lunes, 10 de noviembre de 2008

CAPÍTULO 11: La verdad al descubierto

El baño de los prefectos permanecía en silencio. La piscina estaba ya completamente llena, por lo que los grifos permanecían cerrados, sin derramar ni una sola gota más. La luz del medio día se filtraba a través de las cristaleras de la estancia, creando formas y colores sobre el suelo y sobre las cristalinas aguas, que se movían, ligeramente, cuando los dos cuerpos que permanecían en el interior se movían.

La primera en salir fue Divinity, entre risas. El agua perlaba su pálida piel, resbalando por ésta, colándose hasta por los lugares más impúdicos que cualquiera pudiera imaginar. Llevaba un bikini negro, la parte de abajo como un culotte y la parte de arriba cubriendo perfectamente sus voluminosos senos. Se había recogido el cabello en un moño alto para evitar que le molestara mientras nadaba, lo que dejaba su cuello y su espalda completamente al descubierto. Se estiró felinamente, de espaldas a la piscina, de la cual ya salía la otra persona.

Haciendo acopio de sus fuerzas, Marcus posó las manos sobre la orilla y se impulsó, saliendo del agua, tensándose sus músculos de forma que aún se notaban más. Las gotas recorrían cada centímetro de su anatomía, acariciando aquel cuerpo que suponía el pecado para cualquier mujer que lo mirara. Tenía un torso musculado, sin ser exagerado, una piel suave y tersa, que junto con su porte varonil le hacían el muchacho perfecto. Tan solo un bañador negro cubría parte de sus muslos y su zona más pecaminosa. Se echó el azabache cabello empapado hacia atrás antes de acercarse a su acompañante. La observó unos instantes, recorriendo con la mirada sus curvas. Se acercó más aún, estrechando la distancia que separaba ambos cuerpos hasta hacerla nula. Posó las manos sobre los hombros de la rubia, sin a penas rozar su piel, deslizándolas por ella.

-Ah… Marcus…- murmuró la rubia a la par que exhalaba un suspiro de placer. Su piel había comenzado a erizarse a medida que las manos del muchacho se deslizaban por sus brazos. Echó hacia atrás la cabeza, ligeramente, cosa que Marcus aprovechó sin dudarlo un segundo Se reclinó hacia ella y comenzó a besar su cuello de manera sensual, sorbiendo su piel hasta casi el límite del dolor mientras sus dedos ahora se habían posado sobre su estómago. Los suspiros de la bruja se estaban haciendo más y más constantes, su respiración se aceleraba, al igual que el fuerte bombeo de su corazón. Las manos de Marcus ascendieron por su estomago mientras se pegaba más a ella, haciéndola partícipe del avanzado estado de excitación en el que se encontraba su cuerpo. Divinity se tensó en ese instante, gimiendo, mientras sentía como las manos de Marcus aferraban casi posesivamente sus pechos, atrayéndola más hacia él.

-Divi…. Divi…- susurraba una y otra vez… sentía cómo su cuerpo se agitaba cada vez más violentamente. Pero había algo raro ahí, algo tremendamente extraño. La voz de Marcus se iba haciendo más fina, se iba pareciendo a la de…

Abrió los ojos de golpe, sobresaltada, sin saber muy bien dónde se encontraba. Miró su derecha y allí, vestida con un pijamita de lo más sencillo, de color azul celeste, y abrazada a la almohada, estaba Ytzria. A penas estaba amaneciendo, pero la poca luz que entraba por la ventana dejaba ver que estaba pálida y al borde del llanto. Todo lo contrario que su amiga, que tenía las mejillas completamente ardiendo.

-¿Y… Ytzria?- murmuró, aún sin saber muy bien dónde estaba ni qué estaba pasando.

-Estabas haciendo ruidos muy raros- murmuró la muchacha, quejosa, mientras miraba a Divinity, que aún estaba un poco descolocada.

