías en un punto en el cual podía darte jaque mate con la reina sin problemas, hicieras lo que hicieras- explicó la bruja bajo la atónita mirada del muchacho.

-Por el sombrero de Merlín- susurró Lee -¡Esta chica vale!- Fred se echó a reír sonoramente, al igual que Divinity, que se rascó tranquilamente la nuca.

-Pues dale la enhorabuena a Ron, que es el que me enseñó a jugar- explicó la bruja mientras George miraba hacia la puerta del Comedor.

-Si quieres hacerlo, Lee, ve pensando qué le vas a decir, porque el enano viene como una bala por allí- señaló con la cabeza, tranquilamente, hacia la puerta del Comedor, por donde entraba corriendo un jadeante Ron. Ronald era dos años menor que los gemelos, era alto, de complexión delgada y espalda algo encorvada por la altura, sin embargo, cada uno de sus rasgos dejaba ver su inocencia aún latente.

-Chi… chicos- dijo nada más detenerse, recuperando el aliento –Ha… ¡Ha venido Charlie! ¡Está en el claro del bosque!- exclamó sonriente. Fred y George se encogieron de hombros, como diciendo “¿Qué más da?”. Sin embargo, Divinity se levantó como un resorte de su silla, de golpe, con los violáceos ojillos abiertos como platos.

- ¿De verdad?- preguntó, a lo que Ron contestó asintiendo con la cabeza tranquilamente -¡Pues voy a verle! ¡Nos vemos luego!- exclamó mientras salía corriendo del Gran Comedor hacia la salida del Castillo… ¡Charlie estaba en Hogwarts! ¡Su primo favorito había ido al Castillo y ella podría verle! Ver a Charlie Weasley siempre era un motivo de alegría para la muchacha, la cual no solo le quería con locura, sino que le idolatraba… Era para ella algo así cómo un ídolo, como una meta que alcanzar.

Nada más llegar al enorme portón del castillo, que estaba entreabierto, salió al exterior, enfundándose en su enorme abrigo polar para no pasar frío, pues a finales de noviembre en Hogwarts hace y muchísimo. Su larga cabellera se enredaba con el gélido viento mientras en su rostro permanecía impasible una amplia sonrisa de ilusión. Pero justamente cuando parecía que iba a traspasar la primera hilada de árboles para acceder al interior del bosque, un enorme perro de negro y grueso pelaje, de aspecto limpio y majestuoso, saltó delante de la bruja, ladrando sonoramente, lo que provocó que ésta se detuviera de golpe, dando un paso hacia atrás.

-¡Ey! ¿Y tú de dónde sales?- preguntó enarcando una de sus cejas y suspirando largamente antes de dar un par de pasos hacia su izquierda con la intención de continuar su camino, pero el cánido volvió a cortarla el paso –Oye, que no tengo nada de comer, precioso… Pero si te esperas aquí te traigo algo del bosque ¿De acuerdo? Ahora déjame pasar, que tengo prisa- dijo mientras daba de nuevo dos pasos, esta vez hacia la derecha, comenzando a caminar mientras el enorme perro la seguía, sin quitarle la vista de encima a la bruja, ladrando cuando menos se lo esperaba, lo que sobresaltaba a la muchacha bastante, aunque a los tres o cuatro ladridos ya no consiguió asustarla. Mientras caminaban, la bruja miraba a su alrededor mientras hablaba con él –Vamos, no voy a hacer nada raro ni peligroso… conozco el camino que tengo que seguir y además la defensa es lo mío- rió por lo bajo, observando como el perrillo realizaba una graciosa cabriola tras acercarse a ella, pidiendo acompañarla, lo que provocó que, tras reír, se agachara delante del cánido, acariciando su cabeza unos instantes mientras sonreía -. Vale, puedes acompañarme… pero no te acerques a los dragones ¿Eh? Podrían hacerte daño- el perro asintió con un ladrido y Diviniti se reincorporó para retomar el camino con su nuevo acompañante.

No tardó mucho tiempo en llegar al campamento que habían montado los magos responsables de transportar a los dragones y cuidarlos hasta el día del Torneo. Divinity se detuvo en el linde del claro, observando el ir y venir de los magos, que corrían de un sitio para otro con papeles, guiando grandes cajas de carne cruda, llamándose los unos a los otros… Colocados unos alejados de otros, los cuatro dragones permanecían encerrados en sus jaulas, los cuatro desmayados para evitar incidentes innecesarios… A un lateral de una de las jaulas y bastante alejado, aparecía el pequeño campamento de magos, todo él formado por varias tiendas de campaña habilitadas para el pasar de las noches de los responsables de los animales.

