viernes, 4 de julio de 2008

De compras por el callejón Diagón

Por fin había llegado el día de ir de compras al Callejón Diagón. Diviniti, como siempre, se vistió con unos pantaloncitos vaqueros y un jersey que le hizo su tía Molly, con la inicial de su nombre bordada en el pecho, y bajó corriendo hasta la entrada, donde su madre ya la esperaba, con las manos cruzadas sobre su regazo y una amplia sonrisa dibujada en sus labios.

-¿Has hablado con la tía Molly, mamá?- le preguntó nada más llegar al pie de los escalones, bajando los dos últimos de un solo salto.

-Sí cariño, hemos quedado en vernos delante de la puerta del Flourish&Blotts, porque Fred y George también tienen que comprar artículos para este año- contestó mientras abría la puerta de la casa, saliendo al exterior y dirigiéndose hacia el coche, que permanecía aparcado en la entrada del garaje. Jessica y Albert poseían un coche cada uno ya que se habían comprado la casa en una zona residencial muggle y el transporte público les quedaba un poco lejos para cogerlo a diario e ir al trabajo. Jess abrió las puertas del vehículo y ambas entraron dentro, dispuestas a dirigirse al Callejón.


No tardaron mucho en llegar a la puerta de El Caldero Chorreante, una especie de taberna desde la cual se podía acceder sin problemas al Callejón Diagón traspasando una pared donde, tras dar los pertinentes golpes en la pared, se abría un enorme arco porticado. Tras pasar hacia el callejón, una enorme calle se abría ante sus ojos, toda ella abarrotada de brujas y magos que necesitaban hacer sus compras tanto para sus propios hogares como para el comienzo del curso escolar. Los niños corrían de un lado a otro, emocionados por los artículos de la tienda de quidditch, las madres y los padres iban tras ellos gritando para que no se perdieran... Todo aquello era una marea de gente yendo y viniendo. Se respiraba vida en aquel lugar.
Jessica, con tranquilidad, agarró a su hija de la mano y comenzaron a caminar hacia las tiendas donde debían entrar a comprar sus cosas: a la tienda de Calderos, donde la pequeña Divi debía adquirir uno para sus clases de pociones; al Boticario, donde debía comprar varias plantas y artículos de fabricación de pociones, y al Emporio de las lechuzas. Cuando Jess abrió la puerta, madre e hija accedieron a una enorme tienda tenuemente iluminada (ya se sabe que las lechuzas son criaturas nocturnas por naturaleza), toda ella abarrotada de jaulas con lechuzas que dormitaban en sus respectivas jaulas. Mientras Jess se acercaba al tendero y hablaba con él (al parecer, ambos se conocían desde hacía años), Divinity empezó a pasearse por la tienda, observando a los animales con tranquilidad, hasta que, de repente, un suave ululato hizo que levantara la cabeza hacia el lugar de donde provenía. Allí, en una de las jaulas, una pequeña lechucita blanca, parecida a una pelota de tenis emplumada, miraba a la niña con sus grandes ojos, relucientes como dos enormes gemas. La muchacha posó su violácea mirada en el animalito, que batía las alas en demanda de atención, y sonrió, acercándose hacia ella y acercando uno de los deditos, introduciéndolo por entre los barrotes. La lechucita, al verlo, dio un pequeño saltito y comenzó a rozar su cabeza contra el dedo de la niña, lo que hizo que Divi riera suavemente ante el sedoso tacto de sus plumas.

-¡Mamá! ¡Mamá! ¡Quiero esta! Mira que plumas tan suaves y blancas, y que pequeñita es- la rubia miró a su madre con ojitos de cordero degollado; esa lechuza le había gustado realmente mucho, y quería que ella fuera su compañera fiel en la escuela. Jessica miró a su hija un instante y asintió, girándose hacia el vendedor y continuando con su conversación. Divi sonrió ampliamente y cogió la jaula, mirando a la lechuza, que no le quitaba el ojo de encima -¿Sabes? Te llamaré Yanis- susurró la muchacha, con los violáceos ojillos fijos en la lechuza, que no paraba de revolotear alegremente.