-¿Ruidos muy raros?- preguntó, sentándose sobre la cama. Sí, ya empezaba a situarse. El día después de Navidad, Remus había ido a buscar a su ahijada para llevársela a casa y que no se sintiera tan sola después de lo ocurrido. Sin embargo, Remus tuvo que llevarse a Ytzria también con él ya que, desde primero, las dos formaban una inseparable pareja. Y allí estaban, en una habitación con dos camas, en casa del lupino.

-Sí, sí- asintió muy segura, mirando a Divi con sus grises ojillos bien abiertos -. Balbuceabas un nombre y hacías ruidos como éstos- comenzó a gemir bajito, sin dejar de mirar a Divinity que, muerta de la vergüenza, se tumbó sobre la cama, tapándose con las mantas… ¡Había gemido en sueños!

-Es… es que estaba soñando que me ahogaban- murmuró. Fue la primera excusa tonta que se le ocurrió, pero al menos esperaba que eso bastara para saciar la curiosidad de su amiga ¿Cómo iba a decirle que estaba teniendo un sueño erótico con un chico al que acababa de conocer ese año?

-¡Divinity! ¡Ytzria!- la voz de Lupin cortó aquella tensa situación, evitando que Ytzria pudiera preguntar nada más -¡El desayuno está listo!- Con oír aquellas palabras, los estómagos de ambas muchachas rugieron molestos, hambrientos, lo que hizo que las dos rubias de echaran a reír alegremente mientras se incorporaban.

La mesa estaba puesta para los tres. Como cada mañana desde que estuvieran allí, Remus había preparado el desayuno, calentando un poco de leche y café, haciendo unas tostadas y sacando un bote de cerámica con galletas que les llevaba Molly cada dos días. El fuego de la cocina había hecho que ésta entrara en calor, evitando que el gélido ambiente de fuera enfriara el interior.

-Buenos días Remus- dijo Divi, tomando asiento en una de las sillas, alargando ambas manos hacia la jarra de leche caliente para echarse un poco.

-Buenos días profesor- murmuró Ytzria, con las mejillas ligeramente sonrosadas. Sentía devoción por Lupin desde que le conociera el año anterior como profesor; había sido el único en dedicar algo de su tiempo en volver a explicarle, cuantas veces necesitara, las lecciones impartidas en clase.

-Buenos días Di, Ytz- sonrió el hombre, tomando asiento entre ambas muchachas -. Ya te he dicho que ya no soy tu profesor, así que, por favor, llámame Remus- una tranquilizadora sonrisa se dibujó en los labios del lupino. Le gustaba tener a las muchachas en casa, aunque sabía que, cuando llegara el verano, no podría hacerse cargo de ellas -. Venga, desayunad que hay que regresar a Hogwarts.

-Las vacaciones siempre se hacen cortas- refunfuñó Divi mientras se metía una de las galletas en la boca, con cara de fastidio.

-A mi me gusta estar en Hogwarts- confesó la otra muchacha, con una inocente y soñadora sonrisa, con los grises ojillos entrecerrados en una infantil mueca -. Además, así podemos estar más tiempo con Fred, George y Lee ¿no?

-¡Ostras! ¡Pues se me ocurrió una buena broma para los de mi casa!- exclamó de repente Divi, dando una palmadita, lo que provocó que su padrino la mirara severamente.

-¿Qué te dije el año pasado acerca de las bromas?- preguntó, dando un sorbo a su café, dejando que el calor de éste templara su garganta.

-Que no las hiciera porque luego me castigan- recitó la muchacha, poniendo los ojos en blanco. ¡Con lo divertidas que le parecían! Además, mientras se mantenía ocupada pensando en bromas, la reciente muerte de sus padres le parecía más y más lejana.