La bruja miró a su alrededor, mordiéndose el labio mientras buscaba con la mirada a su querido Charlie. De repente, una sonrisa iluminó su rostro: a lo lejos podía ver la preciosa cabellera pelirroja del Weasley, que bebía un sorbo de café de la humeante taza que portaba entre sus manos. Charlie había crecido bastante en esos últimos años en Rumanía: había ganado en musculatura, era bastante más alto que la última vez que ambos primos se vieron y, además, muchísimo más apuesto… Poco a poco Charlie iba alcanzando el mismo atractivo del que hacía gala su hermano Bill, solo que Charlie era muchísimo menos serio.

-¡Ahí está!- exclamó al verle, saliendo rápidamente hacia el lugar donde su primo se encontraba, pasando por entre los magos que se movían de un sitio para otro -¡Paso! ¡Pasoooo! ¡Prewett a la carrera!- exclamaba mientras corría, entre risas… Divinity, en el fondo, era como cualquier chica normal de su edad.

En cuanto llegó a donde se encontraba su primo, le dio un par de golpecitos en la espalda con un dedo para llamar su atención, colocándose después las manos a la espalda y esperando. Charlie, al notarlo, se giró tranquilamente, con la humeante taza de café entre sus trabajadas manos, en las cuales llevaba unas cuantas tiritas.

-¡Pero bueno!- exclamó al ver a la muchacha, sonriendo levemente -¿Qué haces tú aquí? ¡Se supone que esto era secreto!- exclamó entre risas mientras Diviniti sonreía de medio lado, mirándole.

-Digamos que tienes un hermano pequeño que es un bocas y una prima que siempre sabe cómo sacarle las cosas- le sacó la lengua, traviésamente, balanceándose sobre sus piececillos –Hacía tiempo que no nos veíamos ¿Eh?

-Mucho- asintió firmemente, dando un trago a su café sin prisa ninguna –Cuéntame, enana, ¿Qué es de tu vida?

-Pues no mucho- explicó la muchacha, tranquilamente -. Estudio, ayudo a Fred y George en sus perrerías… Ya sabes, su compañía me es muy grata y son con los que mejor me entiendo de toda la escuela ¿Y tú?- preguntó enarcando ambas cejas –Por lo que veo, pareces bastante ocupado.

-No te lo puedes ni imaginar- contestó con una carcajada a la vez que un sonoro rugido rompía la tranquilidad del momento -¿Ves? Este sonido es ya como música para mis oídos- rió el Weasley mientras Divinity se agarraba a su brazo por el susto… no se esperaba para nada que uno de los dragones despertara.

-¡Weasley, rápido!- gritó un hombre al lado de uno de los dragones, que se zarandeaba dentro de la enorme jaula mientras varios magos empezaban a lanzarle hechizos aturdidores.

-Ya reclaman mi atención… ¡Si es que no pueden vivir sin mi!- exclamó riendo mientras miraba a su prima -¿Te gustaría ver un dragón de cerca, enana?

-¡Me encantaría!- exclamó la muchacha, colocándose al lado de su primo para comenzar a caminar hacia una enorme jaula que había varios metros a las afueras del campamento. Desde allí podía verse alta, majestuosa, sobresaliendo incluso por encima de los árboles más jóvenes del bosque… Si ya de lejos parecía tan grande, justo delante debía de ser monumental.

Divi echó una mirada hacia atrás mientras caminaba, observando como aquel cánido que la había seguido hasta el campamento, se mantenía sentado en el linde del mismo, con la cabecita ladeada y las orejas echadas hacia atrás, sin quitarle el ojo de encima a la muchacha.

-Quédate aquí, si te acercas más puede ser peligroso- le advirtió Charlie, sonriendo de medio lado. La bruja giró el rostro hacia el Weasley, asintiendo firmemente mientras sonreía de medio lado: Si él lo decía, sería por algo.