Ya con la jaula de Yanis en la mano, la cual revoloteaba alegremente en su interior, Divinity y Jessica se dirigieron a Flourish&Blotts donde habían quedado en verse con Molly y sus hijos. Cuando llegaron a la librería, Jessica abrió la puerta con un suave empujón y accedió al interior, seguida de su hija, que no apartaba la mirada de su lechuza.

-¡Jessica, querida!- la voz de Molly se oyó por encima de todo el revuelo que montaban los alumnos de Hogwarts, que habían ido, como cada año, a comprar sus libros para clase. Jessica se dio la vuelta al oírla y, cuando vio a la mujer, con el brazo alzado, haciéndole una señal a su hija, ambas se dirigieron hacia allí.

-¡Molly! Cuanto me alegro de verte, querida- al momento reparó en que no estaba ella sola, sino que Fred, George, Percy y Charlie también estaban con ella -¡Por Merlín chicos! ¡Estáis cada día más grandes!- exclamó mientras besaba y abrazaba a cada uno de sus sobrinos. Divi se colocó al lado de su madre, sonriendo, pero poco tiempo pudo pasar desapercibida, pues Molly, la verla, la abrazó maternalmente, besando sus mejillas.

-¡Di, tesoro! Cada día te pareces más a tu madre ¿Eh? Pronto serás una mujer tan guapa como ella- Diviniti sonrió en silencio, besando la mejilla de su tía con cariño para luego correr a enseñarle la lechuza a sus primos. Percy estaba mirando libros, como de costumbre, por lo que los únicos que la atendieron fueron Fred, George y Charlie.

-¡Mirad que lechuza!- exclamó orgullosa mostrando la jaula con la pequeña bolita blanca de plumas.

-¡Ey! Parece una snitch de lo chiquitita que es ¿Me la dejas?- preguntó Fred con una pícara sonrisa en los labios, pero Charlie, antes de que Divinity pudiera decir algo, le arreó un pequeño capón.

-Tu di que no, Divi, que ya viste lo que le hizo al puffskein de Ron- todos se echaron a reír y continuaron haciéndole gracias a la lechuza, la cual se sentía encantada y se arrimaba a las barras de la jaula para que pudieran mimarla.

Enseguida salieron todos de ahí con sus compras, y mientras Molly entraba en la tienda de ropa de segunda mano, Jessica y Divi se dirigieron a Ollivanders, tan solo a un par de establecimientos. Al abrir la tienda y pasar al interior, pudieron observar que, todo a su alrededor, estaba completamente lleno de pequeñas cajitas de madera polvorientas. Jessica y su hija se acercaron al mostrador y enseguida, de la parte trasera de la tienda, salió un hombre bastante mayor con una amplia sonrisa en los labios.

-¡Jessica! Cuánto tiempo sin verte- sonrió el dependiente -Creo que la última vez fue cuando se te rompió la varita por una urgencia en el Hospital ¿verdad? ¡Ah, si! Madera de nogal, de 25 cm y núcleo de garra de hipogrifo.

-No se te olvida nada, ¿eh Ollivander?- sonrió amablemente la mujer -Venía a por una para ella, es mi hija Divinity- el hombre la observó un instante y chasqueó los dedos. Al momento, un montón de cintas métricas estaban midiendo a la niña mientras el observaba con atención sus movimientos.

-¡Es idéntica a ti!- rió el hombre y luego entró en la trastienda sin dejar de hablar -Pero sin embargo es una muchachita muy, muy peculiar- suspiró el hombre y al momento salió con una cajita, abriéndola y sacando una preciosa varita de color casi negro. Su tallo parecía estar entrelazado con dos cuerdas, solo que el mango representaba dos cabezas de serpientes mirando en direcciones contrarias -Madera de fresno, 30 cm y núcleo de piel de serpiente herbórea africana. Créeme, Jessica, esta niña tiene algo especial. Sólo he vendido dos más de éstas características y jamás me equivoco- Jessica sonrió a su hija, que miraba atónita la varita en su mano... Serpientes... Divinity sabía que podía hablar con ellas, y eran unos animales que siempre le habían encantado... Quizá por eso hasta su varita tuviera relación con ellas.

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