Cuando acabaron de desayunar, Ytzria fue corriendo a revisar que tenía todo metido dentro de su baúl. Divinity iba a seguirla cuando Remus la tomó con cuidado del brazo, pidiéndole por favor que le acompañara al salón e invitándola, con un sutil gesto, a tomar asiento en el sofá.

-Verás, Divi- comenzó, hablando con la misma tranquilidad y ternura que siempre le caracterizaba. Su voz, para la rubia, era el mejor bálsamo cuando estaba herida en lo más profundo de su ser -. El año pasado, tu madre y yo tuvimos una conversación que ahora mismo no viene al caso- el hombre se acercó hacia una pequeña mesilla al lado del sofá, donde reposaba una sencilla lamparita de mesa, algo sucia por el polvo acumulado allí. Abrió el cajón y sacó, de su interior, un cuaderno de tapa gruesa, forrado de piel, con las iniciales J.B. cosidas con hilo de oro.

-¿Qué es eso, Remus?- preguntó curiosamente, sin darle tiempo a su padrino de terminar de explicarle. El hombre sonrió de medio lado ante la pregunta, y alzó un poco la mano, pidiendo tiempo para poder explicarle.

-Como decía- continuó -, tu madre y yo tuvimos una conversación en Hogsmeade el año pasado. Me pidió que si le pasaba algo antes de tu mayoría de edad te diera esto- acarició con la mano el lomo del cuaderno, lentamente, quedándose encerrado en sus pensamientos durante unos largos instantes -. Jamás pensé que tendría que dártelo, la verdad- Divinity no comprendía muy bien de qué iba aquello ¿Por qué querría su madre que le diera un libro?

-Remus… No entiendo nada- dijo, sin rodeos, rascándose ligeramente la nuca, algo perpleja. Remus se sentó a su lado y, con cuidado, posó el libro sobre las piernas de su ahijada, dedicándole, nuevamente, una sonrisa tranquila. Cada poro de su piel rezumaba paz, tranquilidad, y hacía que cualquiera llegase a sentirse cómodo en su presencia. Ese era el mayor don de su padrino.

-Este libro era el diario de tu madre, Divinity- dijo, tras tomarse unos instantes antes de contestar. La violácea mirada de la muchacha se iluminó de repente, bajando la mirada hacia aquel tesoro, hacia aquella reliquia -. Siempre has tenido muchas preguntas a las que no se le dieron respuesta, muchas dudas que nadie ha sabido disipar- continuó, acariciando las manos de su ahijada ahora. Divi alzó la mirada hacia él, parpadeando, casi al borde del llanto. Desde hacía tiempo había encerrado la pena por la muerte de sus padres en lo más profundo de su ser pero, en ese instante, las lágrimas volvían a amenazar con salir.

-¿Y… y esto… me ayudará a entender…?- preguntó titubeante, cortándosele hasta la voz. Remus asintió con suavidad, tomando entre las propias las manos de la rubia, apretándolas con ternura.

-Ahí dentro, Divi, tienes todas las respuestas- murmuró, acariciando con sus pulgares las partes de piel que podía, sosteniendo la mirada de la niña, intentando infundarle un calor casi paternal -. Sé que al principio te costará asumir todo lo que ahí dentro te explica tu madre, pero confío en que algún día llegues a comprenderlo y a aceptarlo todo.

-“Quizá algún día llegues a comprenderlo y a aceptarlo todo”- se repitió a sí misma un poco después, ya a solas en la habitación, sentada sobre su cama. La ilusión inicial de poder leer todos los recuerdos de su madre, se había mezclado con un sentimiento de pánico, de terror hacia la verdad. Esas palabras de Remus la habían turbado demasiado. Sí ahí estaba toda la verdad… ¿Significaba que, hasta entonces, había estado viviendo una mentira?

-Diviiiii- canturreó desde la puerta Ytzria, sacándola de sus ensoñaciones -. Venga, coge las cosas que dice tu padrino que nos tenemos que ir ya- la chiquilla sonreía tan inocente como siempre, con los ojillos ligeramente entrecerrados y los labios curvados en una sonrisa. Llevaba un abriguito de invierno largo, con los bordes forrados en pelito blanco y un sombrero a juego.