Enseguida su mirada se dirigió hacia el frente, hacia la enorme celda, donde varios magos subidos en sus escobas, intentaban aturdir todos a la vez al enorme Colacuerno que se revolvía furioso en su interior. Era una criatura enorme, de escamas oscuras y grandes garras que podrían desgarrar la carne de un hipogrifo sin problema alguno. Abría las alas todo lo que la jaula le permitía, emitiendo guturales rugidos que pusieron la piel de gallina a la muchacha. Y enseguida algo pasó por encima de su cabeza volando y Charlie, junto con otros tres magos, corrieron a ayudar a abatir al colacuerno. Uno, dos, tres intentos hicieron falta para que todos realizaran al unísono el hechizo y el dragón cayera abatido dentro de su celda de hierro.

-Deberías volver, pequeña- le dijo Charlie en cuanto descendió hacia el suelo, quitándose el sudor que perlaba su pálida piel -. Seguro que Snape te echa de menos en el castillo y no creo que quieras quedarte castigada durante todas las vacaciones de Navidad.

-Pues no, no me hace mucha gracia- rió la muchacha, asintiendo -. Vendré a verte otro día, que se te echa muchísimo de menos- alzó la mano mientras se alejaba, corriendo, hacia donde el cánido permanecía tumbado, a la espera.

Nada más verla, se levantó de un salto, ladrando un par de veces antes de unirse a la carrera de la bruja, alegremente, aunque quedándose ligeramente rezagado, pues al parecer, algo en las patas delanteras le impedía correr todo lo deprisa que podría. Y no solo eso, sino que también se mantenía atento a los sonidos de su alrededor, que habían comenzado a ser bastante extraños… el crujir de las hojas al ser pisadas, el sonido de las ramas mecerse pese a que a penas había nada de aire,…

Divinity también lo había notado y se había detenido, con la varita ya en la mano, mirado a su alrededor, con los ojillos ligeramente entrecerrados… Su respiración era rápida por la carrera y su frente estaba perlada en sudor. El latir de su corazón golpeaba sus sienes como un tambor mientras el cánido se colocaba delante de ella, con las patas ligeramente echadas hacia delante, gruñendo, en posición de ataque-defensa.

Y de repente, todo pasó muy rápido, un enorme centauro, de palo oscuro y sedoso, brillante bajo la pálida luz que se colaba entre los resquicios de los árboles, apareció delante de ambos, dispuesto a atacarlos por haber irrumpido en sus dominios. Pero no tuvo tiempo a hacer nada, pues el cánido pronto tomó su forma humana, apareciendo ante los ojos de la muchacha aquel búlgaro, aquel chico que tanta curiosidad despertaba en ella.

Con un rápido y certero movimiento de varita, el muchacho aturdió al centauro, haciéndolo caer hacia un lado. Tomó la mano de la rubia, y comenzó a correr, tirando de ella, hacia la salida del bosque.

-¡Corre, maldita sea! ¡Corre!- gritó, mirando hacia atrás para cerciorarse de que ningún otro centauro les siguiese y llegara a rodearles: si eso pasaba, sabía que estarían perdidos.

-Pe… pero… ¡Eras tú!- exclamó la muchacha, frunciendo ligeramente el ceño mientras apretaba el paso para ponerse a su altura. Había visto sus manos en un par de ocasiones y sabía que el esfuerzo de tirar de una persona no le ayudaría en nada a su recuperación.

Los dos corrieron hasta que llegaron a los lindes del bosque, jadeantes por la carrera… Sin embargo, el muchacho, soltó la mano de Divinity y, pese a la carrera, comenzó a andar, sin decir palabra, alejándose de ella hacia el castillo.

-¡Oye, espera!- gritó Divi, corriendo hacia él para tomarle con cuidado del brazo, frenándole. El chico se detuvo, girándose hacia ella, mirando primero la mano que lo sujetaba, y luego el rostro de la Slytherin con sus azules y profundos ojos –Quería… darte las gracias por salvarme- dijo, sosteniéndole la mirada unos segundos -; aunque podría haberlo hecho sola- añadió, tan orgullosa como siempre, soltándole con cuidado. El búlgaro se limitó a asentir, girándose de nuevo para alejarse mientras mantenía las manos metidas en los bolsillos, acariciando aquello que buscaba antes de toparse con la rubia –Qué chico más raro…- murmuró, sin moverse, observando como, sin ni siquiera mirar hacia atrás, se perdía tras las puertas del castillo, dejándola allí como si ni siquiera se hubieran visto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ese niño es raro...