-Sí, perdona, me quedé atontada de repente- se disculpó Divi, sonriendo, mientras se levantaba para recoger su bolsa, que aún estaba abierta en el suelo. Metió el diario, la cerró y la cogió del asa para salir junto con su amiga de la habitación.

-Estás como ausente- murmuró Ytz, mirando hacia su amiga mientras bajaba, de espaldas, las escaleras -¿Te encuentras bien?

-Sí, sí, no es nada- mintió la rubia, arrugando la varicilla -. Solo me había quedado pensativa un rato. Es raro, pero a veces lo hago- rió por lo bajo. Siempre había sido la fuerte de las dos, la que no dudaba, la que era capaz de coger la vida y ponérsela por montera ¿Cómo iba a dejar que Ytzria la viera derrumbarse una vez más? No, ella no era de las que se rendía fácilmente.

El viaje se les hizo relativamente corto. A media tarde ya estaban traspasando las puertas del castillo donde Fred y George las esperaban con sendas sonrisas. Al parecer George se había dedicado en su ausencia a hacer unas cuantas bromas con lee mientras que Fred afirmaba haber sido “arrastrado en todo momento a hacer cosas que no eran precisamente de su agrado”.

-Te dije que debiste haber invitado a Ytzria- le susurró Divinity cuando vio que George ya estaba molestando y haciendo cosquillas a Ytzria, que se retorcía alegremente.

-¿Vas a estar recordándomelo toda la vida o qué?- murmuró malhumorado, o más bien tristón. Sabía que debía haber hecho caso a su prima y no haber hecho tal locura. Ahora, por culpa de eso, estaba embarcado en una especie de relación que no era precisamente de su agrado.

-¿Por qué no la dejas? No es la primera vez que lo haces- se encogió de hombros, sentándose en uno de los escalones mientras se quitaba el abrigo, abrazándolo contra ella con cuidado -. No puedes estar mal a gusto con alguien que no te deja ni ir a mear solo ¿No?

-No es tan sencillo, enana- dijo Fred, sentándose al lado de su prima. No era muy común ver a ninguno de los dos gemelos abatidos, sin embargo Fred lo estaba -. Angelina tiene demasiado genio y encima está en nuestro equipo de quidditch. Ya Oliver nos dijo que esperaba que la relación no afectara en nada al equipo- suspiró largamente, echando hacia atrás la cabeza -. Sin embargo se pasa todos los entrenamientos detrás de mí.

-Pero éste año no hay quidditch- dijo, sin comprender, mirando hacia su primo. En verdad lo agradecía. El quidditch no era un deporte que, precisamente, le agradara.

-Pero estas Navidades, como no teníamos nada mejor que hacer, a Oliver se le ocurrió pedir permiso para entrenar ¿Te imaginas lo que haría Angelina si la dejo?

-Eres un cobardita y un calzonazos- le dijo directamente, sin rodeos. No le gustaba andarse por las ramas -. Te estás dejando llevar por ella ¿Qué será lo próximo? ¿Qué te pida que le limpies las bragas? ¿Qué te haga ponerte a cuatro patitas y ladrar como un perro?- negó suavemente, dándole un par de palmaditas en la cabeza, casi burlona –Créeme Fred, si sigues así acabarás siendo su mascota. Y no creo que sea eso lo que quieres ¿Verdad?- el pelirrojo se limitó a suspirar y a asentir, sin decir nada más. Alzó un poco la mirada, hacia donde su hermano e Ytzria estaban hablando con George, quien la mantenía agarrada por la cintura.

-Mi hermano siempre ha conseguido estar más cerca de ella que yo- murmuró, suspirando largamente -. Yo si no es con bromas o porque quiera defenderla, no soy capaz de entablar conversación con ella.

-Pues inténtalo- le dijo la rubia, mirándole -. El día dos del mes que viene es su cumpleaños. Aprovecha para saber de ella: lo que más lo gusta, lo que no, lo que podría querer o necesitar,…- sonrió de medio lado, tomando la m ano del gemelo entre las propias, con suavidad –Habla con ella conócela plenamente y deja que ella te conozca también a ti. Y después hazle un regalo que sepas que pueda hacerle mucha ilusión.

-Gracias, prima- dijo el pelirrojo, abrazándola cuidadosamente contra él -. No sé que haría sin ti ¿eh? Eres un ángel.

-Te equivocas, el ángel es ella. Yo soy una pequeña serpiente perdida- susurró, besando su mejilla de manera apretada, entre risas. Y en verdad así se sentía en esos momentos, como una serpiente encerrada en un terrario pensando que es su desierto natal, viviendo en un lugar y una vida que no le corresponde por naturaleza.

Regresó a su habitación tras la cena. Había estado retrasando aquel momento todo cuanto pudo, pero en su interior sabía que tarde o temprano llegaría aquel momento. Se quitó la ropa y se puso el pijama para estar más cómoda. Con cuidado se sentó en la cama, cubriéndose con las mantas, y sacó la carta del interior del diario. El pergamino ni siquiera estaba sellado, simplemente doblado cuidadosamente, sujeto al diario con un lazo de color marfil. Tomó aire y lo desdobló casi con miedo. La letra era sin suda la de su madre, legible, alargada y redondeada, tan hermosa como lo fuera ella en vida. Los violáceos ojillos de la rubia se posaron en el comienzo de la carta para comenzar a leer aquello que daría respuesta, de una vez por todas, a las preguntas de su alma.

Mi querido tesoro:

Si estás leyendo esto es que, por desgracia, la vida me ha arrancado de tu lado antes de verte cumplir tu mayoría de edad. Ante todo, mi vida, no llores por mí… Aunque tú no lo veas, aunque no lo sientas, siempre permaneceré a tu lado, en tu corazón, vigilando cada momento de tu vida, riendo y llorando contigo. Cuando naciste, mamá te hizo una promesa, que siempre estaría a tu lado, y no te quepa duda de que, de un modo u otro, siempre lo estaré.

Te conozco, mi bebé, y sé que no aceptarás esto de la manera que yo quisiera, y que no tendrás unos brazos cercanos sobre los que llorar mientras lees estas líneas porque lo harás en soledad. Pero ante todo quiero que sepas que me encantaría habértelo podido contar cara a cara, explicarte todo de manera que pudieras comprender lo que ahora voy a decirte. Por eso ésta carta va con el diario, porque en él guardo los secretos de mi corazón, que ahora se abrirán a ti para que éste cambio, para que ésta nueva verdad te sea más comprensible.

¿Cómo comenzar algo tan difícil? Supongo que, a estas alturas, ya habrás experimentado lo que es que te guste un chico… Estás en la edad. No, no frunzas el ceño, Divi, aunque no te des cuenta, él ya existe para ti.

Cuando yo tenía tu edad, también había un él, y existía para mí con tanta fuerza que hasta me era doloroso. No puedes hacerte una idea de lo guapo que era… Esos ojos azules y profundos, llenos de vida, ese cabello negro y enmarañado, esa expresión de picardía,… Me gustaba, le quería, pero me daba tanta vergüenza hablarle que no era capaz de acercarme a él. No, no estoy siendo cursi, cariño. Por favor, continúa leyendo.

Le quería, pero para él creía no existir. Siempre estaba rodeado de chicas o haciendo bromas con sus amigos. Y yo… yo solo le observaba de lejos junto con Karen. Cuando leas el diario ya sabrás quién era, no te preocupes por ella ahora, por favor. ¿Sabes? Así conocí a tu padrino. Remus me descubrió una tarde de invierno observándole jugar con sus amigos y, desde ese momento, no había día en el que no habláramos al menos diez minutos. Le conté lo que sentía, o más bien se dio cuenta él solo, y provocó que, un día, yo apareciera en su vida. Jamás me sentí tan feliz como en el instante en el que su sonrisa, aquella que me había cautivado, iba dirigida a mí y no a una de sus conquistas. Desde ese momento supe que le querría hasta el fin de mis días. Y así ha sido.

Sirius… No sé exactamente cuándo ni cómo, pero nuestra amistad se fue convirtiendo en algo más… Mi admiración se convirtió en un amor más puro de lo que ya era, y su curiosidad y sus juegos, hicieron que yo fuera más que “la amiga de Remus”. Nos enamoramos. Fueron los meses más maravillosos de mi vida pero, como ya sabrás, la vida no es un camino de rosas.

Quien-tú-sabes se alzó con más fuerza que nunca y amenazaba con destruir todo aquello que conocíamos y amábamos. Sirius lo sabía y quiso luchar. Y yo, que no deseaba cortar las alas de su libertad, simplemente le dejé marchar, con la esperanza de esperarle con una bonita sorpresa entre mis brazos: Tú, mi vida. Siempre me has preguntado acerca de tu don para comprender a las serpientes, de tu conexión con Slytherin, y yo jamás te di la respuesta. Ésta es la verdad, mi vida…Albert no es tu padre biológico. Lo sabía, claro que lo sabía… Cuando nos casamos tú ya tenías casi dos años y te quería como si fueras sangre de su propia sangre… En cierto modo, Al es tu padre y tú eres su hija aunque tus genes así no lo digan.

Sé que ahora te costará entenderlo, y sé que pensarás que quizá me casé por despecho o por darte un padre, pero con el tiempo comprenderás que se puede amar a varias personas de distintos modos y no por eso ser menos importantes en tu vida. Yo he amado a Sirius durante todos estos años porque fue el amor de mi vida, la persona a la que le entregué todo desde el primer beso. Pero también he amado a Albert porque ha sido la persona que siempre ha estado a nuestro lado, aquella a la que le he dado mi felicidad, con la que he compartido la alegría de crear una familia y criar un tesoro, nuestro tesoro… Tú.

Perdóname por no habértelo contado antes… pensaba hacerlo cuando cumplieras la mayoría, pero, al parecer, Merlín no lo ha querido. Como ya te dije, todo está escrito aquí… Todo lo que mi corazón sentía, mis pensamientos. También en casa, en el sótano, hay un pensadero y un montón de recuerdos en el armario. Sí, aquel que siempre ha permanecido cerrado. Ahora estará abierto para ti, tesoro. Mi vida está repartida entre ellos y este diario.

Solo una última cosa, cariño. Vive feliz. No malgastes tu vida llorándonos, porque tus lágrimas no van a hacer que volvamos. No te niegues tus sentimientos por muy difíciles que puedan parecer o por lo que la gente pueda decir. El amor solo hace daño cuando es egoísta. Vive el día a día, disfruta de tu juventud y lucha por tus sueños hasta que los consigas, porque solo en tu mano está el destino.

Te quiero mi amor, te quiero como a nada en éste mundo porque tú has sido ese rayo de sol que me hizo seguir adelante. Busca el tuyo y agárrate a él.

Un beso desde el cielo:

Mamá

Pronto la tinta se emborronó, dejando pequeñas manchas y pequeños surcos. Estaba llorando. Maldecía por lo bajo su suerte, sin embargo, aunque en ese momento no se diera cuenta, aquellas letras le habrían quitado un terrible peso de encima. Conocía su existencia, el por qué de sus desgracias… Sabía su relación con las serpientes, el por qué de su cabello, de su carácter, todo… Ahora sabía que su apellido no era Prewett, sino Black. Divinity Black.

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